𝟎𝟓. 𝐉𝐎𝐍 𝐑𝐄𝐘

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      — ES COMO SI LA SANGRE DE INVERNALIA ENTERA SE DERRAMASE EN SU PRESENCIA— lamentose Catelyn Tully, aquella que había perdido a su verdadero amor, el hermano de Ned bajo las directrices de la Lannister. Sus palabras eran la constante que atravesaba todas las escenas desde aquel entonces en el que la Invernalia se revolucionó de tal manera que Eddard tenía la excusa perfecta para permanecer allí y no seguir los pasos del Usurpador hacia Desembarco del Rey.

En la ferocidad de aquellos gritos la memoria de un pueblo entero se avivaba. Cada lágrima derramada por los Stark y su gente pretendía transformarse en gotas de sangre a puro desgarro. Todos alguna vez, hasta los más grandes hombres deseaban estar en la piel de la reina siendo dueña y señora de la verdad sin necesidad absoluta, sin ambiciones puesto que toda riqueza le era otorgada. Todos querían ser la reina, Sansa quería ser reina por ejemplo ¿Pero alguna vez todos habían pensado qué le pasaba a la reina?

— Codician todos mi ser pero ninguno de ellos mi sentir— el halo de amargura la visitaba en demasía cada vez que se veía en los ojos de aquellos que le servían como debía ser o la veían con esquirlas doradas en los ojos así como la pequeña Sansa.
Desde que Julia había partido, Cersei no necesitaba recordar pues no entregaba descansos su corazón, completamente transitaba una agonía constante que depuraba a litros de vino y escencias de alcohol, simplemente vivía.

¿Qué corazón evocaba así como el pueblo de Invernalia con los malditos Stark, el reclamo de su sentir? Parecía su corazón a cada segundo llorar solo por ser una reina usurpada, por ser arrebatada del amor de su vida. El llanto de la sangre se interiorizaba para no impresionar a nadie, para realizar una buena letra durante el reinado del Usurpador, quien le había perdonado la vida. Por lo tanto, Cersei ya no lucía frenética ni desnutrida, pero por dentro el llanto no cesaba.

Parecía ser que sus malos juicios ya tan maduros que se traducían en odio hacia Invernalia, jamás dejarían de crecer. Nunca se estaba realmente solo, solía decir la, como ella creía, difunta Targayen. Siempre existía alguien.
Los norteños lloraban con los Stark su pérdida, la de Brandon, la de Rickard. Pero ¿Quién lloraba con ella? ¿Quién sería capaz de encarnar el manto de sangre que bañaba el cuerpo de su alma?

La nieve aquella tarde caía débil, simulaba su solitario, mudo y lloroso quebranto. Aves que jamás había visto sobrevolando el terreno, emitían alaridos que alteraban sus silencios, esos que parecían derrotarla y la llevaban a servirse más de una copa de vino. Por eso mismo en aquel momento, el canto tenebroso de esos cuervos en bandada le otorgaba cierta estabilidad, la necesaria para no quebrar.
¿Quién lloraba con ella? ¿Quién sería capaz de encarnar el manto de sangre que bañaba el cuerpo de su alma?
¿Qué bestia habría de ser tan feroz para encarnar sus desgracias que no paraban de nacer desde la Usurpación y el asesinato de Julia Targaryen?

Allí como si de su llanto toda la sangre exterior hubiese brotado, yacía tembloroso sentado en un tronco el salvaje de Ned Stark. La cumbre de su bestialidad apaciguada por el temor a la Justicia del Rey, se expresaba en temblores tan minúsculos como notables. Desde la raíz capilar hasta el filo de sus dedos, la sangre de los norteños protestantes rasgados bajo su espada comenzaba a crear una capa atroz que existía en la misma sintonía que el corazón de Cersei. Incluso, rebelde, pues había dejado nacer toda su ira como nunca ella lo había hecho. Acercose con el mismo impulso que la motivaba a seguir allí en las afueras de su carruaje y el castillo de Invernalia, el sentir cerca a Julia, su reina eterna. La sien de Cersei se mantenía tan latente como frenética, intentando apaciguar el sentimiento que florecía con desesperación y altas dosis de esperanza y hacía muchos años no la visitaba: el corazón esperanzado, los posibles frutos del destino que si seguían sus pretensiones, Julia estaría viva. 
El espectro de la bruja Targaryen se volvía memoria y ya no atribuía ninguna llama vivaz, ni el color del cielo, ni las desgracias de Robert a sus poderes que se manifestaban acercándose poco a poco. Pues el Rey le había confesado, para que dejase atrás su supertición, que la había asesinado. A partir de ese día decrecieron sus esperanzas y afloraron las lágrimas. Creyose el rey gustoso y victorioso, harto de sus ataques de locura, que contarle acerca de la muerte de la bruja había sido la mejor receta. Pues desde entonces, el silencio reinaba en ella. Sin embargo a cada rincón del castillo que en soledad Cersei recorría, en cada asunto nupcial, en cada cena, en cada paso por el Salón Real repleto de tapetes pero sin los fósiles del dragón, susurraba Cersei "Nadie es capaz de borrar mis recuerdos. Nadie es capaz de matarte en mi alma".

𝐓𝐇𝐄 𝐖𝐈𝐓𝐂𝐇 | 𝐜𝐞𝐫𝐬𝐞𝐢 𝐥𝐚𝐧𝐧𝐢𝐬𝐭𝐞𝐫Where stories live. Discover now