Uno.

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Era de madrugada, un lunes de inicio de periodo, el segundo para ser exacto. Me desperté a eso de las siete de la mañana, suelo ser de esas personas que al levantar la cabeza de la almohada el sueño se le esfuma, por lo que levantarme era muy fácil.

Lo primero que hice al levantarme de la cama fue preparar todo lo que tenía que llevar ese día a la escuela, como todo chico lo que solía pensar era en las vacaciones, no tenía ganas de ir a estudiar, sentía que se volvía muy aburrido y monótono.

 Si bien no quería ir a la escuela, trate de pensar en positivo, resalte que pasaría tiempo con mis amigos y que posiblemente en el recreo jugaríamos voleibol, el cual era el deporte que practicaba junto a ellos.

La mañana transcurrió como normalmente solía ser (debo aclarar que yo estudiaba de doce a seis de la tarde), por lo que si quería podía prescindir de dormir temprano y no me afectaría mucho pues no tenía que madrugar, era uno de los pocos puntos buenos.

 Cuando eran aproximadamente las once, me dirigí a bañar y a prepararme para ir a la escuela, mientras hacía esto mi madre me preparaba el almuerzo, como todos los días, normalmente me suelo demorar treinta minutos bañándome como mucho, me gusta la sensación del agua, la libertad que se siente el estar en la ducha, aparte de ser un lugar tranquilo y relajante, por mi demora solía llevarme algunos regaños de mi mamá, era lo normal.

—Leandro, ¿Ya vas a salir? —me preguntó notándose seria y un poco enojada.

Sabía que cuando me hablaba en ese tono significaba que ya tenía que salir.

—Ya voy —le conteste mientras me secaba con la toalla.

—¡Rápido! —me respondió con el mismo tono de antes— vas a llegar tarde.  

—No demoro —le conteste con un tono suave.

 Salí de la ducha, me puse el uniforme y procedí a almorzar, no pude evitar percibir el gran olor de la comida tan deliciosa, dicho olor me abrió el apetito, se notaba que mamá lo había hecho con mucho amor como cada tarde.

Solía almorzar más antes que mi madre y mi abuelo, el cual vivía con nosotros, tras terminar de almorzar mi madre solía llevarme al colegio a pie, eso si bien no me avergonzaba, me provocaba una sensación un tanto incomoda, pues yo ya tenía 14 años y ese año cumplía los 15, vivíamos cerca de la escuela, me sentía como un niño pequeño que depende de su mamá, de igual manera ya lo veía normal y no me importaba lo que dijeran los demás. 

Como lo dijo mi madre, llegue algo tarde o bueno, llegamos tarde, normalmente en mi escuela, los estudiantes de secundaria llegan a las 11:45pm, se dan 15 minutos libres, y a las doce en punto salíamos todos al patio del piso inferior, hacíamos una fila por grupo para hacer una oración a Dios. 

Cuando llegue eran las 12:07pm, ya todos estaban en la oración y pues por llegar tarde no podía guardar la mochila, me fui a mi lugar de la fila y procedí a seguir el curso de la oración.

En lo primero en lo que me fije fue en mis amigos, Jairo encabezando la fila por su corta estatura y su característico peinado lleno de gel, a Juan siendo el último, alejado del penúltimo de la fila, caracterizándose por su gran altura y peculiar rostro, y finalmente observe a Brayan, el segundo de la fila, a pesar de su edad es algo bajo, pero eso si más alto que yo. 

Por llegar tarde no nos regañaban, pero si nos anotaban en una lista y al final del día los que estuvieran en esa lista tenían puntos menos. 

Ósea que tenía unos puntos menos, no sé con exactitud cuántos, pero no era el único de mi grupo que estarían en esa lista, pues Juan también había llegado un poco tarde, pero eso si antes que yo, y por otro lado también llegaron Simón y Ricardo que como chicos rebeldes llegan tarde. 

Destino Adolescente: Un Amor distintoWhere stories live. Discover now