TRES

28 6 1
                                        

Sabía a la perfección lo que era vivir con un temor constante. Con la incertidumbre de que algo pudiera o no suceder y que algo me hiciera daño.

Viví con eso durante todos estos años, lo viví dentro de aquellas paredes sin tener a alguien que hiciera algo al respecto y al parecer así seguiría siendo durante el resto de mis días.

Aquella fría mirada se había quedado grabada en mi memoria, causando que todo dentro de mí se removiera. Todo por ser una curiosa, por meterme en este enredo yo solita y ahora Teresa no estaba para ayudarme a salir de él.

Gracias a aquel recuerdo, había estado paranoica durante el resto de la tarde. Miraba de forma constante hacia los lados para asegurarme de que no hubiera nadie, mis pasos eran rápidos de forma que parecía que a mis espaldas me perseguían, pero al final no había nada. Todo era parte de mi cabeza.

La campana de la puerta anunció mi llegada a la tienda de Laurent; debía hacer algunas compras y esta era la única tienda de por aquí. No estaba segura si ella me había visto o no en el pasillo, pero tenía la rara necesidad de hablar con ella e indagar mucho más en lo que estaba pasando, aún siendo consciente de que eso podría significar un peligro para mí.

—¿Vas a entrar o harás guardia en la puerta niña? —Una voz masculina me sacó del trance en el que estaba y unos cabellos rubios casi blanquecinos captaron mi atención —No. No es tinte

Habló con un tono algo obvio.

—¿Perdón?

—Mi cabello. —Sonrió de lado mientras llevaba sus dedos a su cabello —Noté que lo observabas, es raro, pero nací así.

—Es bonito —Sonreí.

—Gracias. ¿Se te ofrece algo? —Lo vi señalar a las estanterías a lo que yo asentí —Bien, tómate tu tiempo, no te interrumpo más.

Asentí un poco con mi cabeza y caminé unos pasos hasta las estanterías, pero me detuve a medio camino para darme la vuelta y volver a hablarle.

—¿Sabes algo de la otra chica que trabaja aquí? —Pregunté.

—¿Laurent? —Contestó a lo que yo asentí —Aún no llega de la universidad.

Fruncí mi ceño ante su respuesta, ya había pasado unas horas desde que se fue. ¿A dónde pudo haber ido?

—Comprendo...— Traté de sonar convincente, no sabía si él era consciente de que ella se había ido de allí hace ya unas horas.

—¿Ustedes son amigas?

—Nos conocimos ayer justo aquí, por eso te pregunté por ella, quería saludarla.

—Ya veo... ¿Cuál es tu nombre? Así puedo decirle que preguntaste por ella —Apoyó sus antebrazos en el mostrador —Soy Lucas por cierto, su hermano.

Abrí un poco mis ojos ante la sorpresa pero traté de disimularlo.

—Alora, Alora Cooper, es un placer.

Luego de aquella corta pero interesante conversación, finalmente pude dirigirme a los estantes para hacer las compras que quería. Pagué por ellas luego de eso y me fui a casa sin volver a preguntar nada respecto a ellos, pero pensando en lo que Lucas me había comentado de sus llegadas tardías.

>>"A veces pasa, se distrae y llega más tarde de lo habitual".<<

Aquello se supone que debía dejarme tranquila, pero lo cierto era que resultó ser todo lo contrario. La ansiedad se hacía parte de mi cuerpo al pensar que ella no había salido del todo bien de la universidad y luego no llega a tiempo a su casa o al trabajo.

Algo no estaba cuadrando.

Veía como los fideos instantáneos se cocinaban en el microondas, no supe que era tan relajante ver como daba vueltas el aparato hasta que dejó de hacerlo. Saqué el topper del aparato
y como alguien que nunca habia comido con palitos chinos en su vida, me agarré un tenedor, fui hasta la sala en donde tomé asiento en el sofá para empezar a comerlos mientras ponía un programa aleatorio en la televisión.

