Prólogo

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Las auxiliares de vuelo anunciaban las instrucciones de seguridad, las medidas a tomar para proceder a las maniobras de aterrizaje en el aeropuerto José Martí de La Habana. Una isla tan polémica como atractiva. Su gente era los mejores y más consagrados embajadores de su idiosincrasia y encanto.

Leandro Duncan, había nacido en aquel maravilloso país pero hacía más de veinticinco años que no pisaba suelo cubano. Sus padres emigraron cuando él tenía solo seis en una lancha por algún punto del litoral habanero.

El desorden y batahola en aquella interminable fila en la terminal uno, provocaba tensión y expectación entre los allí presente contagiándola progresivamente a los que se sumaban. Los agentes en su creencia de Dios imperante, hacían y deshacían a su conveniencia, respaldándose en orientaciones de la Dirección de Aduana que se rige a su vez por la dirección del país de sustraer productos determinados que consideren perjudiciales para la economía cubana.

Era realmente desolador ver personas con rostros agotados siendo desbalijados con artículos de primera necesidad, a modo de regalos para sus familias, amigos y conocidos de toda la vida. Tanto esfuerzo retenido a las puertas de su hogar... Era simplemente doloroso de presenciar. Otros con mejor suerte se mostraban triunfadores por disponer de efectivo suficiente para pagar el sobreprecio que exigía eludir dicho inconveniente.

Una niña de unos cuatro años atrajo la atención Leandro. Cargaba un oso de peluche casi tan grande como ella. Corría de un sitio a otro y terminó tropezando con aquel despropósito de oso cayendo de bruces ante él.

-Hola ¿Estás bien pequeña?

-Si –Con una sonrisa inocente y los ojos chispeantes de emoción combinaban con la rebeldía de su sus cortos rizos negros. –Me llamo Elissa ¿También vienes a ver a tus abuelos?

-Bonito nombre y no, no vengo a ver a mis abuelos. -Se irguió en un intento de parecer ocupado para evitar le siguiera hablando, pero ella no tenía intención alguna de hacerlo. -Deberías ir con tus padres, podrías perderte entre tanta gente.

-Mis padres están aquí, -Señalando a una pareja muy ocupada hablando entre ellos y mirando a su hija de vez en cuando con una sonrisa. -¿Ves? No me perderé. –Era muy resuelta sin lugar a dudas y muy decidida para su edad.

-Qué bien, -Anunció sin demasiada alegría. –Ya comenzaba a sentir molesta la insistencia de la pequeña. Solo consiguió que bajara la vista hasta su zapatos pensativa para mirarle aún más interesada.

-Sino es a ver a los abuelos... ¿A qué vienes? –Ver a la familia en Cuba era lo único que se concebía en la mente de aquella pequeña. Ciertamente era el tema cotidiano del emigrante, disfrutar con los cubanos en aquella isla fascinante.

-De vacaciones. –Ya sabía que no se libraría de aquella curiosa infanta. Haber empleado todo lo que se le ocurrió, ignorarla, contestarle sin emoción, revisar su teléfono móvil fingiendo interés, daba igual, ella era más insistente y paciente que nadie que conociera.

Gracias a eso, llegó su turno sin darse cuenta. Instintivamente miró a su alrededor en busca de la pequeña, pero ya no estaba ¿La echaba de menos? Increíble. Salió y no era como los demás aeropuertos que acostumbraba a pisar por su apretada agenda laboral. Era vibrante el calor humano, las lágrimas de reencuentro... Era simplemente mágico ser testigo presencial de aquel acontecimiento.

El ansia era un sentimiento compartido entre los concurrentes, con diferentes motivos o todos a la vez. Algunos con el corazón desbocado por ver a los seres queridos que esperaban fuera después de mucho tiempo alejados. Otros por sentir el olor a Cuba nuevamente, la cercanía de su gente, el sabor criollo en su máxima expresión. Todos los sentimientos que evocaba ese momento, ese sentir, minaba el regusto amargo sufrido.

De camino a la puerta una mano en miniatura pero impetuosa le agarró fuerte y tiró de él. Alcanzó a ver esos rizos azabache saltando libremente hacia un grupo de personas emocionadas entre abrazos y besos.

-¡Aquí está mi amigo! –La voz enérgica e infantil de la pequeña captó la atención de todos. Excepto de alguien que estaba de espaldas más interesada en la conversación con un hombre, al parecer se estaban reencontrando.

-Hola. –Con cierta reserva.

