Capítulo XII

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Max estaba inmóvil sin mirarlo.
–¡Te he hecho una pregunta!–Gritó Sergio, angustiado–¿Qué ocurre Max?
Max abrió la boca para contestar y luego volvió a cerrarla, angustiado.

–Escuchame–Dijo Sergio, intentando controlarse para que su voz no se rompiera–Esto tiene que terminar, estoy cansado de los silencios, de las vacilaciones...

Apartándose de la borda, Max irguió los hombros y se enfrentó a Sergio con la resignación de un hombre enfrentándose con un pelotón de fusilamiento.

–Espera aquí, volvere enseguida con una respuesta.
Sergio lo vio alejarse, con el corazón en la garganta. Sergio quería saberlo todo pero, al mismo tiempo, tenía miedo. Como si en el fondo de su corazón, o de su mente, supiera que al saber esa verdad no podría vivir con ella.

Max volvió unos minutos después y, llamándolo para que entrase en el salón, le entrego un sobre.
–Toma, si es verdad que una imagen vale más que mil palabras, esto debería decirtelo todo.

Dentro de él había una fotografía del día de su boda aparentemente. Tras ellos, Sergio reconoció el Ayuntamiento de Vancouver, su traje azul, un ramo de rosas y peonias...
Pero Max había olvidado contarle un pequeño detalle.

Tenía que ser un truco de su imaginación, un error, una ilusión óptica.
Sergio parpadeó para aclarar su visión y volvió a mirar la fotografía, que temblaba en su mano como una hoja movida por una tormenta.

–Mis ojos deben estar engañandome o...¿Yo estaba embarazado cuando nos casamos?
–No te estan engañando.
Eso tenía que significar...

Sergio se quedo inmóvil, la conclusión era evidente, pero tan terrible que no se atrevía a reconocerla.

–¿Es por eso por lo que te casaste conmigo?–Pudo preguntar por fin–¿Porque pensaste que era tu obligación?
–Sí.

Durante semanas le había suplicado que le contestara sinceramente a sus preguntasy durante semanas Max había estado tratando de evitarlo. Y ahora que necesitaba algo para suavizar el golpe...

–Imagino que eso explica que estuvieras serio en la foto.
–Tú tampoco estas muy sonriente. No habíamos planeado tener una hija Sergio.

Una hija, una hija, una hija...

Allí estaba la palabra, que él intentaba ignorar. Y una vez pronunciada, quedó colgando como una acusación.

–No me atrevo a preguntar pero... ¿Que fue de la bebé?–Murmuró Sergio más angustiado que nunca en toda su vida–¿Lo perdí? ¿Es por eso que siento este vació?
–No Sergio, no la perdiste.

Esta vez, la respuesta de Max pareció atravesar por fin la neblina de su cerebro; esa neblina que había sido su compañera desde el accidente empezaba a apartarse, dejándole ver fragmentos de recuerdos...

El salón se había vuelto oscuro, habitado por fantasmas que amenazaban con devorarlo. Gimiendo, Sergio enteró los dedos en su pelo, apretando su cabeza como si pudiera recordarlo todo, tocando la cicatriza... y las imágenes parecieron colarse por la ahora cerrada herida.

Recordaba el accidente, el impacto del coche contra el suelo...el hombre que iba sentado a su lado y a sí mismo soltando el cinturon de seguridad para salir del coche por que su bebé estaba atrapada en el asiento trasero. Tenía que sacarla de allí, tenía que salvar a su niña, a su preciosa hija por la que daría su vida...

Cuando vio un hilillo de sangre corriendo por la pálida carita sintió que se ahogaba. luego el mundo pareció girar sobre su eje y, de pronto solo había oscuridad.

Fragmentos de recuerdos se unían, formando un todo desolador.
La habitación cerrada en Pantelleria era la habitación de su hija, llena de peluches, cajas de música y móviles sobre su cuna.

Recuerdos de un amor.Where stories live. Discover now