Capítulo 39

2 0 0
                                    


—¿Crees que puedas descifrarlo cuando tengamos la otra mitad? —
pregunté a Amren, recostada contra la puerta principal de su departamento la
tarde siguiente.
Vivía en el último piso de un edificio de tres pisos, el techo inclinado
terminaba en ambos lados de una enorme ventana. Una con vista hacia el Sidra; la
otra a una plaza de la ciudad. Todo el departamento consistía de una habitación
enorme: el piso de roble desteñido estaba cubierto de alfombras igual de
desteñidas, los muebles estaban repartidos como si los moviera constantemente
por algún motivo.
Solo su cama, una monstruosidad de cuatro postes cubierta de gasa,
parecía estar en un lugar permanente contra la pared. No tenía cocina, solo una
gran mesa y una chimenea dando un calor casi sofocante. La nieve de la noche
anterior se había desvanecido con el sol de invierno a medio día, la temperatura
era fresca pero lo suficientemente templado que la caminata hasta aquí había sido
vigorizante.
Sentada frente a una mesa baja llena de papeles, Amren levantó la vista del
libro de metal. Su rostro estaba más pálido de lo normal, con los labios hacia abajo.
—Ha pasado mucho desde que utilicé este idioma; quiero dominarlo antes
de descifrar el Libro. Espero que para entonces esas reinas altaneras nos hayan
dado su parte.
—¿Y cuánto te tomará volver a aprender el idioma?
—¿No te lo dijo Su Oscuridad? —Volvió su atención al Libro.
Caminé hacia la larga mesa de madera y dejé el paquete que había traído
sobre la superficie rayada. Unas gotas de sangre caliente, sacadas directamente de
la carnicería. Casi corrí para evitar que se enfriara.
—No —respondí, sacando los contenedores—. No me lo dijo.
Rhys ya se había ido antes del desayuno, aunque había dejado una nota
sobre una de mis mesitas de noche.
Gracias… por lo de anoche, era todo lo que decía. Sin pluma para escribir
una respuesta.
Pero busqué una y respondí. ¿Qué significan la montaña y las estrellas
tatuadas en tus rodillas?
El papel desapareció un segundo después. Cuando no regresó, me vestí y
bajé a desayunar. Ya estaba por terminar mis huevos cuando el papel apareció
junto a mi plato, perfectamente doblado.
Que no me arrodillaré ante nada ni nadie, solo ante mi corona.
Esta vez, una pluma apareció. Solo me limité a escribir, Qué dramático. Y a
través de nuestro vínculo, del otro lado de mis escudos mentales, podría jurar que
lo escuché reír.
Sonriendo ante el recuerdo, abrí la tapa del primer frasco, el olor de la
sangre me invadió. Amren olfateó, luego giró la cabeza hacia las pintas de cristal.
—Tú…oh, me caes bien.
—Es de cordero, si es que hay alguna diferencia para ti. ¿Quieres que te la
caliente?
Se alejó del Libro, y solo me limité a observarla mientras tomaba el frasco
con ambas manos y se la tomaba como si fuera agua.
Bueno, por lo menos no tendría que molestarme en buscar una olla.
Amren se tomó la mitad de un solo sorbo. Un hilito de sangre le cayó por la
barbilla, y dejó que manchara su blusa gris, arrugada como nunca la había visto.
Separando los labios sonoramente, dejó el frasco sobre la mesa en un gran suspiro.
La sangre le brillaba en los dientes.
—Gracias.
—¿Tienes alguna favorita?
Levantó la barbilla ensangrentada, luego se la limpió con una servilleta al
darse cuenta del desastre que había hecho.
—La de cordero siempre ha sido mi favorita. Aunque suene horrible.
—¿No la de humanos?
Hizo un gesto.
—Es aguada y casi siempre sabe a lo último que comieron. Y ya que los
paladares de la mayoría de los humanos dejan mucho que desear, es una apuesta
arriesgada. Pero el cordero… Aunque también acepto de cabra. La sangre es más
pura. Más sabrosa. Me recuerda a… otro tiempo. Otro lugar.
—Interesante —comenté, y lo decía en serio. Me pregunté a qué mundo,
exactamente, se refería.
Se terminó el resto, el color ya regresando a su rostro, y puso el frasco en
un pequeño fregadero junto a la pared.
—Pensé que vivías en un lugar más… ornamentado —confesé.
