CAPITULO IV

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Llegaron las nevadas, el hostal se encontraba envuelto por un cálido y a su ves, deprimente silencio

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Llegaron las nevadas, el hostal se encontraba envuelto por un cálido y a su ves, deprimente silencio.

Lian-Chu aprovechó el momento para tejer una bufanda lo bastante cómoda para Zaza, no deseaba que se volviera a enfermar igual a hace un invierno atrás.

Jennyline también disfrutaba de dicho silencio, sin embargo, el no tener la presencia del enano era extraño ahora que se la pasaba encerrado en la habitación; comprensible hasta cierto punto, seguía procesando lo que el Noble Kayo le había contado acompañado con la amenaza de la hostelera, volverse en esa cosa parecía ser su perdición.

Ya había pensado en todos los posibles escenarios que, en su mayoría, eran de lo más terribles y espantosos que terminaban en un grotesco final.

Su estómago rugía hambriento, debía bajar. Apoyando su temblorosa mano en el picaporte, haló de el lo más lento posible pero, un escandaloso rechinido de la puerta lo delató. Miró a todos lados en busca de comensales y soltó un leve suspiro al ver el lugar desierto.

Los demás ya sabían que bajaría al oír la puerta abrirse, por lo que Jennyline dejó un plato servido esperando a que Gwizdo lo reclamara. Ya en la mesa, el hombre devoraba el trozo de carne cual animal hambriento, era sorprendente lo poco que tardaba en acabar con platillos enteros.

Héctor miraba a Gwizdo, sabía que el estrés por el que pasaba su amigo era inmenso y quería ayudarlo. Acercándose, trató de llamar la atención del hombre y lo logró, se sentó a su lado y le dio unas palmaditas en el hombro mientras le decía cosas reconfortantes, a su modo claro.

—Tor sabe que Gwizdo preocupado —balbuceó la criatura—. Pero, Tor sabe que será fuerte y todo terminará bien.

A consecuencia de estas palabras, Gwizdo arrancó un trozo de la carne que comía y se lo otorgó a Héctor sin decir nada pero, no importó, ahora había una pequeña sonrisa dibujada en su rostro y Héctor tomó eso como un logro. Lian-Chu vio esto y le pareció sorprendente, sin duda la maldición lo estaba cambiando.

Zaza bajó, saludó a todos como era de costumbre y salió con Leopoldo, su cerdo mascota.

Hablaba con él, se le veía deprimida.

—Leopoldo, me preocupa mucho Gwizdo —dijo la pequeña—. Lo que está pasándole debe ser horrible. Además, ¿qué pasaría sí se sale de control? Muchos saldrían lastimados, incluyéndolo.

El cerdo lamió la cara de la niña al verla decaída, haciéndola reír.

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Dragon Hunters: La maldición del dragón dorado [MUDADA]Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang