—Ay, que pena molestarlo así —susurró Julia—. Acuestela en su cuna, por favor.

—Sí, doña Julia —respondió obediente, y con suavidad recostó a la bebé.

—Muchas gracias, ¿qué le provoca comer? —le preguntó—. Yo se lo preparo, cuénteme qué le gustaría.

—Lo que sea esta bien. Pero ¿Puedo ayudarla? También quiero cocinar

Julia aceptó la ayuda en la cocina, y aunque al principio se sentía incómoda, al poco tiempo ambos se volvieron a divertir. El aroma de la comida, el chisporroteo de la sartén y el sonido de la música en la radio crearon un ambiente alegre. Durante un rato, ambos olvidaron la realidad y simplemente se divertían y se encontraron disfrutando de un buen rato en compañía.

Y así, con esa misma alegría, pasaron los días, y la casa de Beatriz fue recobrando más vida. Las semanas transcurrieron, y pronto el mes terminó. Beatriz había llegado a conocer a Daniel, y el cansancio de haberle enfrentado todo el tiempo ya se había disipado. Armando seguía teniendo su personalidad burlona, y aunque Daniel no siempre reaccionaba a su humor, muchas veces deseaba golpearlo pero no lo hacía.

—¿Donde va, Beatriz? —preguntó Daniel, jugando con la niña.

—Para ningún lado, ¿por qué?

—Por la ropa que lleva —contestó—. Se ve muy bonita, viste así cuando sale.

—¿No puedo ser bonita en mi casa? —interrogó entre risas—. Muy bien, Daniel. No puedo mentirle, lo que pasa es que voy a llevar a la niña para que le pongan la vacuna.

—Mentira —interrumpió—. Aún no le toca vacuna a la niña. ¿Donde va?

—Es muy inteligente, Daniel —respondió, riendo—. Voy a pasear, lo necesito... No, ¿necesitarlo? Me obligaron.

—¿Puedo acompañarla? —Le preguntó, suplicando con su sonrisa.

—No, vea si lo llevo puede pasarle algo —informó—. Por eso no quería contarle nada.

—Sí, ya lo sé Beatriz —contestó desanimado—. Pero, eh... ¿Pero qué tal y la niña llora? Yo puedo cuidarla.

Aunque en un principio la oferta de Daniel le había causado sorpresa y un poco de gracia, Beatriz no podía dejar de sentirse agradecida por haberle aceptado. Y lo que más la sorprendió fue verlo tan feliz, que le hizo apreciar su sonrisa con colmillos mucho más. Había algo en su actitud que ya no le daba miedo, y por el contrario, le hacía sentirse cómoda.

—¿Quiere un café, Daniel? —preguntó Beatriz, caminado mientras empujaba el carrito de la niña.

—Eh, sí —respondió—. Beatriz, mire. ¿Le gusta ese collar? A mí sí, a usted le quedaría bien.

—Sí, ¡ay pero mire ese precio! —exclamó—. Ah no, mejor ni lo mire, a ver si nos cobran por verlo. Mejor vamonos para una cafetería, mire allá hay una.

Beatriz continuó su recorrido por el centro comercial, mientras que Daniel se quedó algo atrás, mirando por última vez el collar. Justo cuando ella se disponía a salir, Daniel se dio cuenta de que había dejado atrás el collar, y corrió hacia ella para tomarla del brazo y caminar junto a ella. Afortunadamente, la cafetería quedaba a unos pasos de distancia, así que no les llevó mucho tiempo llegar, y adueñarse de una mesa vacía.

—Beatriz —llamó—. ¿Será que seguiremos siendo amigos?

—¿Cómo así? ¿Por qué la pregunta? —interrogó, dándole a su niña un juguete para que no llorara.

—No me cuenta sobre mí —continuó—. Y me dijo que yo la caía mal. ¿Es porque soy malo? Beatriz no quiero recordar, porque quiero seguir siendo su amigo.

Perdido en la infancia | Daniel ValenciaWhere stories live. Discover now