Capítulo 38

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Amren se llevó el Libro a donde fuera que vivía en Velaris, dejándonos a
los cinco para comer. Mientras Rhys les contaba sobre nuestra visita a la Corte de
Verano, logré zamparme el desayuno antes del agotamiento por pasar despierta
toda la noche, desbloqueando esas puertas, y muy a punto de que haber muerto.
Cuando desperté, la casa se hallaba vacía, la cálida luz del sol de la tarde brillaba
dorada y el día estaba tan inusualmente caluroso y encantador que me llevé un
libro hasta el pequeño jardín en la parte trasera.
El sol finalmente se movió, dejando el jardín en sombras hasta el punto de
que volvía a hacer frío. No estaba del todo dispuesta a renunciar todavía al sol así
que anduve los tres niveles hasta el jardín de la azotea para ver cómo se ponía el
sol.
Por supuesto, por supuesto, Rhysand ya estaba descansando en una de las
sillas de hierro pintadas de blanco, con uno de sus brazos por encima del espaldar
mientras su otra mano agarraba perezosamente un vaso de algún tipo de licor, y
con una licorera de cristal llena ese licor puesta sobre la mesa delante de él.
Sus alas se cubrían el suelo de baldosas detrás de él, y me pregunté si
también estaba aprovechando del día inusualmente apacible para asolear sus alas,
cuando carraspeé.
—Sé que estás ahí —dijo sin volver su vista del Sidra y el mar rojo dorado
de más allá.
Fruncí el ceño.
—Si quieres estar solo, me puedo ir.
Hizo un gesto con la barbilla hacia el asiento vacío en la mesa de hierro. No
era una invitación brillante, pero... me senté.
Amren se llevó el Libro a donde fuera que vivía en Velaris, dejándonos a
los cinco para comer. Mientras Rhys les contaba sobre nuestra visita a la Corte de
Verano, logré zamparme el desayuno antes del agotamiento por pasar despierta
toda la noche, desbloqueando esas puertas, y muy a punto de que haber muerto.
Cuando desperté, la casa se hallaba vacía, la cálida luz del sol de la tarde brillaba
dorada y el día estaba tan inusualmente caluroso y encantador que me llevé un
libro hasta el pequeño jardín en la parte trasera.
El sol finalmente se movió, dejando el jardín en sombras hasta el punto de
que volvía a hacer frío. No estaba del todo dispuesta a renunciar todavía al sol así
que anduve los tres niveles hasta el jardín de la azotea para ver cómo se ponía el
sol.
Por supuesto, por supuesto, Rhysand ya estaba descansando en una de las
sillas de hierro pintadas de blanco, con uno de sus brazos por encima del espaldar
mientras su otra mano agarraba perezosamente un vaso de algún tipo de licor, y
con una licorera de cristal llena ese licor puesta sobre la mesa delante de él.
Sus alas se cubrían el suelo de baldosas detrás de él, y me pregunté si
también estaba aprovechando del día inusualmente apacible para asolear sus alas,
cuando carraspeé.
—Sé que estás ahí —dijo sin volver su vista del Sidra y el mar rojo dorado
de más allá.
Fruncí el ceño.
—Si quieres estar solo, me puedo ir.
Hizo un gesto con la barbilla hacia el asiento vacío en la mesa de hierro. No
era una invitación brillante, pero... me senté.
cabeza, de que se le está dando caza y de que pronto estará muerto. La caja llegó a
la Corte de Pesadillas hace una hora.
Por la Madre.
—Asumo que uno de estos tiene mi nombre. Y el tuyo. Y el de Amren.
La tapa se cerró de golpe por un viento oscuro.
—He cometido un error —dijo. Abrí la boca, pero él continuó—: Debí
haber limpiado las mentes de los guardias y permitirles seguir delante. En su lugar,
los dejé inconscientes. Ha pasado un tiempo desde que tuve que tomar algún tipo
de defensa…. física como esa, y estaba tan concentrado en mi formación Iliriana
que me olvidé del otro arsenal a mi disposición. Probablemente se despertaron y
fueron directo hacia él.
—Él se habría dado cuenta de que faltaba el Libro bastante pronto.
—Podríamos haber negado que lo hubiéramos robado y atribuirlo a una
coincidencia. —Él vació su copa—. Cometí un error.
—No es el fin del mundo si los cometes de vez en cuando.
—¿Te he dicho que ahora eres el enemigo público número uno de la Corte
de Verano y te parece bien?
—No. Pero no te culpo.
Soltó un suspiro, mirando fijamente su ciudad mientras el calor del día
sucumbía a la mordedura del invierno una vez más. Eso no le importó a él.
—Tal vez podrías devolver el Libro una vez que hayamos neutralizado el
Caldero… disculparnos.
Rhys resopló.
—No. Amren tendrá ese Libro durante el tiempo que lo necesite.
