Capítulo 18.

760 77 51
                                    

Me desperté más temprano de lo que en verdad estoy acostumbrado. Me pegué una refrescante ducha y comí una quemada tostada antes de salir de mi departamento, a un agotador lunes en la universidad. 

El domingo se me había pasado rápido hablando con Rose y recordando cosas de cuando era niño. La hice desistir de la absurda idea de que yo me estaba enamorando de Marjorie. Ese concepto no está incluido en el diccionario de mi vida. 

—Uno nunca sabe cuándo el amor le llega, pequeño —me dijo Rose— Pero de que llega, llega. Sin avisar y sin permiso, y hay veces en las que se va de la misma manera de la que vino...

Sacudí mi cabeza y me subí a mi moto para prender marcha a las tareas del día. Llegué y me encontré con Georg y Gustav. 

—¿Qué tal, Kaulitz? —me preguntó Georg. 

—Bien, ¿Tú? —le dije. 

—Excelente —contestó. Lo miré atentamente. 

—¿Realizada la hazaña? —dije al ver su rostro de autosuficiencia. 

—Realizada —contestó. Chocamos nuestras manos. Georg anotaba otra más a su lista de mujeres. Una lista larga y morbosa. Yo nunca hice una lista, y tampoco pienso hacerla. 

—¿Y tú, Gustav? —le hablé a mi otro amigo. 

Él estaba serio y parecía molesto. Miré a Georg y me hizo un gesto con los hombros. 

—No sé que le pasa, así está desde que llegué —dijo Georg. 

Ambos nos giramos a verlo. 

—¿Qué pasa, hermano? —pregunté algo preocupado, nunca lo había visto tan serio.

Él terminó de fumar su cigarrillo y lo tiró hacia un costado. 

—No pasa nada —contestó secamente. Otra vez con Georg nos miramos extrañados. 

Pero mi atención fue llamada por un auto que acaba de entrar al estacionamiento. Era nuevo, pues nunca lo habíamos visto antes. 

—Un Audi S4 Cabriolet, ¿De quién es esa belleza? —habló Georg, sin dejar de mirar el auto. 

Hasta que una pequeña figura se bajó de allí. 

—Marjorie —dije sonriente. 

—Mira como se le iluminó la cara —habló Gustav. Me giré a verlo. 

—¿Estás vivo? —dije y palmeé su hombro— Pensé que no. 

Volví mi vista a la castaña. Ella cerró la puerta de su auto y con una sonrisa de oreja a oreja se acercó a nosotros. 

—Hola, muchachos —nos saludó animosa. 

—¿Cómo estás, Marjorie? —preguntó Gustav. Ella lo miró bien. 

—Creo que mejor que tú —dijo ella. 

—Sí, no sabemos que le pasa —dijo Georg.

—No me pasa nada —soltó exasperado— ¿Acaso nunca tuvieron un mal día? 

—¿Estrenando auto? —le pregunté y logré al fin obtener una mirada fija de su parte. Sonrió mostrándome todos sus dientes. 

—Sí —dijo contenta— Al fin me trajeron mi auto. Ya no voy a depender de chóferes celosos y aprovechadores...

—¿Eso último fue una indirecta para mi? —le dije. Georg rió. 

—Más que indirecta, diría directa amigo —dijo y palmeó mi espalda. 

Peligrosa obsesión | tom kaulitz.Where stories live. Discover now