Capítulo 1: Lo que faltaba

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Las posibilidades de que un día cualquiera se convierta en una catástrofe son demasiado bajas

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Las posibilidades de que un día cualquiera se convierta en una catástrofe son demasiado bajas. Pero no nulas, al parecer.

Hey! The sun is up, this day es waiting for youuu...

No podía ver nada con todas las legañas en los ojos de llorar la noche anterior. Moví el brazo e intenté encontrar la alarma que estaba sonando a unos centímetros de mí, pero tuve que incorporarme para lograrlo.

—Maldita canción... —protesté.

Me acaricié los ojos con brutalidad.

—Bien, al menos sé que el método funciona —murmuré al poner los pies sobre la alfombra.

Como nunca podía levantarme los días laborales sin llegar tarde a clase, diseñé el método arriba por la fuerza, que consistía en poner una canción que odiaba de alarma para así tener que levantarme para luego apagarla. ¿Cada uno combate sus miserias a su manera, no? El paisaje espeso lleno de nubes daba comienzo a un nuevo día de mi patética juventud. Cuando logré mentalizarme, me vestí con la primera sudadera blanca que encontré en el armario, me puse unos mom jeans color carbón y bajé con silencio para desayunar. A esas horas de la mañana nunca tenía hambre, así que solo agarré un yogur con azúcar de caña y esperé sentada a que se unieran mis padres.

Al cabo de un minuto y a medio yogur, oí unas pisadas de zapatillas viniendo hacia mí.

—Buenos días, Audrey —dijo mi madre tras un largo bostezo—. Vaya... Si que mañanera... Muy extraño sabiendo que hoy empiezan las clases.

—¿Bromeas? Estoy emocionadísima por el primer dia.

—No esperes que me lo crea, cariño.

Di una pequeña carcajada. Pensaba mentir otra vez diciendo que me encontraba mal para no asistir, pero claro está, ya era demasiado tarde.

—¿Dónde está papá? —pregunté lamiendo la tapa del yogur—. ¿Aún duerme?

—Está despierto, pero ya sabes lo lento que es.

Mi madre encendió la cafetera y se produjo un pequeño silencio incómodo. Su cabello rubio apagado se hacía mas fuerte con la luz de la ventanilla rebotando en sus mechones dorados.

—Y bien... Supongo que ya tienes todos los deberes hechos y has ordenado el escritorio. ¿No es así? —me preguntó haciendo su trabajo como mi creadora.

—Ya sabes que sí. —solté cansada de esa pregunta—. Y también sabes que no hace falta que me lo preguntes, ya no soy una niña, sé lo que tengo que hacer.

—Tonterías, sigues siendo una niña.

—No lo soy —reproché.

—Claro que sí. Eres mi niña.

Instituto para siempre ©Where stories live. Discover now