—No iba a ser parte de un plan tan... loco.

«Loco» ha sido la palabra más educada que he encontrado para describir su enfermizo, retorcido y maquiavélico plan.

—Entonces, no estás tan enamorada de Adán —concluye. Su sonora afirmación hace que gire mi cabeza hasta chocar con sus ojos, los cuales me retan con una ceja arqueada. Entonces, al estar a punto de responderle, él agrega —: estar enamorado es lanzarse al vacío sin paracaídas y tú no haría eso por Adán.

Contraigo los labios al contener una risa.

—¿Tú sí lo harías?

Aunque mis palabras salen como una pregunta, mi intención es que se escuchen como una burla.

Darek no se ríe, en vez de eso me mira directo a los ojos. Me trago mi risa en el acto. Su mirada lo dice todo: haría eso y más.

Suspira, sonriendo con una sonrisa divertida.

—Por Adán no daría ni un paso, pero por la chica de la estoy enamorado haría cosas inimaginables.

Una punzada cargada de curiosidad se asienta en medio de mi pecho, es una punzada que he venido reprimiendo desde el primer momento que supe que él está enamorado de alguien. Pero ya no puedo contenerla más. Las palabras escapan de mis labios como pájaros en busca del amanecer:

—¿Quién es la chica que te gusta?

Sus ojos parecen dos gotas de rocío.

—¿Por qué quieres saber eso?

Busco una rápida salida al embrollo en el que me estoy metiendo.

—Porque tú sabes quién me gusta a mí, es justo que yo sepa quién te gusta a ti.

La sonrisa desaparece de su rostro para ser reemplazada por una expresión de incomodidad.

—Tú me lo dijiste porque así lo quisiste...

—No entiendo por qué eres tan cerrado —lo corto antes de que me dé una cátedra de superioridad —, no entiendo por qué desde siempre te has cerrado a la posibilidad que la gente se acerque a ti.

—No quiero que la gente se acerque a mí.

—No mientas —lo desafío —. Nadie puede ser feliz en soledad absoluta y tú lo sabes. Y es que, desde que somos niños no has permitido que nadie entre a tu vida aún y cuando algunos se han acercado a ti.

Me he calentado de tal manera que sin darme cuenta estoy soltando todo lo que pienso, sin restricciones, sin obstáculos ni temores. Lo digo con tanta verdad porque yo fui una de esas personas que quiso ser su amiga en esos días de primaria y él lo único que hizo fue apartarme con crueldad, fue por esa razón que desde entonces decidí que me alejaría de él.

Noto cómo aprieta su mandíbula a la vez que sus pupilas no me pierden de vista siendo dos brasas entre la brisa. Respiro hondo, buscando en su mirada una señal que me ayude a descifrar el enigma que es él.

—Quiero ser tu amiga —continúo, mi voz ahora sale apenas en un susurro.

Hay una pausa tan larga que temo que él se levantará del banco y se irá sin querer volverme a ver nunca más. Pero, de repente, su voz grave quebranta el silencio.

—Nunca he tenido ningún amigo —dice, desviando su vista hacia un punto lejano. Luego, como si las palabras le costaran salir, añade —:No sé cómo... no sé construir una amistad.

Su confesión cae entre nosotros y en ella encuentro la llave a un dilema que me ha rondado en mi cabeza desde siempre. Quizás Darek no es el chico más peligroso del pueblo, sino el más incomprendido.

—Entonces —digo, ofreciéndole una sonrisa —, puedo ser tu primera amiga.

Le tiendo la mano y no solo en sentido figurado. Él lo duda, alterna la vista entre mi mano y mi cara y una sombra de miedo cubre sus ojos.

—Ya hasta te puse un apodo, Gris. Eso hacen los amigos —le recuerdo sin dejar de ofrecerle la mano.

Tras tragar saliva, extiende su mano hacia mí y advierto a divisar que ella tiembla un poco antes de estrechar la mía. Esos pozos de ámbar líquido que ahora albergan un brillo cauteloso me miran, su piel toca la mía. Sus dedos son ásperos, curtidos por luchas de una vida que al parecer no ha sido amable con él. Y es la primera vez que Darek me mira de cerca, realmente me mira, no a través de su ego o de mi timidez, sino directamente a mí. En un instante, lo veo: delante de mí está el niño que poco a poco fue perdiendo la necesidad de ser visto, ser reconocido, ser amigo.

Suelta mi mano y siento la ausencia de su calor de inmediato. Observo cómo su expresión se suaviza, aunque sea solo por un brevísimo instante, y un atisbo de sonrisa parece jugar en la esquina de su boca.

—Amigos, entonces —murmura.

Sonrío.

—Amigos.

—¿Qué se supone que se hace luego de ser amigos?

Lo pienso y una respuesta clara aparece en mi cabeza.

—Sentirte en casa.

Así es como me siento estando con Abril y Éber: en casa. Y pese a que no se los he hecho, ellos me han salvado en más de una ocasión.

—¿En casa? —inquiere él.

Asiento.

—Sí, podrías empezar diciéndome quién es la chica que te gusta.

Mi comentario provoca una risa en él.

—Te hablaré de ella, pero no te diré quién es.

Me cruzo de brazos al tiempo que finjo molestia.

—Bueno, te escucho.

Hay un breve silencio.

—Ella es de este pueblo, la conozco hace un par de años —hace una pausa e intuyo que busca medir sus palabras —. Y nunca se fijaría en alguien como yo.

Lo que dice cuelga en el espeso aire, inesperadamente honesta y cruda. Hay en su confesión una tristeza profunda. Esa chica sin rostro que habita en su corazón es un sueño demasiado lejano para él, una estrella a la que no se atreve a alcanzar.

—¿Cómo dices eso? —me esfuerzo por impregnarle diversión a mi voz —. Todas las chicas de la preparatoria quieren una oportunidad contigo...

—Pero ella no es todas, ella no es igual a ninguna —me interrumpe.

—¿Ya se lo dijiste? Que estás enamorado de ella.

Él desvía la mirada, perdidos en pensamientos que parecen tallados en la misma oscuridad que nos rodea. Arrastra los dedos por su alborotado cabello y humedece sus labios.

—Ya me dejó claro que no soy lo que quiere, lo hizo desde hace mucho.

Una duda latente me carcome la cabeza al recordar lo que dijo hace unos minutos: «pero por la chica de la estoy enamorado haría cosas inimaginables».

—¿Morirías por ella?

Morir por alguien es lo más retorcido que se me ocurre.

En sus labios aparece una sonrisa, luego sacude la cabeza.

—¿Morir? Ella se merece más que eso.

¿Más? ¿Qué podría ser más importante que tu vida?

—¿Qué se merece?

—Que viva. Viviría por ella.   

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NOTA DE AUTORA:

DIOS MÍO, YO SOLO TE PIDO UN DAREK.

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