Epilogo

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El verano hacía un mes había comenzado, el fuerte y vibrante calor era inminente; el viento ya estaba desapareciendo y la poca brisa que se sentía era por los árboles que adornaban las calles de mi ciudad.

Tenía conduciendo una hora ya, me había mudado cerca de las casa de mis padres. De hecho nunca debí haberlos abandonado, lo primero que hice luego de salir de casa de Abril haces ya varios meses, fue mudarme por unos días a su casa y al llegar abracé a mis viejos. Mi madre ya conocía la existencia de una nieta, como la buena mujer que era no me reprochó. Al ver mi cara, sabía que las cosas no habían salido del todo bien.

Me derrumbe.

Pasé meses sin siquiera volver a querer retomar mi camino, pero una mañana volví a soñar, con ambas. Eso era una señal, para en verdad querer recuperarla debía cumplir mi promesa. Esa mañana, salí a buscar empleo, pues no podía seguir dependiendo de nuevo de mis padres; esta vez no iba a servir de puto, conseguiría algo decente, con lo que pudiese sobrevivir cada mes.

Un día, tomé la decisión de retomar mis estudios. A pesar que había perdido casi una década, me fue fácil recuperar el ritmo de la universidad. Me iba bien, estudiaba y trabajaba. Cada semana tomaba una mudada de ropa, y me perdía en la ciudad donde Abril vivía, los primeros meses fueron incomodo pues entendía que mi presencia no era del todo bien recibida.

Abril, cada vez me dejaba acércame un poco más a mi hija. Yo por mi parte cada mes, puntualmente recibía aunque sea un poco de mi salario, en esos momentos no podía ofrecerles nada más; pero el compromiso que tenía con ambas cada vez era más importante, y aunque no fuese mi mujer, yo la miraba como tal.

Mi hija era inteligente, vivaz, y muy coqueta. Siempre cargaba su brillo color salmón, y sus uñas maquilladas, adornadas por pequeñas flores; me indicaban que cuando creciera necesitaría un calzón de castidad, pues no podría imaginar cuanto cerote malparido estaría tras sus faldas; y yo no iba a permitirlo.

Todo ese tiempo, viví plenamente para ellas. Abril, era el amor de mi vida; jamás dejaría de amarla, menos sabiendo que estos meses, aún estaba sola, y me alegraba, pues era la única muestra que tenía para saber que aun podía existir un nosotros en este mundo.

-¡Llegamos!-exclamó, mi padre desde el asiento trasero-.Kenneth, ¿no sabes si ya están ahí?- me preguntó sacándome de mis pensamientos.

Tomé mi celular, escribiendo un mensaje mientras conducía buscando un parqueo cerca de algunas escaleras. Miré la hora, pero era buen tiempo. No quería perderme ese momento, pues éste día era especial para Kenia, la primera vez que conocería el mar.

Recordé esa noche, cuando Abril me comentó sobre ello; ignoraba el hecho de que estaría aquí con ambas. O al menos eso esperaba, sino es que ya habían venido y me había perdido su carita al ver el océano en su esplendor.

-¿Traes la grabadora?, Jack-cuestionó mi madre, y mi padre extasiado sacó una videograbadora, de esas que aun tenías que poner un disquete para que funcionara. Me reí en mis adentros, pues no conocía esa faceta de ambos, la de abuelos alcahuetes y consentidores.

Aparqué el auto, justo en el momento que mi móvil empezó a vibrar. Lo alcé y ahí estaba su mensaje:

Estamos en recepción.

-Vamos-exclamé abriendo la puerta del auto, y tratando de apresurar a mis padres-.Ellas ya están dentro.

Dicho esto, salimos corriendo-a nuestro paso, si paso tortuga-, llevaba una pelota rosa que había comprado en la entrada de la autopista; un balde y una pala para poder hacer castillos en la arena.

Cuando llegamos al lugar, ahí estaban ambas. Kenia fue la primera en notar nuestra aparición, y soltándose del agarre de su madre, salió corriendo en mi dirección y abalanzándose sobre mis brazos-Papi, papi. Viniste-decía con una sonrisa que no cabía en su rostro-.Ven, toca mi corazón-me ordenó, colocando una mano sobre su pecho.-¿Lo sientes? Hace mucho pum pum pum.

Sueños de Juventud (SDI #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora