CAPÍTULO 2: Mi amigo

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1995

-¿Extrañas a tu papá, Gabi? -Me dijo Salvador mientras se limpiaba las manos con su camisa-.

Era el 6 de enero de 1995, estábamos sentados en el patio de atrás de mi casa, yo estaba sentado en las raíces del palo de guayaba viendo a Salvador tirado en el lodo con los juguetes que nos trajeron los reyes magos en la mañana, el llenaba a montones su tráiler de caña y lodo mientras yo lo veía con mi carro en la mano, no le importaba ensuciarse ni ensuciarme a mí. Me acuerdo de ese día y me dan ganas de no sé qué, no entiendo que me hacen sentir esos recuerdos solo sé que quiero volver a ellos.

-No sé, creo que sí.

¿Lo extrañaba? No, no creo extrañarlo, cuando estaba en la casa lo único que hacía era gritarnos y estar acostado, pero de cierta forma su abandono me dejo un sentimiento extraño, es como tristeza y también preocupación, pero de cierta forma también había alegría y calma, me hubiera gustado tenerlo a mi lado cuando mi madre se iba a trabajar y me sentaba a comer solo en la mesa, o en las noches cuando mi madre y yo nos preguntábamos a qué hora terminaría de llover para dormir tranquilos sin preocuparnos por las goteras y el frio, pero también agradezco no tener que escuchar las peleas y gritos todos los días.

-A veces -le dije en un murmullo.

-Entiendo, bueno creo que entiendo -contesto Salvador-. Mi mamá me dijo que le preguntara a tu mamá y a ti si quieren venir a tomar chocolate con nosotros en la noche. -Dijo mientras me tomaba de la mano para pararme del suelo-. Quiero que vayas -añadió después de soltarme.

-¿Compraron una rosca de reyes?

-La está haciendo mi mamá, a ver si no se le quema -me dijo entre risas-. Vamos, acompáñame a decirle a tu mamá.

-Ve, yo aquí te espero -le dije mientras acomodaba los juguetes y ponía los de él en su mochila-. ¿ahorita que acabe de recoger vamos al monte a ver las mariposas?

-Es que me da pena preguntarle yo solito.

-Ve -conteste.

-Acompáñame, si vamos los dos es más fácil que me diga que sí.

-Salvador te dirá que si -le dije entre risas-. Yo tengo que recoger los juguetes y la basura porque si no me va a regañar y entonces se enojara y dirá que no.

-Bueno, voy solito, pero a ver quién te acompaña a ver mariposas -me dijo serio.

-Tú me vas a acompañar.

-¡No! -me contesto.

-Bueno.

-No es cierto, si te acompaño -me dijo rendido metiéndose a mi casa para decirle a mi madre.

Quiera o no Salvador tenía que acompañarme, las mariposas estaban el terreno de atrás de su casa, las habíamos descubierto en agosto de hace un año, casi siempre que íbamos estaban, eran muchísimas las que volaban sobre la hierba y las flores.

A los 5 minutos termine de barrer y Salvador regreso diciéndome que si iríamos a su casa en la noche.

-Al inicio no quería, pero la convencí -me dijo orgulloso y sonriendo.

Ya íbamos caminando sobre las vías del tren para llegar a donde vivía él. Nuestras casas estaban un poco alejadas, la de Salvador estaba en la entrada del pueblo y la mía cerca del centro, pero aun así no había mucha distancia una de la otra porque Los Santos era un pueblo muy pequeño, atrás de mi casa pasaba la vía del tren y si caminábamos por ella llegábamos derecho a su casa en 13 minutos o menos.

-Sobre hace rato -me dijo Salvador-. No sé qué decir, pero cuando extrañes a tu papá puedes -se detuvo y me agarro del hombro-. Bueno, yo tengo el mío y creo que te lo puedo prestar -me soltó y continúo caminando.

-Si -le hable en voz baja-. Lo pensare.