Sin previo aviso, mi celular comenzó a sonar mostrando un número desconocido en la pantalla, así que dejé el topper en la mesita del centro y agarré mi celular para contestar.

En la tarde le había dado mi número a Beatriz, así que lo más probable es que fuera ella.

Y ojalá lo hubiera sido.

—Hola, zorrita —Escuché su voz del otro lado de la línea y me paralicé. ―¿Me extrañaste?

No, no podía ser posible. ¿Cómo me había encontrado?

—No hace mucho que te fuiste pero tu mami y yo te hemos echado de menos en casa —Continuó hablando— Pero te fuiste y tuve que buscarte. Si sabías que podía encontrarte fácilmente, ¿verdad?

Tragué grueso mientras escuchaba lo que decía. Palabra tras palabra dejaba mi cuerpo cada vez sin una gota de oxígeno.

Debía colgar y recoger todas mis cosas para irme de aquí. Debía salir de este lugar antes de que llegara y me atrapara.

Pero fue demasiado tarde.

—Ya lo hice— Sentí su voz justo en mi oído y su aliento era el mismo de siempre: alcohol y cigarrillos— Ahora, dame la bienvenida, maldita zorra. Pagarás por habernos dejado, niñita malagradecida.

Sujetó mi cabello con fuerza y tiró de él obligándome a que viera su rostro desquiciado. Llevó su mano libre a mi cuello y apretó este mientras observaba como poco a poco me ahogaba.

Golpeé su mano en mi cuello y pataleé en busca de que me soltara y tosí en el momento en que lo hizo. Traté de levantarme, pero su otra mano soltó mis cabellos y me obligó a permanecer sentada, y sin previo aviso, la mano que antes estaba en mi cuello, ahora estaba en uno de mis pechos, manoseándolos sin descaro, produciéndome arcadas.

Las lágrimas recorrían mi rostro y la desesperación me consumía.

Quería gritar, quería pedir ayuda, pero ahí estaba ella en una esquina de las cuatro paredes con una sonrisa tétrica en el rostro y un dedo sobre sus labios, pidiéndome silencio y viendo como todo el caos sucedía, pero esta vez no sucedería lo mismo. Ya estaba harta, no lo soportaría ni un minuto más.

—¡SUELTAME! — Desperté sobresaltada con la respiración agitada y el corazón a mil por segundo.

Lágrimas recorrían mi rostro y gotas de sudor bañaban mi camiseta.

El reloj de la pared marcaba las 3:40 de la madrugada y ahí fue cuando noté que todo había sido una pesadilla. Una que se sintió demasiado real.

Tragué grueso y de forma rápida me levanté del sofá para cerrar una por una todas las ventanas y todas las puertas de la casa. Solo de esa forma pude ir hasta mi habitación.

El resto de la madrugada no logré conciliar el sueño.

Las lágrimas empañaban mi vista mientras caían por mis mejillas sin control. Estaba en posición fetal sobre la cama, abrazando mis propias rodillas, sintiéndome asquerosa por los toques de él.

Aún podía sentir cómo fueron todos y cada uno de esos días. Sus manos sobre mi cuerpo, su aliento cerca de mi rostro y ella sin mover un músculo para remediarlo. Nunca hizo nada y me sentía impotente porque no tuve la suficiente valentía para enfrentarlo. De enfrentar algo que ni siquiera debía haber sufrido.

Sentía rabia, rabia de que ella lo viera todo de forma tan calmada y no hiciera nada, muy diferente a eso parecía disfrutarlo.

Cosas que hasta el día de hoy aún no entiendo.

No entiendo cómo una persona podría soportar semejante escenario de forma tan tranquila y despreocupada, como si fuera tan insignificante. Como si tu asqueroso marido no estuviera poniendo sus manos por el cuerpo de tu hija porque sí. La persona que se divertía mirando cómo abusaban de una menor de edad no era nada más y nada menos que mi propia madre.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Dec 23, 2023 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

INDELEBLE.Where stories live. Discover now