—Entonces, haz las paces con él de alguna manera. Está claro que tú
querías ser su amigo tanto como él quería ser el tuyo. No estarías tan enfadado de
ser contrario.
—No estoy enfadado. Estoy molesto.
—Semántica.
Me dio una media sonrisa.
—Las disputas como la que acabamos de comenzar pueden durar siglos,
milenios. Si ese es el costo de detener esta guerra, de ayudar a Amren… lo pagaré.
Me di cuenta que pagaría con todo lo que tuviera. Cualquier esperanza
para él, su propia felicidad.
—¿Saben los demás…sobre los rubíes de sangre?
—Azriel fue quien me los trajo. Estoy pensando cómo voy a decírselo a
Amren.
—¿Por qué?
La oscuridad llenó notablemente sus ojos.
—Porque su respuesta será ir a Adriata y borrar la ciudad del mapa.
Me estremecí.
—Exactamente —dijo.
Me quedé mirando Velaris con él, escuchando los sonidos del día
envolviéndonos, y la noche que se abría paso. Adriata se sentía rudimentaria en
comparación.
—Entiendo —dije, frotando mis manos para conseguir un poco de calor en
mis manos ahora heladas—, porque hiciste lo que tuviste que hacer con el fin de
proteger a esta ciudad. —Imaginar la destrucción que se había infligido a Adriata
aquí en Velaris hizo que mi sangre se helara. Sus ojos se deslizaron hacia mí, con
cautela y sin brillo. Tragué saliva—. Y entiendo por qué harás cualquier cosa por
mantener su seguridad durante los tiempos venideros.
—¿Y tú punto es?
Un mal día, este era un mal día, me di cuenta, para él. No fruncí el ceño
ante el ataque de sus palabras.
—Sobrevive a esta guerra, Rhysand, y preocúpate luego por Tarquin y los
rubíes de sangre. Anula el Caldero, evita que el rey destroce el muro y esclavice el
reino humano otra vez, y solucionaremos el resto después.
—Suenas como si fueras a quedarte aquí por un tiempo. —Una pregunta
aburrida, pero afilada.
Puedo encontrar donde quedarme, si a eso es a lo que te refieres. Tal vez
use ese generoso cheque para conseguirme algo lujoso.
Vamos. Guíñame un ojo. Juega conmigo. Solo…dejar de lucir así.
Solo dijo:
—Reserva tus cheques de pago. Tu nombre ya ha sido añadido a la lista de
los que tienen permitido usar mi línea de crédito. Cómprate lo que quieras.
Cómprate una maldita casa entera si es lo que quieres.
Apreté los dientes, y tal vez fuese por pánico o desesperación, pero dije
con dulzura:
—Vi una tienda muy bonita al otro lado Sidra el otro día. Vendían lo que
parecía ser un montón de cosas pequeñas de encaje. ¿Puedo comprarlas con tu
crédito también o eso sale de mis fondos personales?
Aquellos ojos violetas nuevamente se desviaron hacia mí.
—No estoy de humor.
No había humor, no había malicia. Podría quemarme por un fuego interior,
pero…
Él se había quedado. Y luchado por mí.
Semana tras semana, había luchado por mí, incluso cuando yo no
reaccionaba, incluso cuando apenas había sido capaz de hablar o de importarme si
vivía, moría, comía o me moría de hambre. No podía dejarle con sus propios
pensamientos oscuros ni con su propia culpa. Ya los había soportado el solo el
tiempo suficiente.
Por lo que sostuve su mirada.
—No sabía que los Ilirianos fueran unos borrachos malhumorados.
—No estoy borracho, estoy bebiendo —dijo, con sus dientes destellando
un poco.
—Una vez más, semántica. —Me recosté en mi asiento, deseando haber
traído mi abrigo—. Tal vez deberías haberte acostado con Cresseida después de
todo, para que los dos pudierais lamentaros juntos.
¿Así que tú tienes derecho de tener tantos días malos como quieras,
pero yo no puedo tener unas cuantas horas?
—Oh, tómate todo el tiempo que quieras estando deprimido. Te iba a
invitarte a venir conmigo a comprar esas pequeñas cosas innombrables de encaje,
pero... quédate aquí sentado para siempre, si tienes que hacerlo.
No respondió.
Continué—: Tal vez le envíe unos cuantos a Tarquin, con la oferta de
usarlos para él si así nos perdona. Tal vez se lleve esos rubíes de sangre con él.
Su boca muy débilmente, apenas se alzó en sus esquinas.
—Lo vería como un insulto.
—Le di unas cuantas sonrisas y él me entregó una herencia familiar.
Apuesto a que me daría las llaves de su reino si me presentara llevando solo esas
prendas interiores.
—Alguien piensa muy bien de sí misma.
