—¿Qué? —es la pregunta que salta de mi boca sin darme tiempo de reprimirla.

Observo su expresión, intentando leer algo en ella, pero nada, Darek sigue siendo un libro cerrado para mí. De mala gana se pasa una mano por su ya herido rostro, al parecer esto no le causa dolor, ya que no hace ninguna mueca.

—Lo haremos en mi casa —agrega, ignorando mi pregunta por completo.

No, ni loca voy a ir a su casa cuando está sucediendo todo esto de las cartas. No puedo confiar en nadie y menos en Darek Steiner.

—No.

Tras soltar esto me humedezco los labios y aludo su mirada. A pesar de que no lo veo, logro sentir su ceñuda expresión arrojándose sobre mi perfil.

—¿Qué?

La voz se le torna más ronca y un rastro de incredulidad se filtra en ella.

Clavo la vista en la ventanilla ubicada al lado de mí y por un segundo miro el paisaje que se vislumbra del otro lado del cristal. No me había dado cuenta, pero ya el autobús avanza por la carretera que nos conduce a nuestras respectivas paradas.

—No voy a ir a tu casa —digo al cabo de un momento.

—Muy bien, entonces vamos a la tuya.

Una alerta se enciende en mi cabeza en cuanto su respuesta llega a mi oído. No puedo evitar volverme para mirarlo y tan pronto choco con sus ojos, siento que algo afilado se va incrustando en mi garganta. Dios, él no puede ir a mi casa y darse cuenta de la pésima relación que tengo con mis padres.

¿Y si papá hace un comentario de mi acné? ¿O mamá está ebria?, pienso.

—No. —Trago saliva —. No podemos ir a mi casa.

—Decídete ya, porque estamos a punto de llegar a mi parada y si no me bajo voy a ir a tu casa —ordena. —¿Tu casa o la mía?

—Podemos ir a una cafetería —busco otra opción.

—No me gustan esos lugares.

A la mierda.

—¿Tu casa o la mía? —insiste.

Apuesto los dos dólares que tengo en mis bolsillos a que mis ojos en este instante se encuentran desorbitados, al igual que lo están mis pensamientos. Para agravar mi estado, el característico sonido de los frenos de bus inunda nuestro entorno y me topo con que ya estamos en la parada en la que se debería bajar el chico sentado a mi par.

—Es que... —Hago una pausa y a ella la siguen las puertas del vehículo cerrándose.

—Entonces, vamos a tu casa —concluye él al dejar de mirarme y poner su atención al frente.

El chofer sigue con el curso de su trayecto sin tener ni idea de que al hacerlo provoca que mi garganta se vaya cerrando. Me veo con las manos alrededor de mi mochila, apretándola con suma fuerza.

—Oye, yo creo que cada uno debería hacer su parte por separado —me atrevo a decir en cuanto soy más consciente de mi realidad —. Y luego los juntamos.

Si mirarme, sonríe sin esfuerzo. «No haré eso por nada del mundo», parece decir su gesto.

—No me conoces ni en lo más mínimo —comenta —. Antes de hacer eso prefiero perder todo el año escolar.

Por Dios, es un simple trabajo.

—No, definitivamente no te conozco.

—Como sea, hoy debemos acabar con eso y lo haremos en tu casa.

No acercarse a DarekWhere stories live. Discover now