༻[ 𝒻𝒶𝓃𝒻𝒾𝒸 ]༺
Un compromiso que hizo que se distanciaran, la princesa Roselia perdió casi todo el contacto con su amiga Latte.
En un nuevo despertar, las fichas se colocan en el reinicio del juego. Roselia regresa en el tiempo a donde todo come...
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Pasadas las 6:30 p.m, yo yacía en la comodidad de mi camarote vestida en enaguas y con el cabello desarreglado, mi libro de literatura colgaba de mi mano derecha y mi cabeza estaba sumergida en un pedazo de algodón con plumas.
A la puerta sonaron tres golpes y un ejército de mucamas entró con la ama de llaves en fila.
—El Emperador ordena que la vistamos, princesa.
De mala gana dejé que las mucamas me envolvieran con sus manos en toques por aquí y toques por allá, ajustes de polizón, enredaderas de tela sobre la cintura y el apretujado corsé de hueso de ballena. Al finalizar, me maquillaron ligeramente el rostro y disimularon mis facetas de trasnochecida, me aplicaron pendientes de diamantes pequeños y al rededor de una hora y treinta, estaba lista para aparecerme en el célebre salón al que mi padre me había llamado para una ridícula fiesta.
Decenas de sirvientes me esperaban en las escaleras, siete en cada lado del barandal y todos me guiaron hasta la enorme puerta del Grand Hall que permanecía misteriosamente cerrada. Me extrañé de que ningún invitado se podía ver entrando por la otra puerta y todo parecía solitario sin el bullicio de las chácharas, ni el ruido de la orquesta, ni el choque de copas de champán.
Con el recelo de un felino, tomé delicadamente la manija del portón que abrí yo sola y entré en una oscuridad profunda, todas las ventanas estaban cerradas, no había candelabros que iluminarán las paredes y ni rastro de un alma viva en la oscura gran habitación.
¿Por qué me había traído mi padre a una habitación sin arreglar? ¿Esto era una mala broma?
De pronto, una chispa celeste corrió a gran velocidad por las paredes encendiendo todos los candelabros, extensos globos de colores pasteles se soltaron de cajas blancas en los suelos, cañones de confetti se dispararon al aire y la luz de las llamas iluminó por fin, a decenas de invitados que salían de escondites detrás de los muebles, sillones y mesas vestidos de extravagantes trajes coloridos, elegantes vestidos almidonados, sombreros de copa, peluquines y bellísimas joyas.
Mi familia, ubicada en el centro de la habitación, vestía de su característico blanco y rojo en representación del castillo y Latte, a un costado, sostenía un cañón de confetti explotado y una sonrisa de oreja a oreja.
—¡¡SORPRESA!! —gritaron todos al unísono.
Me tomó diez segundos poder reaccionar ante lo que estaban viendo mis ojos.
—¡Feliz cumpleaños, princesa! —Latte corrió y me abrazó con todo lo que le permitía el corsé y el miriñaque. El salón se llenó de aplausos y vítores.
