Capítulo 15 - La furgoneta 2/2

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Conway cogió el teléfono de su bolsillo trasero. La melodía dulce de "Barbie Girl" siempre le ponía de buen humor, pero no en este momento. Antes de contestar vio el nombre escrito en la pantalla, donde ponía: "Greco". No pudo evitar enfadarse ligeramente. Ya había dejado bien claro que no quería ninguna interrupción, tenía mucho trabajo atrasado que hacer.

— ¿Qué han hecho?

— ¡Super! — Greco saludó de una forma agradable, ignorando la pregunta. Ojalá hubiesen hecho algo, la bronca hubiese sido menos intensa. — ¿cómo estás, viejo?

La descarada manera en la que le hablaba de una forma tan amigable le hacía tener un mal presentimiento.

— ¿Qué ha pasado?

— Pues verás... te vas a reír... — quién empezó a reír de forma nerviosa fue él, pero no perdía nada al intentar relajar el ambiente. — sobre los niños...

— Greco, ¿qué ocurre? — la estúpida risa de su compañero lo ponía en un ansia de averiguar lo que ocurría que le ponía de los nervios. Su cabeza ya estaba empezando a imaginar todo tipo de situaciones peligrosas.

— Los he perdido. — soltó sin más rodeos.

— ¿Qué?

— Antes de que me grites, por favor, escúchame-

Conway colgó, viendo serio al ruso.

— ¿Está todo en orden? - preguntó inquisitivo Volkov.

.   .   .

Una furgoneta robada, una cabra en el asiento trasero que no dejaba de intentar comerse la ropa de Horacio, y un grupo de tres niños agarrándose a lo que podían para no morir.

Ese era el escenario que observaba Gustabo, que "conducía" en zigzag a causa de la inexperiencia con los coches.

Ni siquiera se acordaba de cómo habían terminado así. Se suponía que solo iba a asustar a unas pocas personas explotando unos inofensivos petardos. Suponía que su avaricia por la destrucción del mundo creció a medida que veía la cara de disgusto de las personas y acabaron en esta situación. O eso le gustaba pensar.

Sin embargo, en vez de estar gritando asustado como el resto de los chicos, gritaba de emoción. Por fin sentía la adrenalina metida en sus venas y la libertad chocando en su cara. Sin duda estar atado a eso de una familia y seguir órdenes no iba con él.

Por otro lado, Horacio se encontraba haciendo una mueca de asco. El coche que conducía su hermano mayor daba tantas vueltas que era inevitable no marearse. No negaba que se lo estuviese pasando medianamente bien, pero estar en el sitio de la furgoneta donde no había un solo asiento e ir acompañado de una extraña cabra que según Segismundo era su preciada mascota, no hacía más que su coco se llenase de miedo por la regañina que les caería. Horacio maldecía a su hermano y a su pico de oro.

La furgoneta dio un giro brusco que hizo que se les saliese el alma a los cuatro niños.

— ¡Gustabo, ten cuidado! — se quejó el menor, sobando el brazo para calmar el dolor porque se había estampado en la pared.

Su hermano ignoró la protesta, haciendo oídos sordos y acelerando el vehículo para ir aún más rápido.

— ¡Vamos a morir todos! — gritó Segismundo con una risa tonta, porque sino reía, se cagaba encima.

— ¡Gustabo para ya, me quiero bajar!

— No seas un blando, Horacio. — se quejó Gustabo. A veces Horacio era demasiado miedoso y se comportaba como un niño chico. Era una parte que no soportaba de él.

Soy un mal padreWhere stories live. Discover now