En efecto, sus elegantes vestimentas colgaban en unos estantes junto a la
cama, sus joyas estaban esparcidas sobre algún guardarropa y mesas. Había
suficiente de esto último para pagar el rescate de un emperador.
Se encogió de hombros, dejándose caer frente al Libro una vez más.
—Lo intenté una vez. Me aburrió. Y no me gustaba tener sirvientes. Muy
ruidoso. He vivido en palacios y cabañas, en montañas y playas, pero, por alguna
razón, mi departamento junto al río me gusta más. —Le frunció el ceño al tragaluz
del techo—. También significa que no tengo que dar fiestas ni recibir invitados. Y
detesto ambas cosas.
Solté una risita.
—Entonces me iré pronto.
Dejó salir un resoplido de diversión, cruzando las piernas debajo de ella.
—¿Por qué estás aquí?
—Cassian dijo que te has encerrado aquí día y noche desde que
regresamos, y pensé que podrías tener hambre. Y… no tenía nada qué hacer.
—Cassian es un entrometido.
—Se preocupa por ti. Por todos vosotros. Son la única familia que tiene. —
Todos ellos eran la única familia que tenían.
—Argh —dijo, estudiando un pedazo de papel. Pero aun así pareció feliz.
Un resplandor de color en el suelo a su lado atrapó mi atención. Estaba usando su
rubí como pisapapeles.
¿Rhys te convenció de no destruir Adriata por el rubí?
Los ojos de Amren me miraron, lleno de tormentas y mares bravos.
—Por supuesto que no. Eso me convenció de no destruir Adriata. —Señaló
hacia su tocador. Extendido sobre la mesa como una serpiente, yacía un collar
familiar de diamantes y rubíes. Lo había visto antes… en el tesoro de Tarquin.
—¿Cómo… qué?
Amren se sonrió a sí misma.
—Varian me lo envió. Para suavizar la declaración de venganza de
Tarquin.
Había pensado que los rubíes deberían ser usados por una mujer
poderosa, y no había una más poderosa que la que estaba frente a mí.
—¿Varian y tú…?
—Tentador, pero no. El idiota no sabe si me odia o me desea.
—¿Por qué no los dos?
Soltó un suave resoplido.
—Eso digo yo.
+++
Y así comenzaron las semanas de espera. De esperar a que Amren
aprendiera de nuevo un idioma que nadie más hablaba en nuestro mundo. De
esperar a que las reinas mortales respondieran nuestra solicitud para reunirnos.
Azriel siguió intentando infiltrarse en sus cortes, aún sin éxito. Me
enteraba por Mor, más que nada, pues siempre sabía cuándo regresaba a la Casa de
Viento, y siempre se encontraba ahí cuando él aterrizaba.
No me dio muchos detalles, menos aun de la frustración que sentía al no
poder meter a sus espías o a él mismo dentro de esas cortes, y eso le estaba
afectado. Los estándares en los que él mismo se sostenía, me confesó ella, rozaban
lo sádico.
Hacer que Azriel se tomara un poco de tiempo para él mismo que no fuera
para trabajar o entrenar, era casi imposible. Y cuando le recordé que él sí había ido
con ella al Rita cuando se lo pedía, Mor simplemente me dijo que le había tomado
cuatro siglos lograr que aceptara. A veces me preguntaba qué cosas ocurrían en la
Casa de Viento mientras Rhys y yo estábamos en la casa de la ciudad.
Realmente, solo visitaba el lugar por las mañanas, cuando ocupaba la
primera mitad de mi día entrenado con Cassian, quien, junto a Mor, habían
decidido qué comidas debería de ingerir para recuperar el peso que había perdido,
para volver a ser fuerte y rápida. Y mientras los días se iban, pasé de aprender
defensa física a aprender a empuñar una espada Iliriana, un arma tan afilada, que
casi le vuelo un brazo a Cassian.
Pero estaba aprendiendo a usarla, lentamente. Dolorosamente. Había
tenido un descanso del brutal entrenamiento de Cassian, solo una mañana, cuando
había volado al reino humano para ver si mis hermanas habían recibido respuesta
de la reina y enviar otra carta de Rhys para ellas.
Supuse que ver a Nesta fue tan malo como me lo había imaginado, pues la
siguiente lección fue más larga y pesada de lo que habían sido los días anteriores.
Le había preguntado qué había dicho Nesta con exactitud para alterarlo tan
fácilmente. Pero Cassian solo me había gruñido y me había dicho que no me
metiera en donde no me llamaban, y que mi familia estaba llena de mujeres
sabelotodo y mandonas.
Una parte de mí se preguntó si Cassian y Varian necesitaban comparar
notas.
La mayoría de las tardes… si Rhys estaba por ahí, entrenaba con él. Mente
a mente, poder con poder. Lentamente, trabajamos los dones que me habían
concedido: fuego y agua, hielo y oscuridad. Sabíamos que había otras cosas que
permanecían inexploradas, enterradas. Tamizarme aún me era imposible. No había
podido hacerlo desde aquella mañana nevosa con el Attor.
Tomaría tiempo, me decía Rhys todos los días, cuando sin querer le
hablaba mal; tiempo, para aprender y dominar cada uno.
Con cada lección, me daba información de los Grandes Señores cuyos
poderes había robado: de Beron, el cruel y vanidoso Gran Señor de la Corte de
Otoño; de Kallias, el callado y astuto Gran Señor de Invierno; de Helion Cuchilla de
Brujo, el Gran Señor del Día, cuyas bibliotecas personales habían sido saqueadas
por Amarantha, y cuyo pueblo era excelente con los hechizos y archivaban el
conocimiento de Prythian.
Saber de quién había heredado mis poderes, me decía Rhys, era tan
importante como entender la naturaleza del mismo. Nunca hablábamos del poder
de cambiar de forma, de las garras que a veces podía invocar. Los hilos que nos
envolvían cuando pensábamos en ese don, estaban demasiado enredados, la
historia era demasiado violenta y sangrienta.
Así que estudié la historia y política de las demás cortes, y aprendí los
poderes de sus amos, hasta que dormía y despertaba con un sabor ceniciento en la
boca y hielo entre los dedos. Y cada noche, exhausta por entrenamiento de mi
cuerpo y de mis poderes, me tambaleaba a un sueño profundo, enlazado con
oscuridad con olor a jazmín.
Hasta mis pesadillas estaban demasiado cansadas para acecharme.
Los días en los que Rhys estaba en otro lugar para lidiar con los proyectos
de su corte, para recordarles quién los mandaba o sentenciar, para prepararse para
nuestra inevitable visita a Hiberno, yo leía, o me sentaba con Amren mientras ella
trabajaba en el Libro, o daba paseos por Velaris con Mor. Esto último era quizás lo
que más me gustaba, y la mujer sí que sabía cómo gastar dinero. Había echado un
vistazo una sola vez a la cuenta que Rhys me había dado, solo una vez, y me di
cuenta de que me estaba pagando mucho, demasiado.
Intentaba no desilusionarme en esas tardes cuando él no estaba, intentaba
negarme que no lo esperaba con ansias, dominando mis poderes, y… bromeando
con él. Pero hasta cuando no estaba, hablábamos, a través de las notas que se
habían convertido en nuestro extraño secreto.
Un día, me había escrito desde Cesere, una pequeña ciudad al noreste en
donde iba a reunirse con las pocas sacerdotisas sobrevivientes, para hablar de la
reconstrucción de su templo después de que éste hubiese sido destruido por las
tropas de Hiberno. Ninguna de las sacerdotisas era como Ianthe, me lo prometió.
Háblame de tus pinturas.
Yo le había respondido desde mi asiento en el jardín, la fuente por fin
había revivido con el regreso del tiempo afable.
No hay mucho que decir.
Aun así háblame de ellas.
Me tomó un tiempo pensar en la respuesta, pensar a través del pequeño
agujero en mí y lo que una vez había significado y cómo se había sentido. Pero
luego dije: Hubo un tiempo en el que lo único que deseaba era tener dinero suficiente para mantener a mi familia y a mí alimentados para que pudiera pasarme los días
pintando. Eso era lo único que deseaba. Para siempre.
Hubo una pausa. Y luego la respuesta. ¿Y ahora?
Ahora, contesté, no sé lo que quiero. Ya no puedo pintar.
¿Por qué?
Porque esa parte de mí se encuentra vacía. Aunque quizás en aquella noche
en que lo había visto arrodillado en la cama… tal vez esa parte hubiese cambiado
un poco. Pensé en lo siguiente que iba a poner y entonces escribí: ¿Siempre quisiste
ser un Gran Señor?
Hubo una pausa muy larga otra vez.
Sí. Y no. Vi cómo gobernaba mi padre y supe desde muy pequeño que no
quería ser como él. Así que decidí ser un Gran Señor diferente; quería proteger a mi
pueblo, cambiar la opinión de los Ilirianos, y eliminar la corrupción que mancillaba
la tierra.
Por un momento no pude evitar compararlos: Tamlin no había querido ser
un Gran Señor. Él resentía serlo, y tal vez… tal vez ese era el motivo por el cual la
corte se había convertido en lo que era. Pero Rhysand, con una visión, con la
voluntad, deseo y pasión para hacerlo… Había construido algo.
Y luego fue al campo de batalla para defenderlo.
Es lo que había visto en Tarquin, la razón por la que esos rubíes de sangre
lo habían afectado tanto. Otro Gran Señor con visión, una visión radical del futuro
de Prythian.
Así que respondí: Al menos compensas tú coqueteo sinvergüenza siendo un
excelente Gran Señor.
Él había regresado esa tarde sonriente como un gato y se había limitado a
decir a modo de saludo:— ¿Un excelente Gran Señor?
Le había echado un chorro de agua a su rostro.
Rhys no se molestó en protegerse. En su lugar sacudió la cabeza mojada
como un perro y me salpicó, haciéndome gritar y alejarme. Su risa me siguió
escaleras arriba.
El invierno estaba lentamente desvaneciéndose, cuando me desperté una
mañana y encontré otra carta de Rhys al lado de mi cama. Sin pluma.
Hoy no hay entrenamiento con tu segundo Iliriano favorito. Las reinas por
fin se han dignado a responder. Mañana irán a la casa de tu familia.
No tenía tiempo para ponerme nerviosa. Nos fuimos después de cenar,
volando hacia el territorio humano protegidos por la oscuridad, el viento gritando
mientras Rhys me sujetaba con fuerza.
+++
Mis hermanas estaban listas la mañana siguiente, ambas arregladas con
ropas dignas de cualquier reina, Fae o mortal.
Supuse que yo también.
Llevaba un vestido blanco de chifón y seda, con un corte típico de la moda
de la Noche Oscura de revelar mi piel, los adornos dorados del vestido brillaban a
la luz del mediodía que se filtraba por las ventanas del salón. Mi padre,
afortunadamente, estaría en el continente otros dos meses, debido al vital
comercio que estaba persiguiendo a través de los reinos.
Cerca de la chimenea, estaba de pie junto a Rhys, vestido de su tradicional
negro, sin alas y con su rostro con una máscara de tranquilidad. Solo la oscura
corona sobre su cabeza –de metal con forma de alas de cuervo– era diferente. La
corona era hermana de la mía, una diadema de oro.
Cassian y Azriel monitoreaban todo desde la pared más alejada, sin armas
a la vista.
Pero sus Sifones brillaban y me pregunté qué clase de arma, exactamente,
podían hacer con eso, si la situación lo demandaba. Pues esa había sido una de las
órdenes que las reinas habían dado para esta reunión: sin armas. No importaba
que los guerreros Ilirianos fueran armas suficientes.
Mor, en un vestido rojo parecido al mío, le frunció el ceño al reloj sobre la
chimenea blanca, dando golpes sobre la alfombra con su pie. Pese a mis deseos de
que conociera a mis hermanas, Nesta y Elain habían estado tan tensas y pálidas
cuando llegamos que inmediatamente había decidido que no era el momento para
tal presentación.
Un día, un día, las juntaría a todas. Si no moríamos en esta guerra primero.
Si esas reinas decidían ayudarnos.
El reloj marcó las once en punto Las reinas habían dado otras dos órdenes. La reunión comenzaría a las
once. Ni antes ni después. Y habían querido la locación exacta geográfica de la casa.
El plano y la dimensión de cada habitación. Dónde estaba cada mueble. Dónde se
encontraban las ventanas y puertas. En qué habitación creíamos que se haría la
reunión.
Azriel les había dado todo, con la ayuda de mis hermanas.
Solo se oían las campanadas del reloj sobre la chimenea.
Y me di cuenta, cuando dio su última campanada, que la última orden no
era solo por seguridad. No, mientras una brisa barrió la habitación y cinco figuras
aparecieron, flanqueadas por dos guardias cada una, supe que se debía a que las
reinas podían tamizarse.

yoWhere stories live. Discover now