-Puede que parezca enojón, pero no es así -me dijo-. Bueno si es así, pero solo cuando hago travesuras -se agacho y recogió una piedra para jugar con ella-. Pero es muy chido y le caes muy bien, me lo ha dicho.

Quería decirle que agradecía su preocupación, pero me daba algo de pena, así que deje que continuara hablando.

-Por cierto, Los Reyes también me trajeron una bicicleta y creo que me va a enseñar, no creo que hoy porque no está en la casa, pero esta semana si quieres puedes venir después de la escuela, nos venimos juntos, si es que quieres -continúo diciéndome-. Nos puede enseñar a ambos, recuerdo que me dijiste que no sabías usarla y yo tampoco se -me volteo a ver esperando a una respuesta.

-Me dijiste que si sabias -le dije con burla-. Alardeaste de eso como por 1 hora Salvador.

-Si se, si se -me contesto con tono ofendido-. Bueno se poquito, pero si se, la cosa es que aprendamos juntos.

-Si quiero, pero estoy seguro que voy a terminar cayéndome y te vas a reír.

-Si me voy a reír, eso lo acepto -me dijo riendo-. Pero si nos caemos los dos va a ser más gracioso y tú también te vas a reír de mí.

-Entonces empezaremos mañana Salvador -le dije con una sonrisa y él también me sonrió.

-Creo que debimos traer una sombrilla -me dijo y después empezó a taparse el sol con las manos.

-Sí, debimos.

El sol estaba ardiendo, se sentía más caliente que nunca y las piedritas se me metían en la chancla, detenía a Salvador cada 2 minutos para sacarme una piedrita y que se me metiera otra.

-Te hubieras puesto tenis, -me dijo después de que lo parara por cuarta vez.

-No, porque si me hubiera puesto tenis los iba a raspar con las piedras -le dije mientras me sostenía de él para quitarme la chancla.

-Para eso son lo tenis Gabriel

-Pues si Salvador -le conteste-. Pero es que yo solamente tengo un par de tenis y si los rompo me voy a quedar sin nada, así que las chanclas se quedan.

-Yo tengo unos que ya no uso, pero la verdad no creo que te queden -me dijo mirando sus pies-. Tus pies están muy pequeños o los míos muy grandes.

-No te preocupes Salvador -le dije con pena- estoy bien así.

-Deberás -dijo Salvador-. Ahorita que lleguemos a mi casa nos metemos con cuidado para no hacer ruido, metemos los juguetes en mi cuarto y nos vamos corriendo a la finca -dejo de taparse el sol con la mano viendo que era inútil-. Porque si nos ve mi mamá ya no me va a dejar salir.

-Pero yo tengo sed -le dije-. Hay que pasar por lo menos a la cocina por agua.

-En la cocina menos -me dijo exaltado-. Hoy tienen el día libre los que trabajan en la casa -añadió-. Y mi mamá debe de estar en la cocina apurada.

-Entendido -le respondí mirando a sus pies, Dios eran enormes.

-después de que juguemos, vamos al rio -me dijo mirándome a la cara-. Y tomamos agua allí.

Salvador y yo no tardamos en llegar, bajamos las vías del tren y él me detuvo con su mano, esperamos a que terminaran de pasar los coches por la carretera, tomo mi mano y la cruzamos juntos, nos saltamos la barda de su casa y corrimos lo más rápido y silencioso posible sobre el pasto y las flores, abrió la gran puerta de madera y nos dirigimos hacia su cuarto, la casa parecía vacía, jamás la había visto sin tantas personas pasando de un lado a otro con trabajo por hacer, solo se escuchaban las risas y murmullos de su madre en la cocina.

Después de que guardara todo en su cuarto, Salvador se asomó a la cocina y se encontró con su madre peleando con la masa por no querer levantar su tamaño.

Corrimos y corrimos hacia la finca, y cuando a la casa la taparon los arboles paramos de correr y empezamos a caminar, las copas de los arboles taparon el sol y sentí como el viento empezó a tranquilizar mi cuerpo.

Me estoy enamorando de ti, otra vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora