—Con gusto la mato yo, para que no se mate ella.

—Amor.

Eso me provoca un nudo en la garganta, y por unos segundos, hablar era imposible. Ella se acerca un poco más, disipando ese olor a pastel recién horneado. Esa palabra fue dicha con malicia, solo para desarmarme, y ni siquiera un ser despiadado como yo, habría sido tan cruel.

—Traje vino—Anuncie, a punto de levantarme, pero ella pone su mano en mi pecho.

La volteo a ver.

—Yo lo serviré—Me dice dulcemente, deja un beso en mi mejilla. —Pero debemos hablar de esto.

Expando una sonrisa nuevamente, viéndola levantarse, cuando me da la espalda, la borro de inmediato. Ella se acerca a la mesa donde está la bandeja de plata, la botella de Romanée Contín y las dos copas de oro.

—¿Y el sacacorchos?—Pregunta, aun de espalda.

—Ya está abierta.— Su espalda se tensa ligueramente y escucho como relamer sus labios.

Se posiciona en un ángulo que no me deja ver las copas o como las sirve, lo cual me pone tensa a mí también. Llega con ambas copas en las manos, y me extiende una, y se deja caer a mi lado.

—Jamás había bebido en esta copas tan elegantes—Trata de ser risueña.

Me acerco un poco a ella.

—Sabes, estas copas tienen una historia interesante— Comienzo. Ella asiente, y se acomoda para mirar frente a frente. —En ellas sirvieron el vino de la última cena del Alfa Gabriel Favre y de su Luna Consorte antes de su descanso eterno. Le gustaban muchos los zafiros azules, tenía cientos de ellos—Acaricié la joya en el centro de la copa— Algunos dicen que le recordaban a los ojos de su verdadera Luna, aquella le fue arrebatada por una vil híbrida.

—Wow— Exclama sorprendida, detallando la copa. —No le pusiste nada ¿Verdad?

Suelta a reír.

—Sería incapaz de hacerle daño al amor de mi completa eternidad.

Ella muerde su labio inferior y enrojece aún más las mejillas de Diana Ayleen, pero no bebe, ni yo tampoco. Tal vez pasaron minutos o segundos, no lo sé, solo me concentraba en verla. Estira su brazo, apuntando a la chimenea, la copa solo la sostienen su dedo pulgar e índice, entonces, con esa sonrisa falsa, vierte hasta la última gota de vino en la alfombra blanca y la deja caer.

Sus ojos no dejan los míos, menos cuando coloca su mano frente a ella y comienza a acercarse a mi cara con lentitud. La bata de seda comienza a deslizarse por sus hombros, dejando su piel pintada de lunares al descubierto.

—El veneno no vence al demonio—Susurra.

¡Puf! Desaparece, dejando rastros de su humo negro. Un instante después, siento su aliento fresco en mi oído. Sus manos pasan por mi cuello, se deslizan por mis pechos hasta quedar cerca de mi abdomen. Giro mi rostro, y son ojos muy diferentes lo que me reciben, rojo con negro —Nada lo hace.

Expando una media sonrisa.

—Solo era algo para relajarte—Dije a secas.

Endereza su postura, soltando un dramático suspiro.

—Me delató lo del mocoso, ese ¿Verdad?— Cuestiona. Asiento. —El instinto de madre lo perdí hace mucho.

Ella toma asiento en el sillón delante de mí, posiciona sus manos en los brazos del mueble. La forma que me mira es nueva, incluso Diana Ayleen que no era de armas a tomar, me miraba de una forma tan soberbia, como si ella fuera la Alfa y yo la omega.

Sword Onyx [3]Where stories live. Discover now