Capítulo 4

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Que no falten vergüenzas

Salgo corriendo del edificio con los sentimientos a flor de piel, mis lágrimas no cesaban y mi pecho dolía. Fuera estaba diluviando, mis pies descalzos hacen contacto con el concreto frío y mojado de la acera.

Abro la botella de vino y comienzo a beber de ella mientras camino en la soledad de la noche, acompañada por la lluvia que mojaba mi cabello.

Media hora después estaba de pie frente al edificio donde se encontraban los salones de música, no se me ocurrió un lugar mejor donde ir, no quería molestar a mi amiga, quien estoy segura de que sí estaba disfrutando de su noche.

Le doy un sorbo a mi botella, miro a mi alrededor asegurándome de que nadie estuviera cerca, la calidez del vino había hecho desaparecer el frío y los grados de alcohol en mi sangre lograron que no sintiera más dolor en mis pies.

Abro el salón de piano del cual tenía una llave que el tutor me entregó, en ocasiones venía a tocar cuando tenía tiempo libre.

Cuelgo la gabardina mojada en una silla, me quedo solo con la ropa interior que tanto tiempo tardé en escoger para que solo la pueda admirar el piano.

Deslizo mi mano sobre él con cariño, levanto la tapa dejando descubiertas las teclas.

—Al menos tú sabrás apreciar mi belleza.

Me siento en el banquillo, vuelvo a darle un sorbo a mi bebida, dejo la botella en el suelo y centro mi atención en él.

Comiendo a acariciar las teclas con suavidad al ritmo de "River flows in you", pongo tanto sentimiento en la melodía que me es imposible contener las lágrimas, simplemente dejo que esta melodía termine de romper los pedazos de mi corazón, si es que alguno quedó intacto.

Joder, duele, duele cada vez que pienso en él.

¿Cómo debo actuar en esta situación?

¿Qué se hace cuando te rompen el corazón por primera vez?

Nadie me preparó para esto.

Sé que tengo 18 años y que me queda mucha vida para enamorarme, sé que aún me faltan cosas por experimentar, sé que luego me sentiré mejor. Pero ahora, ahora solo quiero llorar. Ahora quiero permitirme estar mal. Quiero ser consciente de que duele y quiero que me duela aún más. Duele hoy y solo por hoy, porque mañana será un día nuevo en el que no quiero volver a llorar.

Termino la canción y seco mis lágrimas.

De repente alguien comienza a aplaudir robándome un buen susto. Me llevo las manos a los pechos tratando de cubrirme cuando veo la esbelta figura de aquel violinista que esa tarde llamó mi atención.

—¿Qué haces aquí?— pregunto avergonzada.

—Lo haces muy bien —responde ignorando mi pregunta y paseando sus ojos por mi cuerpo semidesnudo.

—¿Eres un pervertido o qué? —espeto— ¡Mira para otro lado!

—¿Pervertido yo? —ensancha una sonrisa ladina—. Eres tú la que ha venido a tocar el piano a media noche en lencería.

—¡Eso no te da derecho a espiarme! —me defiendo.

—Sí, bueno, es que hoy es mi turno de guardia y si ibas a colarte sabiendo que soy el responsable —se acerca a mí, toma la botella del suelo y se da un trago— al menos me hubieras invitado.

Cada día al rededor de 10 estudiantes debían hacer guardia en la universidad, es una regla que impuso la directora, pues dice que se trata de imponer obediencia y valentía a los hombres. A cambio las chicas debemos hacer un poco de trabajo voluntario cada cierto tiempo, para mí esta es la regla más absurda y sexista de este lugar.

Tácticas para enamorar a Storm Where stories live. Discover now