Discordia

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The lumineers - Sleep on the floor

El lugar donde Jimin nació era tranquilo. Allí nunca sucedía nada fuera de lo habitual, las personas podían dejar las puertas abiertas por las tardes y los niños podían jugar afuera sin temer a los desconocidos. Nadie desaparecía y nadie desobedecía la ley. Excepto que allí siempre se sintió desprotegido.

En el pequeño pueblo rural todos se conocían, todos sabían que hacían los demás y cuáles eran los secretos que uno podía divulgar en la panadería de los Park, y cuales solo podían ser dichos entre los allegados más cercanos. La primera vez que Jimin comprendió la diferencia, fue en el lunes sin carne. A su madre le gustaban las tradiciones, así que cada lunes la carne quedaba vetada de la cena.

En ese entonces, Jimin tenía dieciséis años y todavía usaba un tonto uniforme del colegio católico al que iba, mejor dicho, al que cada adolescente en el pueblo iba. Porque si había algo que caracterizaba a una pequeña comunidad era su devota fe en la intangibilidad de un Dios.

De todas maneras, el secreto que escuchó esa noche provino de la tía abuela de Jimin a quien se lo contó la señora Kim, y luego el cuento terminó en oídos de la madre de Jimin. Al parecer el hijo del sobrino de la Señora Kim fue encontrado en el auto cinema con un chico mayor, un universitario del pueblo vecino. Jimin no se sorprendió, una vez encontró al chico Kim haciéndole una felación al bravucón de turno, pero sintió lástima por el muchacho que era un año más joven que él. Miró a sus padres que hablaban disgustados acerca de la noticia y se espantó al pensar en lo que dirían si descubriesen que su propio hijo podría haber tenido una que otra fantasía con James Dean luego de verlo en Rebelde sin causa.

Después de todo, esa fue la década en que el mundo descubrió que ser maricón no era sinónimo del VIH, y para decir verdad, los cambios trascendentales demoraban en llegar a los pequeños pueblos rurales.

Allí había una iglesia, una sala médica con lo necesario para tratar infecciones y una vieja ambulancia que serviría para llegar al hospital del siguiente pueblo lo bastante rápido como para salvar una vida. El único supermercado tenía productos nacionales y leche recién salida de la ubre de las pobres vacas. También había una tienda de ropa donde todo el maldito pueblo compraba y una estación de autobuses que quedaba en mitad del desierto. Si, vivir allí era como tragar arena todos los malditos días de tu vida.

Así que nadie se atrevería a culpar a Jimin cuando en su siguiente cumpleaños, escapó.

Se llevó los ahorros de tres largos años y tomó prestado a su padre los pocos billetes que guardaban en esa lata de galletas mantecosas. No crean que fue su culpa, o que lo hizo porque era un malagradecido sin escrúpulos. La relación con su padre se definía en el grado de alcoholismo con el que el viejo llegase cada noche. Y su madre... murió ese verano. No estaba enferma ni era una santa. Ella se suicidó sin ninguna advertencia, quizás se cansó de ver que su marido golpear a su hijo cada vez que mágicamente algo le frustraba, o de esconder que abría las piernas cada fin de semana para el mismo idiota que una vez le dio una moneda de cinco a Jimin para "silenciarlo", eso luego de encontrarlo sin camisa y con la bragueta abierta en mitad de la sala.

Jimin no la odió, ni la culpó. Él la amó y la extrañó, pero por dentro gritó hasta marchitarse. Se suponía que eran ellos dos contra viento y marea, bueno, ahora estaba solo en contra de la tormenta.

Vagar sin rumbo para un chico de diecisiete años fue una experiencia en la que nunca quiso pensar como horripilante, más bien, la recordaba como necesaria. Fue golpeado, asaltado, drogado y estafado. Pero sobrevivió y se encontró en la gran ciudad, en el asiento de un auto lujoso, con olor a limón y ruedas que parecían nunca haber pisado el asfalto.

Entre Caníbales - KookMinWhere stories live. Discover now