Capítulo 27: Asfixia

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Alexia comenzó a boquear en un intento inútil por aspirar un poquito de aire. Su mirada implorante se cruzó con la de Helena antes de torcerse sobre el escritorio. De su boca salía apenas un silbido entrecortado.

—Es suficiente. Va a matarla.

Helena miró a su alrededor en busca de algo que pudiera usar. No tenía ningún objeto contundente para tirarle, solo un par de hojas, un alfiletero y las agujas diseminadas por su escritorio.

Las observó temblar sobre la mesa y elevarse todas apuntando hacia Bina. De no estar tan concentrada, Helena habría notado la sorpresa de sus compañeros al ver como sus agujas se levantaban en el aire también y salían todas disparadas hacia adelante.

—¡Cuidado, Maestra! —llegó a advertir Lucía.

Ni bien vio volar las agujas, Bina interpuso ambas manos y, como si fueran un imán, todas cambiaron de dirección y se clavaron en sus palmas. Al hacer ese movimiento, soltó el colgante redondo que empezó a dar vueltas sobre su eje invisible permitiendo que la cadena en el cuello de Alexia se aflojara.

Alexia seguía con la frente pegada a la superficie de madera y se agarraba el cuello. Su tos era lo único que cortaba el silencio del salón de clases.

Bina le echó una mirada de desprecio y luego se concentró en sus manos. Pocas agujas habían conseguido extraerle algo de sangre. Solo un par de hilos escarlata recorrían sus palmas,

—Quién lo hubiera dicho —dijo a tiempo que comenzaba a desenterrar las agujas y las dejaba caer en el piso.

Helena la observaba atónita. ¿Ella había hecho eso? Sabía que sí, pero no se reconocía en sus acciones. Aún después de eso, no se sentía capaz de lastimar a nadie.

—Yo no quise... —balbuceó Helena.

—¡Shhh! No des explicaciones —la calló Bina.

Cuando una de las agujas ensangrentadas cayó sobre sus hojas, Helena se dio cuenta de lo peligrosamente cerca que estaba Bina.

—Ahora sé dónde está tu lealtad —le dijo.

De pronto y contra toda lógica fáctica, se sintió chiquita un insecto al que Bina podía pisar en cualquier momento. Y le había dado todos los motivos para hacerlo. Ese día fue la primera y única vez que vio la verdadera cara de la Maestra en ese rostro desquiciado y rabioso que la miraba desde arriba.

Justo cuando Helena creyó que Bina le estrujaría el cráneo, solo con sus manos colador, hasta que su cabeza se redujera a un amasijo, la Maestra desvió sus ojos blancos y enturbiados de ella.

—Tú —le dijo a Alexia que no dejaba de emitir una carraspera ahogada—, levántate.

Como Alexia no hizo ni el intento de moverse, Bina le enterró en el pelo sus dedos, que todavía conservaban algunas agujas incrustadas, y tiró hasta que la cara de Alexia quedó a su altura. La chica tenía el rostro enrojecido, empapado por las lágrimas y un par de mechones de pelo pegados a la mejilla. Conservaba la expresión implorante de unos minutos antes, como si Bina aún la estuviese asfixiando.

—¿Qué tienes para decir?

—N-nu... —La tos le impidió formular la frase—. Nunca v-voy a volver a desobedecer. —Tosió otra vez—. Nunca.

Bina arrugó la cara y, de repente, su rostro pareció ser más añoso de lo habitual y más coherente con su edad.

—Patética —escupió y luego se volvió hacia Helena—. Salgan.

Helena ayudó a que Alexia se levantara y vio como un fino cardenal que comenzaba a formársele alrededor del cuello.

Apenas se podía creer que eso fuese todo para ella por esa clase. Casi había ahorcado a Alexia hasta la muerte por... ¿por qué motivo? ¿Hablar cuando Bina pidió silencio o juguetear con las agujas cuando Bina no les había dado permiso? Fueron tan irrelevantes sus actos y tan desmedido el castigo que ya ni se acordaba. Ese fue el último enfrentamiento que tuvieron ambas, el resultado de cinco años de acumular odio.

Su castigo llegó después, al mismo tiempo que la invitación de Elisa al grupo de investigación, sin embargo, no fue ni de cerca tan severo como esperaba. Bina la citó en su oficina para comunicarle que no se convertiría en una bruja cuando se celebrase el la Semana de Laitha, el mes siguiente y que tenía terminantemente prohibido reclamar el poder por su cuenta. «Quizás el año que viene.», había dicho, «Tendrás que esperar a mi aviso». Por supuesto, el aviso nunca llegó y ya no llegaría, por lo que Helena se consideraba libre de olvidar que esa conversación ocurrió.

Por todo aquello, no entendía la razón por la que siguió llevando el collar todo ese tiempo. ¿Por qué no se lo había sacado cuando vio para qué servía? ¿Era porque estaba convencida de que no tenían ningún motivo para ahorcarla a ella? ¿Era porque consideraba que Alexia le había dado motivos suficientes? ¿Por qué no se alejó de él? ¿Por qué no había tenido tanto miedo en ese momento como ahora? Tal vez Alexia tenía razón y el Círculo la había intoxicado.

Apartó esa cosa de su cuello. Nada le garantizaba que Elisa no haya heredado el poder de asfixiar y no tenía duda de que querría hacerlo. Enroscó la cadena, lo tiró dentro del último cajón de la mesita de luz y lo encerró allí.

Fue en ese momento en que se dio cuenta de que aquel día en que Alexia casi muere fue el inicio del quiebre, no después. Bina tenía razón. Su lealtad ya no estaba en el Círculo como tal, sino en su familia. Ninguna Maestra formaba parte de ese grupo.

 Ninguna Maestra formaba parte de ese grupo

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