A pesar de sí mismo, a Felipe le complació sentir los ojos de Letizia sobre su cuerpo. Ella se había quitado sus eternos vaqueros rotos y ahora llevaba unos pantalones y una sencilla camisa de color negro, solo aliviado por el pañuelo de gasa en tonos vivos que lucía en torno a su cuello.
En contraste, su melena brillaba con reflejos más dorados y Felipe no pudo evitar pensar, como siempre le ocurría, que aunque no llevara prendas elegantes o de marca, Letizia se las arreglaba para estar siempre preciosa.

-Hola, ¿te acuerdas de mí? Te conocí el otro día en la fiesta. Leti, deberías presentarme como Dios manda -intervino Telma, lanzándole una provocativa mirada al recién llegado por debajo de sus pestañas.

-Cuidado todo el mundo: la devoradora de hombres local, afila sus garras... -el sarcasmo, apenas velado, de las palabras de Alfonso hizo que a Telma le entraran ganas de estrangularlo.

-¡No empecéis otra vez, ustedes dos! -ordenó Leti, cansada de sus eternas disputas-. Mira, Felipe, te presento a Alfonso, el dueño de esta galería, que amablemente nos ha cedido su local para esta exposición y a Telma, aunque ya la conoces, amiga mía desde hace no sé cuántos años. Chicos, este es Felipe de Brbon.

-¿De Borbon & Asociados? -preguntó Alfonso, impresionado.

-En efecto -respondió Felipe y le tendió la mano, tras haber hecho lo mismo con Telma.

-Qué formalito eres -declaró Telma, haciendo un mohín.

-No lo sabes tú bien -recalcó Letizia con cierto retintín que fastidió a su vecino.

-¿De dónde vienes tan guapo, Felipe? -interrogó Telma con curiosidad, devorándolo con los ojos.

-Acabo de llegar de una cena de gala en la Royal Opera House. Al terminar de comer, mi pareja se sintió indispuesta y me vine para acá. Tengo mucha curiosidad por ver el trabajo de tus alumnos, Letizia.

En ese momento, una chica de no más de veinte años con síndrome de Down se acercó a Letizia y la abrazó con fuerza por la cintura.

-¡Leti, Leti, he vendido mi cuadro! ¡Por veinte libras! -declaró, emocionada, mientras sus ojos rasgados despedían destellos de alegría detrás de las gafas.

Felipe observó la ternura dibujada en el rostro de su vecina al inclinarse sobre la chica para devolverle el abrazo y besarla en la frente.

-Mi querida Rachel. No tenía la menor duda de que algún entendido se enamoraría de una de tus obras nada más verla y la compraría, ¿no te digo siempre que utilizas unos colores preciosos?

-Quería que lo supieras la primera, ahora se lo voy a contar a mamá -la muchacha soltó a Lerizia y se alejó corriendo con una enorme sonrisa de felicidad iluminando su cara.
La mirada alegre y afectuosa de Letizia se posó sobre Felipe, que lo observaba todo muy serio.

-¿Quieres que te enseñe los cuadros? -se ofreció Letizia con amabilidad.

-Me encantaría.

-Chicos, voy a enseñarle a Felipe la exposición. Me gustaría que no le sacaran los ojos el uno al otro durante mi ausencia -y dirigiéndoles a ambos una mirada de advertencia, condujo a Felipe hasta uno de los muros de ladrillo visto en el que colgaban varios cuadros.

En la muestra había de todo. Algunas pinturas eran poco más que los garabatos de un niño y otras estaban realizadas con sorprendente habilidad.
En general, a Felipe le sorprendió la calidad de la mayoría, pues no sabía qué había esperado.

-Debes ser una buena profesora, Letizia, hay algunos cuadros que están francamente bien -declaró su vecino, admirado.

-Muchas gracias, Felipe, me halagas; pero el mérito es solo de mis chicos. No puedes imaginar el interés que han mostrado durante todo este tiempo y lo perseverantes que son -el rostro de Letizia se iluminaba cuando hablaba de sus alumnos y Felipe se sintió vagamente conmovido.

¿Vecinos? (Adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora