Introducción:

El lejano despertar se encuentra tan sumido en el pasado que no logro recordarlo. Para mí, que pasé siglos a solas en la oscuridad, el frío fue creado con otro significado al que le dan los humanos. Si bien es sinónimo de hielo, gélido y helado, para mí, implica la simple y oscura soledad.

Sin embargo tengo la memoria intacta y brillante de aquel día, como el de otros bellos momentos que atesoraré por siempre y me encantaría contarte, en que lo conocí.

Había desarrollado la ansiada necesidad de abandonar mi cuerpo celeste, pisar tierras áridas y faltas de gracia; amando en sobremanera aquella bicolor desde la lejanía. Aquel líquido trasparente al tacto suave y azul en conjunto, esos prados verdes que con su giro bailable cambiaban a áridos o blancos. Lo espléndido del planeta tierra eran sus cambios constantes y adaptativos.

Aquel día observaba entre las aguas cristalinas de un bello e idílico estanque lo que fue el primer animal que se plantó sobre sus dos piernas. La fiereza y ánimo de voluntad por querer alcanzar la fruta del árbol, la manzana, me hizo ver y creer más en que esos seres peludos, salvajes, de temidos colmillos y sangrientas mandíbulas, eran más que simples lobos. Así los había llamado, lobos, licántropos que se veían más inteligentes y racionales que otros de los seres que habitaban ese planeta.

Sin embargo, lo que más me contuvo durante siglos observándolo con admiración, no solo fue su fe y constancia en seguir creciendo y evolucionando, dejando la apariencia física de lado solo al defenderse o perder la cordura, sino el concepto de amor que comenzaron a crear. Parecía arraigado en ellos, algo más bien físico e inquebrantable, que solo pudieran estar por el resto de sus vidas con el lobo escogido.

Un único amor; así como el que yo tuve en el año uno de la creación.

Estaba riendo, viendo feliz como otra pareja se enlazaba y cachorros de su manada correteaban en los filos del territorio. Acomodando mi cabello lacio y blanco, como mi piel y aspecto real, moví mis manos con gracia al haber copiado la forma humana de mi más grande admiración. Con mi gesto bailé el aire, uno de los licántropos estornudó y jugó con las hojas que se mecían a mi decidido compás. Mas no esperé que otro, igual de fuerte y grande, chocara y lo derrumbara. El instinto animal, aún arraigado en ellos, les llevó a una lucha de poder que sufrí ante la muerte de ambos.

Yo lloré; el hombre ante mí sonrió.

Cabello azabache, ojos negros, sonrisa diabólica. Un imán nos hizo acercarnos, como polos opuestos y a su vez correctos. Era la primera vez que conocía a un ser como yo en siglos. No lo recordaba del cielo, él a mi tampoco. Su piel morena se congeló al igual que de la mía salió vapor cuando nos tocamos.

-Soy Helios.

-Soy Diana.

No tardamos en crear una rutina entre ambos para vernos. La oscuridad completa reinaba las cielos cuando lo hacíamos, incapaces de ser conscientes de ello. Mas bien incapaces de querer creer en ello, en que era nuestra culpa.

Mi amor por Sol fue genuino, puro y brillante. Era ese tipo de amor, que por más que trate de explicar, jamás se llegará a comprender. Tenía ápices egoístas, también bondadosos, celosos y voluntariosos, de rabia y cariño. Él adorando ver el caos, yo llorando porque lo detuviera. Yo allanando caminos, él enfurecido por destrozar sus montañas de piedras.

Si no me equivoco, fue en el año doscientos o algo así. Algo en mí latió diferente cuando vi por primera vez aquella linda carita. Piel pálida como la mía, cabello rubio como mi amado Helios en su forma astral, ojitos soñadores como los míos pero oscuros como los de mi amado. Me encariñé demasiado con ese Omega, tanto así, que mi alma lo aceptó como hijo propio. Para mí siempre fue, es y será mi primogénito. Por eso, cuando mi pequeño cachorro creció e hizo conexión con su Alfa, mentí y actué escondidas de mi Sol.

-¿Cómo se te ocurre concederles parte de tu magia? -Había preguntado él en la oscuridad absoluto. Los humanos corriendo despavoridos ante el mal presagio que, según ellos, era lo tener ningún astro iluminando su cielo.

-Se merecen amarse por siempre, mi hijo merece tener a su destinado por toda la eternidad con él. -Mi defensa fue clara, no iba a dar mi brazo a torcer, pero él tampoco y su respuesta fue la primera gran grieta en nuestra relación.

-Si el Omega es como tu hijo, déjame decirte que el Alfa es como el mío. -Cierto era, que la dulzura irracional de un Alfa vista en aquel, era solo algo que Helios juraba ver en mí. Ambos habíamos adoptado a aquella pareja, sin saberlo del otro, porque nos recordaba al amor de nuestra vida. -Y no quiero que vuelva a sufrir desdichas por estar con ese Omega, no quiero que los enlaces. Romperé el hechizo.

Lloré trescientas noches. Tanto así que los campos dejaron de florecer, las tierras no se podían secar por mucho que Sol lo intentara y mis adorados licántropos perdieron mi supervisión. Siempre lo supe, Sol era egoísta y malvado, pero conmigo nunca lo fue y eso es lo que quise ver y creer.

Destrozar como destrozó el alma de mi pequeño, cuando sin esperanza vio a aquel joven morir de amor en sus brazos, me hizo brillar sobre ellos para arroparlos en mi manto de luz. La súplica de mi hijo, pura y sincera, fue el final de momentos completos de oscuridad.

Dejé a Helios, dolido y herido, tanto como yo lo estaba; pero él es un ser podrido, oscuro y despechado. A veces uno se enamora del alma incorrecta y, sin embargo, no puede dejar de amarlo. Tratamos de no interponernos en el camino del otro, tal vez por simplemente no vernos, ni en sus efectos y actos. Mas vernos cada ciertos años no es suficiente, nunca lo será, y aunque sea para discutir y echarnos cosas en cara; los eclipses entre el Sol y la Luna siguen sucediendo. Porque será mi enemigo en las leyendas o mitos, pero realmente es el amor de mi vida y sé que el me ama igual, porque sin él no habrían esos desdichados enredos que nos llevaron hasta aquí.

Ay, mis amados favoritos, en distintos universos y vidas os he visto crecer una y otra vez. Os tuve como estrellas, os devolví a la vida, y mi amado Sol esperó hasta el momento indicado para arrebatárosla para cumplir mi capricho de veros felices. Al menos, lo intenté una vez tras otra, porque si mi amor no puede ser, al menos quiero que el vuestro sí lo sea.

¿Sabéis de quien hablo, verdad?

Juraría que todo empezó con ese pequeño cachorro que no quería despertar porque había prometido esperar a su Alfa sin recordar que siglos atrás me había pedido que lo devolviera a la vida junto al joven que enterró con sus amados dos Alfas.

Choi BeomGyu fue la primera estrella que descendí de nuevo a la tierra y jamás me arrepentiré de ello.

Diana; Madre Luna (Mini historias de mis libros)Where stories live. Discover now