Capítulo 12

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La confesión lo hizo abrazarla y volver a recostarla sobre la mesa. La tenue luz que los iluminaba le pareció perfecta. Podía disfrutar del cuerpo de Minerva y aún así mantener algo de misterio. Ya tendrían oportunidad de hacerlo en un sitio mejor iluminado y adaptado. De eso estaba seguro. Esta sería una experiencia que repetiría varias veces. Lo mejor es que no se sentía cohibido ni nervioso. Hace mucho que no tenía sexo, pero sabía lo que tenía que hacer. 

En su adolescencia había experimentado con un par de chicas hasta que se dio cuenta que podía traerle muchos problemas. Se liberó de toda líbido hasta que conoció a Minerva. Ella había vuelto a encender esa chispa. La besó intensamente, cubriendola por completo con su cuerpo. La calidez que emanaba su piel se le transmitía y sintió que le faltaba el aire. Respiro hondo, inundándose del aroma a café que emanaba Minerva y dio un respingo al sentir cómo las manos de ella bajaban hasta su miembro. 

—¿Listo? —jadeó Minerva. 

Coriolanus ni siquiera contestó. Solo se introdujo dentro de ella y se quedó quieto por un momento para acostumbrarse a la sensación. Una oleada de calor invadió todo su cuerpo y comenzó a moverse de atrás hacia adelante. Empezó lento hasta que una desesperación por llegar lo más profundo que pudiera se apoderó de él. Sujetó a Minerva de las caderas, la atrajó hacia la orilla de la mesa y la penetró con más fuerza. Le encantó ver cómo sus senos se movían a su compás y la forma en la que su piel se tornaba rojiza con cada contacto que él hacía. Si mordía, apretaba, chupaba y besaba, la marca se quedaba en la piel de porcelana de Minerva. Ella disfrutaba de cualquier cosa que él le hiciera. Podía sentir como se envolvía alrededor de él y la forma en la que gemía cada que volvía a deslizarse dentro de ella. Así que lo repetía. Cada vez más profundo. Intenso. Fuerte. Hasta que se dejó ir. 

Su cuerpo se tensó por un minuto y se relajó al instante. Minerva también parecía relajada. No dejaba de sonreír. Se sentó sobre la mesa y lo abrazó del cuello. Coriolanus la besó más lento, de una manera casi cariñosa. Sintió como le envolvía la cadera con sus piernas y se deslizó dentro de ella. Ahora era ella quién se movía en un vaivén lento. Acarició toda su espalda mientras besaba su cuello, sus hombros, su clavícula. Pasó su mano derecha al frente y rodeó uno de los senos de Minerva para apretarlo. Ella gimió con su toque, haciéndose un poco para atrás para dejarlo acceder con mayor comodidad. Coriolanus remojó sus labios antes de introducir el pezón en su boca y saborearlo como si fuera un bocadillo dulce. Sintió el respingó de Minerva ante su acción y empujó sus caderas. Cada reacción de Minerva ante el jugueteó de su lengua le brindó un poder del que no tenía conocimiento. Era otra forma de tener a su merced a una persona. De poder controlarla. Decidió aplicar más fuerza a la mordida. Minerva gimió como respuesta y sintió sus dedos enredarse en su cabello, jalando un poco. Estuvo un rato, mordiendo cada centímetro de los senos de la chica hasta que la adrenalina comenzó a abandonar su cuerpo. Se enderezó, volviendo a acomodar a Minerva en la orilla de la mesa y empujó un par de veces hasta que ambos terminaron. El corazón de Coriolanus latió deprisa debido a la emoción que lo invadía. La chica que todos querían era suya. Aunque, ¿realmente lo era?

—¿Quién era el joven al que vas a hacerle un diseño? —preguntó Coriolanus, cortando con el momento. 

—Mi hermano quiere que me casé con él —respondió Minerva—. Dice que será beneficioso para ambos. 

—Creí que… 

—Cuando eres mujer, también te conviertes en una moneda de cambio —lo interrumpió, bajando de la mesa—. ¿Dónde quedó mi ropa? 

Coriolanus le dio algunas prendas que estaban esparcidas cerca de él y comenzó a vestirse. El lugar era un desastre, así que tuvieron que acomodar todo para que nadie sospechara sobre su encuentro. Al terminar, Minerva le dio a Coriolanus su saco. 

—Tigris me dijo que podía usar su taller para hacer las modificaciones —le explicó. 

—¿Te veré mañana?

—No creo —lo meditó Minerva—. Debo terminar el encargo. 

—¿Vas a estar con él? 

—Supongo. Debo hacer algunos ajustes.

—¿Sólo eso? 

—¿Estás celoso? —preguntó divertida. 

—Es tu prometido —se defendió Coriolanus. 

—Así le llama mi hermano, para mí es un cliente más. 

La respuesta no tranquilizó a Coriolanus. Su hermano tenía poder sobre ella, y si Ares quería que pasaran todo el día con él nada iba a impedirlo. Ni siquiera él y su estúpido saco. Sintió la mano de Minerva tomar la suya y le pareció demasiado la calidez que la chica emanaba. Odiaba no poder disfrutar de su victoria. Minerva era suya. ¿Qué más prueba quería? Se le había entregado ahí mismo. 

—Está bien —aceptó, nada convencido. 

—Confía en mí —le pidió Minerva. 

—En quién no confío es en tu hermano, ni en ese tipo —dijo Coriolanus. 

—Me dejarán en paz cuando sepan que estoy contigo —le aseguró Minerva. 

—¿Crees que sea buena idea decirles a todos que estamos juntos? 

—No ahora —se sinceró Minerva—. Podemos esperar a la fiesta. Lucky va a estar ahí. 

Coriolanus lo meditó. Era lo más prudente para la situación. Si lo hacía público, Ares iba a detener su propuesta. Estaba seguro que, con la motivación suficiente, iría con la Dra. Gaul para hacerla cambiar de opinión. Usaría ese tiempo para asegurar su idea. Mientras, los encuentros fortuitos con Minerva podían darse. La tomó de la barbilla y se inclinó para besarla. Ahora que podía hacerlo, no iba a detenerse. Ella sonrió cuando se separaron, le cepillo el cabello con los dedos y lo dejó ir.

Snow lands on topWhere stories live. Discover now