-Elissa no ha parado de hablar de usted. –Anunció un joven. –Mi nombre es Rubén, soy el padre de esta princesa. Adriana, su madre y mis suegros Mercedes y Osvaldo.

-Un placer. -Dijeron casi al unísono. La curiosidad de aquella enigmática mujer le hizo mirar de soslayo pero le atraía más el apuesto amigo de la infancia que volvía a ver después de muchos años.

-Mi nombre es Leandro. –La familiaridad con la que se trataban era similar a la de conocidos desde siempre, del barrio.

Pero él no podía apartar su mirada de la única que no le mostró ni el más mínimo interés ¿Será porque le hirió su orgullo o sería aquella larga melena ébano que coqueteaba con sus anchas caderas? Lo cierto era que le molestaba no poner imagen a ese rostro, que ella se mostrara tan altiva.

-¿Te quedarás en La Habana Leandro? –Adriana le preguntó con curiosidad. Empezaba a sentir lástima por aquel hombre, no debía mirar demasiado a su hermana sino quería sucumbir a sus encantos como hacían todos los que se le acercaban. Una risa armoniosa con melodía femenina le distrajo.

-¿Eh?... Solo unos días. –No perdía ocasión de mirarla entre palabras. –Quiero conocer la isla. Es mi primer viaje y no quiero ir a hoteles. Quiero ver la Cuba de a pie, su gente, su cultura, su idiosincrasia. No quiero conocer el país que me vende en las guías turísticas. –El sonido del metal llamó su atención hacia la altura de su cadera derecha, eran cinco pulseras finas de oro que adornaba su muñeca.

-Muy buena elección, debe ir a La Atenas de Cuba como se le llama a Matanzas. Pasa a visitarnos, será un gusto tenerle por allí. Y a Elissa le hará ilusión.

-¡Tía, aquí está mi amigo! –La insistente niña tiraba del brazo de Caridad llamando su atención.

-Bueno Cary, te dejo con tu familia. –Mirando a los que había hecho alusión y despidiéndose con un movimiento de barbilla. -Tenemos que quedar y recordar viejos tiempos. Te llamaré a casa. –Su amigo no disimulaba lo a gusto que se sentía en compañía de ella, se veía tan deleitado que rozaba lo ridículo. Dos besos en una misma mejilla por despedida y un abrazo muy cariñoso.

-Está bien mi amor, ya voy. –Anunció tiernamente a Elissa. Su vestido amarillo con estampado sutil, era ligero, sus vuelos se movían a voluntad sobre las rodillas. Con una sonrisa se giró revelando el misterio que atormentaba a Leandro, su rostro... su mirada, su encanto, su perdición. Toda su elocuencia quedó congelada, no era capaz de juntar dos palabras con sentido ni en su mente.

-Hola, soy Caridad. –Su atrevida sonrisa lo estaba dejando sin autonomía y ella lo disfrutaba, dejar a los hombres hechizados, era su juego favorito. –Los amigos me llaman Cary y si eres amigo de mi sobrina, lo eres mío. –Se acercó y le dio un beso en la mejilla. Sus suaves y cálidos labios acariciaron su piel de forma delicada, activando su sentido olfativo con su aroma dulce, adictiva.

-Encantado... -Carraspeó por la afección vocal que padeció momentáneamente. –Soy Leandro.

-Cary, él quiere viajar por la isla y conocerla desde dentro. –Le informó Mercedes, su madre. –Si va por Matanzas ya le dije que está invitado a nuestra casa y tú podrías enseñarle la ciudad, ya que para un brete no hay que llamarte, vas sola. –Todos rieron.

-Por supuesto -Lo miró con un brillo que encandilaba y los labios juntos eran una invitación a adorarlos. –Será un placer mostrarte nuestros encantos ¿Estás preparado para ser hechizado? –Se acercó ligera, con gracia. Le levantó una ceja provocándolo. –Quién conoce la sabrosura de Cuba no quiere irse nunca, y si la conoces de mi mano no querrás estar en otro sitio que no sea aquí.

-Correré ese riesgo. –Sosteniéndole la mirada y la boca extremadamente seca.

Se despidieron en un abrazo cálido, indiscutiblemente se cayeron bien. Nadie que estuviera observando diría que se acababan de conocer. El destino hacía una más de sus travesuras teniendo como herramienta a una niña de cuatro años. Estaban conociendo el principio de una historia, la de sus vidas.

LA HIJA DE OSHUNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora