Prólogo

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(Amanecer)


La realidad se empezó a desdibujar en la cabeza de Noam el miércoles 25 de marzo; tres días después de encerrarse en el laboratorio para buscar una respuesta a lo imposible, sin dormir, apenas comiendo y sin ver a nadie, ni siquiera a él mismo.

En sus manos, la resequedad de la piel le causaba comezón, pero eso no lo detuvo de seguir usándolas sin descanso. Algunos de sus cayos se abrieron al segundo día, tenía las uñas mordisqueadas por partes y los pellejos alrededor se mezclaban con costras de sangre. Con la llegada del tercer día le costaba tomar notas a mano, su pulso firme cayó en la vacilación y los dedos, rígidos por el frío, se negaron a doblarse con normalidad. Sus manos ya no eran del todo suyas, le pertenecían también a la imagen de un cadáver. Él se estaba volviendo ese cadáver.

Atrapado en su propio bucle donde la secuencia iba de la silla de estudio a la zona de experimentación y viceversa, así las 24 horas del día, durante los, casi cuatro días que llevaba atorado en aquel cubículo blanco sin ventanas ni luz natural, Noam se perdió del sonido externo y de los rostros que ya no se detenían a saludarlo antes de ir a casa, de las voces al otro lado del pasillo y de los golpes consecutivos que llamaban a su puerta.

Una mala jugada de su mente lo llevó a pensar que el llamado era la respuesta ficticia que su cerebro maquinaba como reclamo a la falta de sueño, no desperdició su poca atención restante en la puerta y siguió estudiando los resultados de su último análisis.

—¿Seguro que sigue vivo? —aquella voz sí que logró despertarlo un poco. Quizá nada de lo que estaba viviendo fuera tan real como su cansancio, pero esas palabras casi se sentían así, casi. —¿Deberíamos llamar a alguien?

—Estamos llamando a alguien. —En respuesta a Glema, la voz masculina de Ruth cortó las últimas líneas de cordura de Noam con su afilado tono de exasperación. —Estamos llamando al bastardo engreído que nos ignora los mensajes y llamadas desde hace días, mientras se la vive escondido al otro lado de esta habitación, la cual, si no abre en los siguientes diez segundos voy a irrumpirla a costa de fuerza y gritos.

Noam observó su celular, no lo había tocado más que para pedir datos al equipo de experimentación y avisarles sobre las muestras que debían analizar, de ahí en fuera no se había escrito con nadie, ni siquiera con Zina. De hecho, ya que Ruth hizo el favor de mencionarlo, quitó la función de "no interrumpir", dejando que su bandeja se saturara por la cantidad de llamadas desviadas y los mensajes que acumularon números rojos sobre los íconos de algunas apps.

Abrió la puerta y volvió a su asiento mientras esas notificaciones llovían, creando una vibración en la mesa.

—Así que no moriste. —Ruth cerró la puerta detrás de él y se recargó en la pared con menos muestras en las repisas. También tenía ojeras, no tan grandes ni tan marcadas como las de Noam, pero seguro que no la pasó genial esos últimos días.

Noam intentó sonreírle, a él y a Glema. El esfuerzo se esfumó en una curva, apenas marcada, y volvió a decaer en un par de labios fruncidos.

—Aún no.

—Te trajimos algo. —Glema se acercó al escritorio y empezó a sacar los paquetes de su bolsa de manta. —Le dije a Ruth que seguro apenas comes, así que compramos colaciones y unas tabletas alimenticias. También agua mineral y unas cápsulas de sueño. —Tras decir lo último dejó lo demás a un lado y se acercó a Noam. —Sé que están en una carrera contra el tiempo, pero de nada servirá si te matas antes de llegar al final. Tienes que dormir un poco, Noam.

—Lo haré.

Ruth alzó una ceja y Glema se cruzó de brazos.

—No hablo de siestas, me refiero a dormir, Noam. Ocho horas seguidas. ¿Cuándo fue la última vez que dejaste a tu cuerpo descansar tanto tiempo?

WO-MAN (Periodo rojo)Where stories live. Discover now