Satoru estaba en esto por el dinero. Casualmente había desarrollado un deseo irrefrenable después de todos esos meses con Toji en su cabeza, porque el tipo era condenadamente guapo y tenía una gran habilidad para hacerle morder la almohada, agarrarse a su espalda.

Si Toji no era arrestado, quizá siguiera viéndose con él. Nada más.

Se detuvo frente al espejo del baño y su propio reflejo le devolvió la mirada tras las gafas. Recordó a Toji retirando los mechones que caían por su frente con una suavidad sorprendente para alguien tan peligroso, llamándole cariño. El choque mental que había sido eso, como un tren arrollando su organismo. Su corazón se aceleró un poco.

Se tocó el pecho y pensó en las cicatrices de la piel de Toji.

Se tocó el pecho y pensó en las cicatrices de la piel de Toji

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Había conseguido trabajo.

Empezaría al día siguiente por la tarde, justo después de comer. Era un trabajo a turnos, lo que significaba que tenía un calendario marcando cuándo y a qué horas le tocaba trabajar.

El turno de mañana era de seis de la mañana a dos de la tarde. El turno de tarde era de dos de la tarde a once de la noche. Y el turno de noche era de diez de la noche a seis de la mañana. Además, dos día a la semana haría doce horas de trabajo en vez de ocho.

Trabajar a turnos era agotador, sí, y tendría repercusiones para su salud y su sueño, pero suponía un salario más alto que el que tendría con una jornada rígida.

El lugar quedaba a casi una hora en coche de su casa. Trabajaría en los almacenes de una empresa de manufacturación nacional, levantando peso, ayudando a cargar y descargar cosas en camiones. Sólo esperaba que hubiera una cafetería para empleados.

La radio estaba puesta. Toji cortaba verdura sobre una tablilla de madera, silbando una canción, contento.

Megumi entró en la cocina, descalzo y con el pijama puesto.

—Oye, hmm —llamó el chico, apoyándose contra el umbral de la puerta —. ¿Podemos pedir una pizza?

Alzó las cejas, sorprendido por aquello. Miró la verdura, luego a su hijo. Sus tripas sonaron.

—Está bien —Toji no era mucho más responsable que el crío. Dejó de cortar verdura y echó la que ya había cortado a un plato que metió en la nevera. Ya lo comerían en otro momento —. Pide una familiar para mí, tengo hambre.

Megumi sonrió y fue corriendo a por su móvil. Toji lo escuchó llamar a la pizzería y encargar una pizza familiar a la carbonara y una mediana simple de jamón y queso.

Parecía que sería una buena noche. El niño estaba de buen humor. Toji sabía que había estado haciendo cosas de clase en videollamada con algún amigo y luego había salido a dar un paseo para despejarse la cabeza.

No es que fuera raro que Megumi estuviera feliz, sino que tenía ese ánimo cambiante de cualquiera de su edad. A veces se comportaba como un idiota, y otras lo miraba inexpresivo para luego contestar con sequedad. Si peleaban era por una buena razón. Megumi era muy exagerado cuando eso ocurría, y explotaba con facilidad.

Balaclava || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora