La llorona

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Nunca creí en las leyendas ni en las historias de fantasmas. Nunca.

Creía que esas historias de seres sobrenaturales estaban destinadas solo para el cine y la televisión, una forma más de entretenimiento para todos aquellos que disfrutaran del miedo.

Yo no.

Mi mundo es romance, comedia y cliché. O al menos así lo era cuando terminé la universidad y me mudé a una ciudad pequeña para trabajar. Era un lugar nuevo y desconocido para mí, pero como la chica ruda que creí que era, estaba decidida a tomar al toro por los cuernos.

Unos de esos días en que regresaba de mi ciudad natal a mi nuevo hogar, bajé del autobús y observé las calles vacías. No era particularmente tarde, apenas las 8:30 de la noche, pero el ser una extraña en un lugar nuevo me hizo sentir un escalofrío en la espalda. Aferré la manija de mi maleta con fuerza y tiré con fuerza, concentrándome en el sonido de las rueditas pasando por el pavimento. Mi mente estaba atenta a todos los sonidos: un árbol crujiendo, una persona caminando por la acera de enfrente, el sonido de los autos. Levanté la cabeza y seguí, apurando el paso para llegar al oscuro callejón donde estaba mi apartamento. Tres cuadras después, respire aliviada por encontrarme en terreno conocido.

Antes de que pudiera continuar por el callejón, escuché un ligero susurro: ¡Ay! ¡Ay!

Me detuve por un momento. Miré hacia ambos lados del callejón esperando encontrar a una persona, pero todo estaba incluso más tranquilo. El susurro volvió.

¡Ay, ay!

Por primera vez tuve miedo y casi corrí arrastrando la maleta detrás de mí hasta mi pequeña casita. Entré, puse el pasador y la llave a la cerradura, luego miré por la ventana. En realidad no conocía a los vecinos, pero supuse que eran personas tranquilas y tal vez alguien estaba viendo la televisión.

¡Qué tonta! Seguramente mi miedo provocó que escuchara de más. Decidí que no había nada qué temer y volví a mis actividades normales.

Al día siguiente salí temprano rumbo a mi trabajo y eché un vistazo a los apartamentos de enfrente. Casas que lucían habitadas, plantas y juguetes de niños apostados por el pasillo y el patio. Si, sin duda lo de ayer había sido solo un vecino.

El asunto salió de mi mente por algunos días y lo olvidé lo suficiente para decidir salir a pasear con mis amigas. Cenamos, platicamos y paseamos hasta que oscureció, las 11 de la noche llegaron pronto y les pedí que me llevaran a mi casa. El auto de mi amiga Laura estacionó por fuera del callejón.

—Lista, señorita. —se río—. ¡Nos vemos pronto!

—¡Gracias! —bajé del auto y caminé, el sonido de mis tacones golpeando el piso era lo único.

—¡Ay, ay! —o no lo era—. ¡Mis hijos!

Me detuve en seco ante el sonido, mirando fijamente la ventana del apartamento de la planta baja y escuchando la voz de una mujer, una viejecita por lo que podía distinguir.

Se lamentó de nuevo.

—¡Ay! ¡Ay! ¡Mis hijos!

Pobre señora, pensé. Seguramente está sola en casa y sus hijos no la visitan seguido, como pasa en muchas familias. Me sentí mal por ella, recordando a mi propia abuelita allá en mi casa.

Me asomé por la ventana tratando de mirarla, pero la cortina de la ventana no me dejaba mirar la sala a pesar de tener la luz encendida.

—¡Mis hijos!

Es tarde, no debería molestarla. Me dije que volvería en otro momento y la saludaría, tal vez en la tarde que regresara de mi trabajo. Caminé a mi puerta y entré lo más rápido que pude.

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⏰ Last updated: Jan 11 ⏰

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Antología de Leyendas MexicanasWhere stories live. Discover now