Capitulo 1

71 2 0
                                    

Se encontraba caminando bajo el cielo gris, entre las calles vacías de Richmond, Virginia, cuando una ráfaga de viento terminó por despeinarle su cabello teñido de negro. La tarde era demasiado fría, lo cual la había animado a caminar a ningún lugar.
Irónicamente había olvidado el paraguas en casa, y lo imaginó burlándose de ella a carcajadas, ahora lamentaba no haberse quedado en su hogar esa fría tarde de invierno. Se detuvo justo sobre un puente que cruzaba a contemplar lo hermoso que se veía el atardecer, contemplando los coches que transitaban debajo de ella hasta que se sintió mareada.

(«¿Qué estás haciendo?», se preguntó.)

Miró de vuelta hacía arriba para encontrarse con una mujer joven que cruzaba rápidamente sobre el puente, la observó unos segundos y después apartó la vista, continuando su camino sin prestarle menor importancia, apartándose de ella al igual que los coches de abajo, y una vez más se había quedado sola. Caminó por las escaleras que la llevaron de vuelta al piso que era del mismo color gris, de izquierda a derecha. Sobre ella un par de palomas batieron sus alas por encima de su cabeza, así que decidió seguir la dirección que habían tomado. Para cuando se dió cuenta de que estaba yendo en la dirección equivocada, se había alejado demasiado. Suspiró profundamente y siguió caminando pasando por alto las advertencias de lo que implicaba alejarse de su camino habitual.
La carretera principal conducía a un viejo callejón que daba a una pequeña plaza comercial, fue entonces cuando a lo lejos vio a un chico con una camiseta de los Caballeros de Virginia, sentado a un lado de una máquina expendedora de Coca-Cola, su expresión estaba llena de tristeza y miseria. Parpadeó un par de veces, no había tiempo suficiente para distinguir si podría ser aquel hombre o alguien más, ¿la habían atrapado? Se cuestionó por un momento si sus padres y sus amigos realmente estarían preocupados por ella. Buscándola. El solo hecho de imaginarlos hizo que se riera en sus adentros. No recordaba algún momento en que se sintiera tan libre. Y tenía razón cuando se dijo a sí misma más de una vez que la vida era como una rueda, y la suya parecía haberse quedado en lo más alto con la mínima intención de bajar una vez más.
—Estúpido —balbuceó.
De mala gana, siguió andando con la mirada fija en el concreto gris que parecía no terminarse nunca. Entonces se detuvo cuando aquel chico le preguntó:
—¿Tienes un dólar?
Ella giro sobre sí misma y lo miró directamente a los ojos.
—Me gasté mi último dólar en una cajetilla de cigarros —le dijo mientras movía las manos dentro de su abrigo—, pero tengo un billete de cinco dólares, tómalos.
Él chico le extendió la mano y los aceptó.
—Gracias. ¿De dónde eres? —le preguntó.
—Berlin, Alemania, ¿y tú?
—Richmond, Virginia.
Él le hizo un gesto invitándola a sentarse a su lado sobre el concreto frío y mojado. Ella sintió un poco de pena por él y con un gesto de amabilidad accedió.
—Me llamo Noah.
—Es un buen nombre. ¿Te encuentras todos los días por aquí?
—De vez en cuando —suspiró—. No todos los días me veo en la obligación de juntar $200 dólares...

Los coches transitaban, como de costumbre. Había dejado de prestarle atención a lo que Noah le estaba diciendo, encogió su cuerpo cuando recordó un par de palabras que Ronnie le había dicho, pero no lograba conectarlas entre si. ¿Qué era lo que le había dicho? Ah, sí, lo había olvidado. Estaba hambrienta y lo último que había comido era un pedazo de pizza antes de salir de casa. Ni siquiera se había molestado en probar las enchiladas suizas que su vecina le había preparado amablemente.
—Qué te parece si hacemos un trato —finalmente dijo—. Te doy los $50 dólares que te hacen falta y te vas a casa.
Apretó la quijada, imaginándose que ahora cruzaba la calle. Llevaba un par de semanas viéndolo en todos lados, con ese traje negro y ese dulce perfume. Le dolía, esa maldita canción. Cerró los ojos y la voz de Noah la trajo de vuelta a la realidad.
—¿Harías eso por mí?
Ella asintió con una enorme sonrisa en los labios, sin darse cuenta las comisuras de su boca se levantaron en los bordes, por primera vez en meses estaba sonriendo de verdad.
—Bueno, entonces acepto pero, ¿cuáles son tus condiciones?
—Ahora que lo pienso no tengo ninguna condición. Pero si lo consideras apropiado y si tienes tiempo me gustaría invitarte a cenar.
El cabello castaño de Noah fue sacudido por el viento y una sonrisa tímida se dibujo en sus labios e iluminó su rostro. Era la primera vez que alguien le prestaba atención de verdad, sin esperar algo a cambio.
Ligeramente accedió moviendo la cabeza.
Ambos caminaron hasta un establecimiento de comida rápida cerca de la plaza, le compró la cena y algunas cosas más. Ella le dió la bolsa y él la pegó contra su pecho como si fuese lo más importante en su vida.
—Nick se pondrá muy feliz con esto, gracias.
—¿Nick? —le cuestionó.
—Es mi amigo. Ambos compartimos departamento y dividimos los gastos. Tenemos trabajos nefastos pero hacemos lo que podemos para sobrevivir, ¿quieres venir conmigo?
—Claro. ¿Por qué no?

Sin AmpersandUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum