5: Persecución en la catedral

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Hace dos años que Amelie no cortaba su cabello, bajo ninguna circunstancia, ni siquiera ante sus evidentes y horribles puntas abiertas.

Estando ahí, de pie frente al espejo, luego de una urgente y caótica visita a una peluquería para solucionar el desastre que hizo en su cabeza y haber llorado con más intensidad cada vez que la señora que tuvo la desdicha de entenderla hacía uso de las tijeras, Amelie ha llegado a una conclusión.

Se arrepiente de su nuevo corte.

En realidad, no se ve mal, aunque estaba acostumbrada a siempre llevar su cabello largo, no odia la forma en que ahora apenas y algunos mechones alcanzan a rozar sus hombros, además del nuevo fleco. No es un mal cambio, solo le duele pensar en que la última vez que alguien cortó su cabello fue su abuela, y que ya no podrá trenzarlo como ella lo hizo la misma noche en que murió.

Los ladridos de Larry junto a la alarma de su celular sacan a Amelie de sus pensamientos, obligándola a terminar de una vez por todas con su maquillaje y salir de su habitación. Ya es la hora acordada, no sale de la casa sin antes tomar su cámara, bolso y ajustar la correa de Larry, el cual la sigue sin rechistar.

Una de las ventajas de trabajar como artista independiente, es que tiene mucho tiempo libre para explorar el mundo. Amelie sabe que solo está romantizando su trabajo, es fácil para ella porque no vive solo del arte, si no fuese por la herencia que le dejó su abuela y la ayuda de su padre, pasaría mucho trabajo, no se podría dar tal lujo como un bloqueo artístico de dos años.

Es un lunes bastante tranquilo, Amelie se toma su tiempo para llegar al lugar acordado, no es que le importe dejar esperando por mucho rato a Elían, después de todo, lo bueno siempre se tarda en llegar. El lugar se encuentra casi vacío, algunos turistas por aquí y por allá, considera llamar al hombre cuando ya le ha dado tres vueltas a la catedral y aún no encuentra señal alguna de Elían.

—La catedral, ¿en serio? —Da un brinco del susto cuando una mano se posa en su hombro, al darse la vuelta se encuentra con la persona a la que estaba a punto de llamar. Elían lleva puesta una camisa blanca de botones sencilla, una gorra azul turquí y un pantalón beige, Amelie hace la anotación mental de conseguirle mejor ropa para el próximo encuentro mientras el hombre se agacha para saludar a Larry.

—¿Qué tiene? Es tranquilo y espacioso, el puente es un buen lugar para fotos, así que no te preocupes, no entraremos, no queremos profanar la catedral con tu presencia demoniaca.

—No eres graciosa, en serio, me das pena. —Amelie va a decir algo, pero Elían se adelanta. —Hagamos esto rápido, no vaya a ser que tu perro se canse y tengamos que llamar a los bomberos.

—¡Supéralo! —Suspira, mientras empieza a preparar su cámara, enfocando el lente y tomando algunas fotos al paisaje. —Empecemos de una vez, camina.

—¿Camino?

—¿No sabes qué es caminar? Es cuando utilizas tus dos piernas para-

—Ya sé lo que es caminar, idiota, me refiero a... no lo sé, ¿no necesitas que pose o algo así?

—Tú solo hazme caso y camina, relájate, puedes hablarme mientras tanto, necesito que estés tranquilo. —Amelie acomoda su bolso y suelta la correa de Larry, no es como si el perro fuese a huir, es demasiado flojo para hacer algo así.

—Hablar contigo no me resulta para nada relajante.

A pesar de las quejas del hombre, le termina haciendo caso. 

Observa como Elían empieza a caminar hacia el otro extremo del puente, donde se abre paso un pequeño campo abierto, rodeado de frondosos árboles y algunas bancas de madera desgastadas por los años. Amelie nota la forma en que Elían no se atreve a mirar la cámara, casi que, evitándola, con pena, así que ella se concentra en seguir tomando fotos a su alrededor, necesita que el hombre entre en confianza primero, que se olvide de que hay alguien detrás de la cámara.

El arte de pretenderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora