Rainy Day

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La lluvia tamborileaba sin descanso contra las ventanas, poniendo banda sonora a otra tempestad que se desataba en la casa de los Lee. La ropa desordenada de Gahyeon había encendido la mecha de la ira de su madre.

—¿Por qué te aferras a esta irresponsabilidad? —la preguntaba retumbaba en el espacio confinado de la habitación como un eco desgarrador—. ¿Qué error cometí como madre para tener una hija que me defrauda de esta manera? —las palabras de su madre caían como gotas de ácido.

Inmóvil en su cama, Gahyeon anclaba su mirada en un punto lejano, intentando desaparecer dentro de la seguridad de las paredes de su cuarto, mientras su madre seguía con la diatriba.

—¿Vas a seguir con este silencio sepulcral? ¿Es que ni siquiera tienes palabras para mí?

Una respuesta llena de agua salada y desesperación temblaba en el filo de los ojos de Gahyeon antes de desbordarse en un gesto negativo. La emoción la consumía, pero las palabras se disolvían en el trayecto a sus labios.

—¡Lágrimas! ¿Es todo lo que tienes? —la voz de su madre parecía retorcer cada lágrima que caía—. Llorar no resuelve nada, ¿quieres razones más sólidas para hacerlo?

De pronto, una mano implacable se cerró sobre su brazo, y la otra se alzó en una amenaza que traía consigo recuerdos tenebrosos de gritos, culpa, y dolor físico; flashbacks de una infancia turbulenta que aún perseguían a Gahyeon.

—¿Vas a hablar o te quedarás ahí, muda? —la presión en su brazo incrementó, y Gahyeon sólo pudo negar.

Las compuertas se abrieron y el flujo de lágrimas se tornó incontenible. Gahyeon hipaba, luchando por cada aliento, por cada palabra que no podía articular.

—Llorar es inútil, ¿no te das cuenta? Solo te hace ver débil.

Aceptación dolorosa ante el espejo de censura materna; Gahyeon utilizó su mano libre para secar las lágrimas, pero éstas nacían más rápido de lo que las podía borrar.

Su madre finalmente soltó el cálido brazo y abandonó la habitación, dejando atrás a una Gahyeon que se sentía tan frágil como el sonido de la puerta al cerrarse. Levantándose con la poca fuerza que le quedaba, aseguró la puerta de su cuarto y en un acto de desesperada búsqueda de consuelo, desbloqueó su teléfono y marcó el número de Handong.

Los segundos antes de su respuesta fueron una eternidad angustiante. Pero luego, la calidez de la voz de su salvación se deslizó a través de la línea.

—¿Gahyeonnie? ¿Qué ha pasado?

—Ma-mamá —gimió Gahyeon, dejando que su dolor fluyera por el teléfono como un río oscurecido por la tormenta.

—¿Qué te hizo? ¿Te lastimó? —Handong reaccionó con una preocupación que era tan tangible como la lluvia misma—. Estoy yendo para allá.

—No-no, Dong, está... lloviendo mucho.

—No me importa. No la dejes entrar a tu cuarto... y espera por mí.

Con la llamada ahora cortada, Gahyeon se deslizó hacia el frío suelo, abrazó sus piernas con fuerza y ocultó su rostro contra ellas. Cediendo ante la necesidad de liberar su pesar y sentir algo de consuelo, aunque fuera por su propia cuenta, lloró allí, sola, mientras esperaba que Handong llegara y la tormenta pasara. El suave ruido de la lluvia golpeando el tejado se fusionaba con los sollozos contenidos de Gahyeon, como una dulce y triste melodía en menor. La joven, abrazando sus temblorosas rodillas, sentía cómo cada gota parecía resbalar desde el cielo directamente hacia su alma magullada. Sin embargo, en ese abrazo frío y solitario, un hilo delgado de esperanza comenzaba a tejerse con la promesa implícita en las palabras de Handong.

No tardó mucho antes de que un tenue golpeteo en la ventana captara la atención de Gahyeon. Levantando la vista, sus ojos encontraron los de Handong, brillando con preocupación a través del vidrio empañado por la lluvia. Gahyeon se secó apresuradamente las lágrimas y abrió la ventana, dejando entrar no sólo a Handong sino también al frío aliento de la tormenta.

—Dong... no debiste venir —murmuró Gahyeon, aunque el alivio en su voz traicionaba la gratitud que su corazón se esforzaba por ocultar.

—Y tú no debiste estar sola —Handong respondió con firmeza, cerrando detrás de sí la ventana y desprendiendo su chaqueta empapada—. Hablemos, ¿sí?

Se sentaron en el suelo, Handong envolviendo con brazos cálidos a su amiga temblorosa, compartiendo un silencio que hablaba en mil calmantes susurros. Era en ese espacio seguro donde Gahyeon permitía que la presión acumulada se disolviera; sus miedos y tristezas se deslizaban lejos, lavados por la solícita presencia de Handong.

—Es solo que no sé qué más hacer —confesó Gahyeon eventualmente, su voz aún marcada por los intermittentes hipidos—. La casa... se ha vuelto tan asfixiante.

Handong la escuchaba, cada palabra, cada suspiro, reconociendo el dolor,  validándolo con su atención y su apoyo incondicional.

—Cada tormenta pasa, Gahyeonnie —dijo Handong, acariciando el pelo empapado de su amiga—. Y yo estaré aquí para todas las tormentas que vengan, hasta que el sol brille de nuevo para ti.

Las dos amigas permanecieron así, enredadas en consuelo mutuo, mientras la lluvia afuera iba calmando su furia en un gentil pizzicato sobre el mundo exterior. Y aunque la noche aún prometía ser larga y los problemas no habían desaparecido, Gahyeon sintió algo cambiar dentro de sí, una semilla de fuerza germinando bajo la cuidadosa vigilancia de Handong. Juntas, enfrentarían lo que vendría después, con la certeza de que incluso la más feroz de las lluvias no dura eternamente.

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Nadie vio eso, no subí la parte con correcciones 😡

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