1 | El asesinato de las orquídeas

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—Entonces... ¿Está muerto?

—De hecho, lo han asesinado.

—¿Quién lo hizo?

—Nadie lo sabe. La única evidencia que la policía encontró fueron dos orquídeas blancas, rociadas con un polvo mortal cuando se respira.

—¿Hora de la muerte?

—Cerca de las cuatro de la madrugada.

La señora Hermes me contempló en silencio y yo asentí con la cabeza. Miré el auditorio detrás de mí con cierta parsimonia. Había ensayado todo el mes para ese importante recital que determinaría mi posibilidad de entrar al conservatorio nacional.

—Temo que deberá acompañarme al triángulo ahora mismo.

—No puedo, tengo una presentación de piano.

—Se trata de la muerte de su padre —dijo con obviedad lo que ya sabía—. Se notifcará a la prensa un comunicado en el que toda la familia deberá estar presente.

—Déjame advinar, ¿idea de mi madre?

No respondió, no tenía que hacerlo para saber que así era. Solté un suspiro y subí al auto. Incluso estando muerto, mi padre se encargaba de arruinar los momentos más importantes y felices de mi vida.

—¿Qué hay de la herencia? ¿Cuándo será leída?

—Mañana, después del funeral. Toda la familia deberá estar presente.

—Yo no tendría por qué. Él nunca me heredaría nada más allá de sus problemas de salud.

—¿Le parece graciosa la situación, señorita?

—Claro que no. Te aseguro que los problemas de espalda que sufro son herencia de mi padre, y no me parecen nada graciosos.

—Sabe bien a lo que me refiero.

Asentí, conteniendo una sonrisa amarga.

—Puede ser indiferente en privado, pero limítese a mostrarse afligida frente a la prensa —me advirtió la señora Hermes—. Eso es lo que su madre espera de todos ustedes.

—Como siempre, hay que cuidar de las perfectas apariencias, ¿no?

No respondió. De hecho, pocas veces sentía que realmente lo hacía.

Miré los edificios por el cristal. Enormes conglomerados que anunciaban todo tipo de productos. Fácilmente podía deducir que la mitad de esos pertenecían a mi familia. Teníamos el control del mundo, ¿qué tan divertido podía ser si no había nadie como para desafiarte?

Casi como si mi pensamiento hubiera sido escuchado por el universo mismo, sentí el impacto de un enorme camión golpear la puerta de la camioneta blindada. Mi cuerpo se estremeció ante el golpe y el auto giró suficientes veces en el aire como para que mi cuerpo terminara boca abajo, varios metros fuera del auto.

Escupí sangre de entre mis labios y sentí que mis costillas se contraían ante el dolor, que tan familiar había sido siempre para mí. Mi cuerpo no respondía y mi visón estaba borrosa, pero aún así logré percibir el rastro de una silueta confusa y sin rostro bajar del camión.

—Señorita... —La voz de la señora Hermes fue un susurro.

La busqué con la mirada, aún estaba dentro del auto, que había quedado volteado, y se esforzaba sin mucho éxito en deshacerse del cinturón para llegar hasta donde yo estaba. Mi vista cayó sobre la silueta parada frente a mí. Portaba guantes de cuero negro, lo supe al instante cuando se puso de cuclillas y frente a mí dejó una orquídea blanca que no tardó en mancharse de mi propia sangre.

Estafa matrimonialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora