Por el bien de su salud mental, Toji ignoró la forma de contestar que tenía su hijo.

—Ese tipo no es una buena influencia para ti.

Ese tipo era el mocoso innombrable con el que Megumi iba a clase todos los días. Uno de los gemelos, el gemelo defectuoso, básicamente. Porque Yuuji era un rayo de sol, bien educado, calmado y divertido, risueño, como cualquier adolescente normal; y por otro lado estaba ese animal salvaje que tenía por hermano, Sukuna, un chico verdaderamente problemático que siempre llevaba un cigarro en la boca y disfrutaba de beber alcohol hasta perder el control.

Toji odiaba a los mocosos sabelotodo como Sukuna, que se creían intocables y jugaban a ser adultos de una forma asquerosa sólo porque tenían la necesidad de demostrar que de alguna forma eran mejores que los demás y alimentar su complejo de superioridad.

A Megumi no le gustaba el olor a tabaco —razón por la que Toji fumaba en la ventana—, ni el alcohol, ni los sitios llenos de gente, ni la música alta. Pero durante los últimos meses había estado preguntando, pidiendo permiso, para ir a tal o cual fiesta de madrugada en lugares inapropiados para menores de edad. Casualmente, sabía que había empezado a juntarse más a solas con Sukuna, que a su vez tenía amistades cuestionables en esos clubes que frecuentaba.

El día anterior, mientras su hijo tomaba una ducha y él pasaba el aspirador, había encontrado esa chaqueta sobre la mochila del chico. Olía a perfume, nicotina y lluvia.

Pensar que Megumi estaba estrechando lazos con ese sujeto le ponía extremadamente nervioso. Era difícil hacerle entender los peligros de juntarse con esa clase de personas, o de empezar a fumar y beber compulsivamente tan temprano. Megumi, como cualquier adolescente de mierda, pensaba que estaba siendo tratado como un niño pequeño y que se estaban entrometiendo en su vida.

Yo decido quién es una buena influencia para mí —entonces decía cosas como esta, haciendo una mueca y apartando la mirada a un lado.

Toji se pasó una mano por la frente, reprimiendo el deseo de agarrarlo y estamparlo contra la pared.

—Eso no funciona así.

Megumi no respondió y esa vez su padre no intentó detenerle. Fue a sentarse en el escalón del recibidor para ponerse sus zapatos de deporte. Escuchó los pasos de Toji detrás y bufó en voz baja, molesto.

—Di lo que quieras, viejo —musitó, aunque acabó alzando la voz deliberadamente para ser escuchado —. He visto la carta de despido en la cocina. Reducción de plantilla, ¿eh? Una pena saber que eres prescindible. Búscate algo que hacer, una vida, una novia que te entretenga, me da igual, pero no te metas en mis asuntos.

Sólo fue capaz de decirlo porque le estaba dando la espalda. Megumi no se atrevía a enfrentarse cara a cara a su padre, de hecho era incapaz de discutir sin llorar porque se ponía muy nervioso. En el momento en que terminó de atarse los cordones y se incorporó, listo para tomar su mochila, Toji puso un dedo en su pecho y empujó con firmeza, sin brusquedad, como alguien que sólo roza el gatillo de una pistola sin llegar a disparar.

La espalda de Megumi tocó la pared, se arrepintió al instante. Sus ojos azules se habían llenado de lágrimas de impotencia, porque la charla sobre Sukuna ya se había repetido como tres veces y empezaba a hacerse imposible tomarse las cosas con calma. Calma, una palabra que sólo Toji conocía, porque Megumi carecía por completo de control.

—Llegas tarde —escupió su padre.

Megumi cerró con un portazo. 

 

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Balaclava || TojiSatoWhere stories live. Discover now