¢apitulo uno 🎀

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“ Con un no debería bastar. ”

A lo lejos escuchaba un pitido de auto, pero de a pocos se iba acercando más, ¿Como lo se? Pues cada vez se escuchaba más fuerte.

Ni siquiera colocándome la almohada por encima de la cabeza logró esquivar ese inquisivo sonido. Era estresante.

—¡Que idiota!

Sabia quién era.

—¡Basta!

Eran las seis de la mañana de un domingo, ¿Que le pasaba?

Me levanto, tomo la bata que esta en la esquina de la cama para colocarmela y salir dando tremendo portaso.

Una vez que cruzo la puerta de la calle, veo al susodicho que despierta a toda la cuadra con esa bulla tan desagradable.

—¡Oye!

El susodicho sale de su auto vacilante.

—¡Oye!

Encima de idiota es sordo.

—¡Oye, idiota!

Sarandeo su hombro en busca de atención.

—¡¿Estás loca?!— grita con furia. Al parecer lo asuste.

—No escuchabas— alce los hombros con simpleza.

—¿No será por esto?— muestra uno de los auriculares que se saca de una oreja.

Aishh. Idiota, idiota.

—¿Me hablaste solo para mirarme con enojo?— logra sacarse el otro auricular, para terminar colocándolos en su cajita y guardarlo en su bolsillo.

¿Era o se hacía? Encima todo lo hacía con tanta simpleza, como si el mundo, que digo mundo, el universo completo girará a su alrededor.

—No, vengo a decir que eres un gran idiota.

—Hazta que lo dijiste.

No sé veía para nada afectado, es más, parecía que lo disfrutaba.

—¿Que?— pongo los brazos en mi cintura sin entender. En forma de jarra.

—Siempre vienes y dices: "Disculpa, ¿puedes hacer menos ruido?"—imita mi voz.

—Para comenzar yo no hablo asi.

¿Quién se creía?

—Oh, si que lo haces— responde con total seguridad.

—Claro que no— lo niego.

—Si.

—No.

—Si, si, si.

—No, no, no.

—Que sí, terca.

—Que no, idiota.

Ya sé que esto es muy de niños inmaduros, pero con él no tenía caso nada, porque como sea hacia que uno deje la cordura de lado y empiece a gritar «si, y no» como en el colegio.

—¡Calma, calma! Dios santo, ¿Por que estan gritando? ¿Acaso no ven la hora?

Catalina salia de su casa tocándose la cabeza con ambas manos. Ella era la gobernante de este pequeño barrio, más o menos de unos 60 años.

—El empezo— señalo al susodicho de ojos café.

—¿Yo? Si fuiste tú, loca. Señora Catalina, aqui la señorita llego a gritarme. Invadió mi propiedad.

—¿Invadir?—resoplo con enojo.

—Asi es, estas en mi lado— me acusa.

¿Ahora hay lados?

Guerra navideña (Proceso)Where stories live. Discover now