𝟎𝟐. 𝐄𝐋 𝐀𝐋𝐄𝐏𝐇 𝐘 𝐄𝐋 𝐍𝐈Ñ𝐎 𝐔𝐒𝐔𝐑𝐄𝐑𝐎

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Un usurero es un prestador con el que siempre se contraen deudas imposibles de pagar.

1. "Qué locura verte ahí, que fuerte que estés acá. Sos tan puro. El horizonte engancha señal

¿Qué podríamos dar por vos? Ya sé, la vida. Mimamos la cima con tu amor.

Pude ver la eternidad en los ojos de un niño"

     El susurro de esos árboles que decoraban lo inhóspito, se grababa en su memoria, a cada huella dentro de la profunda nieve, difusa en todo mapa geográfico. El territorio invernalmente cruel parecía ser simétrico en cada uno de sus horizontes.
El más allá del más allá de la muralla, el escenario de cada uno de los cuentos de terror para niños, era nada más y nada menos que recorrido por un niño, el mismo niño de las frecuentes visiones de la reina. Sus cabellos dorados adquiría la rigidez del hielo y la nieve se le inmiscuía entre las cejas, la visión era casi nula pues el vendaval invernal arrasaba con todo panorama.

Esas duras circunstancias lograban derribar a esos vándalos salvajes que morían en el intento de seguir caminando en busca de algún horizonte y destino perdidos.
El destino del niño era más que certero, la memoria suya se regocijaba al estar transitando la búsqueda más importante de su vida. Al haber dejado a su hermana adoptiva Meera detrás, justo en la muralla que custodiaban los hombres, no tenía más que la brújula de su corazón y de su tierno cuerpo  que ansiaba llegar al encuentro con aquel demonio blanco.

Todos sus sueños le hablaban sobre él, sobre que la nieve no era para nada suave al lado de la ternura de su pecho que lo esperaría para acurrucarlo hasta dormirse en paz por primera vez. 
Unos quince años pasaban de la rebelión del Usurpador, desde entonces el demonio blanco no hacía más que estar presente en todas las leyendas para atemorizar a los niños y supersticiosos.
Algún día, el demonio blanco volvería para vengarse de toda la dinastía Baratheon y todos los traidores que lo apoyaron en la ocupación. Los hombres dejaron de temer por su regreso, pues su huída parecía ser definitiva, estaba lejos, muy lejos y ellos estaban a salvo. El niño se dirigía a ese refugio para hacer todo lo contrario a lo que cualquier hombre haría. 

Su pequeño pecho, se regocijaba de emociones vívidas, de grandes ilusiones y de un futuro que llenaría todos sus vacíos y soledades. Los caminantes blancos, el Rey de la Noche, las arañas de ocho patas, los Otros y todo ser atemorizante no sería capaz de detenerlo, ni de helarle la sangre. Lo único a lo que temía era al vacío y la soledad eterna, a esas visiones que lo atormentaban por las noches saliendo de las entrañas de su madre y siendo arrebatado de su pecho minutos después.
La gravedad de pisar aquellas inhóspitas tierras no era invento de nanas, ni de supersticiosos. La vida que guardaba dentro suyo estaba derrumbándose por los vientos helados y el susurro de esos árboles. La amenaza estaba latente pero el corazón le bombeaba la sangre de dragón.

El pecho del demonio blanco, aquel por el cual la tibia leche de dragón se producía, la misma que Daenerys Stormborn, había absorbido años atrás convirtiéndose en el apogeo de la magia, estaba cerca.
En todo Poniente, en ese mismo momento y en tantos otros, las leyendas acerca de la bruja de las nieves, el demonio blanco se reproducían sin cesar dejando a miles de niños sin dormir.
La historia que se contaba el niño, era sinónimo de su supervivencia en aquel territorio inhabitable. La había visto en sus sueños, el demonio blanco sí tenía el pelo tan blanco como la nieve y los ojos tan anaranjados como el fuego pero consigo no traía dragones. 
El pecho, las cálidas manos, jamás habían sido recurridos por su cuerpito pero allí iba, en camino a reunirse con todas sus ausencias, resistiendo a todo el más allá porque era un dragón.

Él era un dragón, al igual que Daenerys Targaryen, inmune al hielo, creía mientras las viseras se le iban congelando de a poco y los pulmones se le rasgaban minúsculamente, su pequeña nariz idéntica a la de su madre perdía pequeñas gotas de agua que amenazaban con congelarse.
Las visiones volvieron a visitarlo, vio la timidez de la larga nariz respingada del demonio blanco que merecía obtener su aroma, vio los huecos inmortales de su corazón y sintió el deseo de alojarse en ellos  hasta la eternidad.
Los pequeños y colorados pies del niño se apresuraban al divisar, entre el gran imperio del invierno, una cueva. El cansancio, la destrucción progresiva de las defensas de su cuerpo parecían amenazarlo en ese letal camino. Las visiones que alojaba en su centro de magia, ya lo anoticiaban de lo que pasaría: Mamá ni siquiera lo miraría a los ojos.

𝐓𝐇𝐄 𝐖𝐈𝐓𝐂𝐇 | 𝐜𝐞𝐫𝐬𝐞𝐢 𝐥𝐚𝐧𝐧𝐢𝐬𝐭𝐞𝐫Where stories live. Discover now