Capítulo 13: El almuerzo

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—¿No se te ocurrió que quizás yo quisiera verla o ella a mí?

—No ha salido de casa en una semana, tampoco recibe visitas...

—¿Dejarla sola es cuidarla bien? —preguntó Helena al distinguir el pensamiento en él. Suspiró tan fuerte como pudo para que su padre la oyera. Destrabó el cinturón y se bajó del auto con brusquedad. Trató de cortar la conversación para no tener que seguir pensando en su madre. A pesar de que su padre no hablara, Helena lo oía, sabía hacia dónde se dirigían sus pensamientos.

Daniel se apeó del auto y, sin notar que Helena estaba rehuyéndole, o muy probablemente, obviándolo a propósito, siguió hablando mientras ambos entraban al restaurante.

—En este momento, no es a ella a quien trato de cuidar principalmente.

—No me has permitido ir porque ella no querría verme a mí, ¿no es así? Yo soy lo que intenta ignorar del mundo, aquello de lo que quiere escapar ahora.

No le dolía ni sentía ganas de llorar, porque ese día se había tomado la última pastilla que le robó a su madre, pero cuando llegara la noche, se terminara su efecto y estuviese sola, aquella pequeña conversación le pasaría factura.

—Yo no lo hubiese dicho de ese modo...

—La forma en que tu lo nombres no va a cambiar lo que es.

—Ella lo ve todo negro. Cree que tu vida está arruinada y que es culpa de ella. Me ha dicho que quizás no te prestaba suficiente atención.

—Díle que no es así.

Su madre la suponía culpable. No le había dado ni una oportunidad cuando la vio por última vez. Ella asintió todo el tiempo, mientras Helena juraba y perjuraba que no tenía nada que ver con ningún crimen. Incluso la abrazó, pero fue un gesto frío y débil, Helena podía sentirlo desmoronándose a su alrededor. Cuando su madre se encerró en su ateliér y la dejó sola, no hizo ni un intento de seguirla, ni de continuar aclarando lo que ya le había aclarado. Las palabras no surtirían ningún efecto. Ella y todo lo que pudiera hacer era insuficiente para recuperar su confianza. Gracias a eso, Helena comprendió que se encontraría con muchas más personas como ella, que duden de su inocencia hasta el día en que se muera e incluso después, al recordarla. Se llenó de impotencia, porque era lo único que podía hacer por entonces.

Junto con su padre, Helena se sentó en la única mesa vacía. Ella agarró la carta y la puso entre ambos. Dio vueltas entre las palabras sin prestar atención a su significado y terminó pidiendo lo mismo que su padre.

—Tú tampoco te sientes bien —apuntó él después de que la moza los dejara a solas.

—Me duele la cabeza, nada nuevo.

—Me llama la atención que Bina no haya inventado, en sus tantos años de vida, un remedio efectivo para eso.

—A esta altura me sorprendería que ella haya hecho algo bueno para el Círculo, desde el pleistoceno hasta que se murió.

—Cuidado con esos comentarios, pueden tomarte como una disidente.

—¿Vas a exponerme? —inquirió despreocupada—. Te sorprendería la cantidad de gente que lo piensa.

—¿Y que piensan que Elisa es mejor?

—Parece que el que lee la mente eres tú, papá.

—Ya me gustaría —dijo él y Helena detectó el anhelo en su mente—. Un par de Custodios me lo han dicho.

—Ah.

Helena se calló porque vio regresar a la moza con la bandeja llena. Les sirvió una botella de 7Up y un plato de ravioles a cada uno y volvió a irse. Helena revolvió desilusionada la carne anaranjada casi seca que se suponía que era salsa bolognesa. Tendría que haberle dedicado su tiempo a la carta.

Cauterio #PGP2024Where stories live. Discover now