Capítulo 23 - Mis hijos

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—¡Vaya pedazo de anormales! ¿¡Desde cuándo se necesita tanto papeleo y mierda para adoptar a dos piojos!? —Conway gritaba, importándole poco que todos en la cafetería lo observaran.

Decidieron tomar algo para aclarar ciertas ideas, aunque fue más para tranquilizar a Conway. Se encontraba alterado por la situación complicada que se les presentó para poder recuperar a Gustabo y Horacio. Él estaba tan de los nervios, que se había pedido la mitad de la carta, dejando tan solo las migas sobre los platos en cuestión de segundos.

Volkov solo escuchaba cómo vociferaba. No ponía quejas si podía tomar un café.

De la nada, su superior calló, viéndolo tomar lo poco de café que quedaba en su taza.

—Me llamó papá, Volkov... —lamentó, con un tono más bajo.

Volkov supo que se refería a Gustabo. Ese pequeño tan complicado de conquistar lo llamó papá cuando se encontraba en una situación complicada, pidió la ayuda del superintendente y en cualquier otra situación esas palabras dichas por Gustabo hubiesen alegrado al súper, pero ahora se sentían como una decepción. Tocó ligeramente la mano de su jefe, haciéndole saber que seguía ahí, junto a él.

Conway se quedó viendo al comisario por un buen rato. No existían las palabras para agradecer a su viejo compañero por el apoyo que siempre le brindaba. Conway era consciente de la carga que es, su humor no era precisamente encantador y Volkov lo soportaba. Era casi como estar en un matrimonio, claro que sin la parte divertida.

Los ojos de Conway se iluminaron, como si hubiese visto aparecer un milagro frente a él.

—Volkov, cásate conmigo.

El comisario escupió todo el café que tomaba en ese momento, ahogándose. Las personas volvían a llamarle la atención. Una vez retomó el aliento, miró con los ojos desencajados a su superior.

—¿Disculpe?

—Piénsalo. El abogado dijo que era más favorable adoptar siendo una pareja.

Se limpió la boca manchada por el café, tratando de recomponerse ante las palabras repentinas de Conway.

—Superintendente... —Volkov ni siquiera sabía por donde empezar a negarse ante esta idea.

—Volkov, —interrumpió —de esa forma mantendría mi puesto y tú también. Los niños nunca estarían desatendidos.

—¿Sabe lo que me está pidiendo?

Conway inclinó su cuerpo, apoyando sus codos sobre la mesa.

—Olvídate de lo ilegal que pueda resultar, centrate en la causa.

—La causa costaría una multa de una cantidad de dinero que ni siquiera me atrevo a pensar. —respondió alarmado.

Se hizo el silencio, donde el superintendente pareció pensarlo mejor. Entendía la posición de Volkov y tal vez estaba abusando de su amistad e ímpetu por ayudarlo en lo que fuera.

El comisario suspiró, observando aquel deje de decepción en la mirada de Conway mientras fijaba su vista en los platos vacíos. Se odiaba muchísimo por tener tan poca fuerza de voluntad para negarle cosas a Jack, incluso si la consecuencia era una multa o incluso la cárcel.

—Está bien.

Conway miró a Volkov.

—Me casaré contigo —aceptó Volkov.

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Greco saltó sobre el sofá, con el corazón acelerado.

—¡Sí, lo sabía, estáis perdidamente enamorados!

Soy un mal padreWhere stories live. Discover now