El blues de Ulises

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1: POSEIDÓN ROCK BAR

Era un domingo de octubre, temprano. Las calles de Valencia, una mezcla de edificios modernos con espacios históricos y serpenteantes, amanecían tranquilas. No había tráfico ni peatones, y las palomas campaban a sus anchas por el asfalto de las avenidas.

Ulises giró una esquina corriendo a gran velocidad. Asustadas, las aves levantaron el vuelo, mientras el pequeño miraba a sus lados y hacia atrás. Parecía que alguien lo estaba persiguiendo... o que buscaba algo. A cada paso del niño, los náuticos se le desataban poco a poco, pero a él no le importaba. Entre los dedos, la leontina de un reloj de bolsillo pendía de su puño cerrado.

Tras quince minutos sin parar de correr, Ulises oyó el sonido de una persiana que se levantaba y, esperanzado, avanzó en esa dirección.

Del interior del comercio, un joven tatuado salió a la calle. Llevaba una mochila, auriculares inalámbricos y una bici.

—¡Eh! ¡Aquí! —exclamó el pequeño—. ¡Hola!

El joven no escuchó la llamada. Entrecerró la persiana y pedaleó en dirección opuesta a la de Ulises.

—¡No! Por favor, ¡espera!

La bicicleta se alejó, y el niño aminoró el paso, quedando solo y triste frente al local. Extenuado, abrió la palma de la mano y examinó su reloj de bolsillo. Era muy antiguo, y por las inscripciones que tenía, parecía hecho en Francia. Marcaba las 6.05. En ese momento eran las siete y media, por lo que hacía un rato que había dejado de funcionar.

¡Un! ¡Dos! Un, dos, tres y ¡YAAAAAHHHH!

Dentro del local, sonaron las primeras notas de una canción rock. Aunque amortiguado por la distancia, el crudo riff de guitarra, unido al agudo grito de la cantante, fortaleció el corazón del niño. Decidido, se agachó y metió la cabeza por debajo de la persiana, tratando de averiguar la procedencia de la música. Halló pocas pistas, ya que el lugar estaba oscuro y solo distinguió un largo pasillo que se perdía en las sombras.

La ansiedad volvió a Ulises, que pensaba en colarse por el hueco, pero no sabía quién podría haber allí dentro. Como las dudas y la prudencia le impedían avanzar, sacó la cabeza del agujero y levantó la vista hacia el rótulo promocional que presidía la fachada.

—Po... sei... dón. Rock... Bar. ¡Poseidón Rock Bar!

El niño leyó con dificultad, pues tenía siete años recién cumplidos y se había olvidado las gafas.

No temas nada,

no vas a fallar.

Suena el disparo

después de apunta-a-ar.

La canción seguía sonando, y la cantante recitó los primeros versos con potencia.

Ven sin miedo,

seguimos aquí,

quemando rueda

por este país.

Uooh, ¡sí!

Ulises jamás había escuchado nada parecido.

Tu - ¡pah! Tutu - ¡pah!

La amable estridencia de la melodía, a ritmo de bombo, caja y platillo, caló en el pequeño. Pensó que la gente del Poseidón tenía buen gusto musical, y que, al conocerlos, podría romper el hielo hablando con ellos sobre la canción. Y luego... Sí. Luego, le ayudarían con su reloj. Estaba seguro. Sin más dilación, Ulises agachó la cabeza de nuevo y entró en el Poseidón Rock Bar.

Relato: El blues de UlisesWhere stories live. Discover now