—¿Por qué no habría de hacerlo? Pareces tener dificultad en no mirarme
día y noche.
Ahí estaba, una semilla de verdad y una pregunta.
—¿Se supone que tengo que negar —dijo, arrastrando las palabras pero
algo brilló en sus ojos—, que te encuentro atractiva?
—Nunca lo has dicho.
—Te he dicho muchas veces, y con bastante frecuencia, lo atractiva que te
encuentro.
Me encogí de hombros, incluso mientras pensaba en todas esas veces,
cuando las había descartado como cumplidos de broma y nada más.
—Bueno, tal vez deberías esforzarte más.
El brillo de sus ojos se convirtió en algo depredador.
Un estremecimiento me atravesó cuando colocó sus poderosos brazos
sobre la mesa y ronroneó:
¿Es un reto, Feyre?
Sostuve esa mirada de depredador, la mirada del hombre más poderoso de
Prythian.
—¿Lo es?
Sus pupilas se dilataron. Atrás quedó la tristeza tranquila, la culpa aislada.
Sólo quedó ese letal enfoque… en mí. En mi boca. En el subir y bajar de mi garganta
mientras trataba de mantener mi respiración tranquila.
Dijo muy despacio y con una voz baja:
—Qué tal si vamos a esa tienda ahora, Feyre, para que puedas probarte
esas pequeñas cosas de encaje, y así ayudarte a escoger cuál de ellas enviarle a
Tarquin.
Mis dedos se cerraron dentro de mis pantuflas de forro polar. Era una
peligrosa línea la que estábamos andando. El viento helado de la noche agitó
nuestro cabello.
Pero la mirada de Rhys se desvió hacia el cielo, y un segundo más tarde,
Azriel salió disparado desde las nubes como una lanza de oscuridad.
No estaba segura de si debía sentirme aliviada o no, pero me fui antes de
que Azriel pudiera aterrizar, dándole al Gran Señor y a su jefe espía algo de
privacidad.
Tan pronto como entré en la penumbra de la escalera, el calor escapó de
mi cuerpo, dejando una sensación de malestar y de frío en el estómago.
Estaba el coqueteo, y luego estaba... esto.
Había amado a Tamlin. Lo había amado tanto que no me había importado
destruirme por ello, por él. Y entonces todo había sucedido, y ahora estaba aquí, y...
y podría haber ido perfectamente a la bonita tienda con Rhysand.
Casi podía ver lo que habría sucedido:
Las damas de la tienda se mostrarían educadas –un poco nerviosas– y nos
dejarían en privacidad mientras Rhys tomaba asiento en el sofá al fondo de la
tienda y yo caminaba tras las cortinas para intentar probarme el conjunto de
encaje rojo que ya había visto tres veces. Y cuando saliera, tratando de tener más
bravuconería de la que sentía, Rhys me miraría de arriba a abajo. Dos veces.
Y seguiría mirándome mientras informaba a las damas de la tienda que la
tienda estaba cerrada y que todas deberían volver mañana, y dejaríamos la cuenta
en la encimera.
Me quedaría allí de pie, desnuda salvo por los trozos de encaje rojo,
mientras escuchábamos los sonidos rápidos y discretos de ellas saliendo y
cerrando la tienda.
Y él me miraría todo el tiempo –a mis pechos, visibles a través del encaje; a
mi estómago plano, ahora por fin luciendo menos hambriento y tenso. A la
extensión de mis caderas y muslos… y entre ellos. Entonces se contraría de nuevo
con mi mirada, y torcería un dedo con un solo murmullo:
—Ven aquí.
Y yo caminaría hacia él, consciente de cada paso, hasta detenerme
finalmente justo delante del lugar en el que se hallaba sentado. Entre sus piernas.
Sus manos se deslizarían por mi cintura, sus callos rasparían mi piel.
Entonces me acercaría un poco más antes de inclinarse para dejar un beso en mi
ombligo, su lengua…
Maldije cuando me estrellé contra el poste de la escalera.
Y parpadeé, parpadeé cuando el mundo regresó y me di cuenta...
Miré el ojo tatuado en mi mano y sentí esa voz silenciosa dentro del
vínculo y les siseé a ambos con mi lengua. —Imbécil.
En el fondo de mi mente, una sensual voz masculina se carcajeó con una
risa de medianoche.
Mi cara ardió, maldiciéndolo por la visión que había deslizado más allá de
mis escudos mentales; los reforcé mientras entraba a mi habitación. Y me di un
baño muy, muy frío.
+++
Comí con Mor esa noche junto al fuego en el comedor de la casa, Rhys y los
demás estaban en algún lugar, y cuando por fin me preguntó por qué seguía frunciendo el ceño cada vez que el nombre de Rhysand se mencionaba, le conté
sobre la visión que me había enviado a mi mente. Ella se había reído hasta que el
vino le salió por la nariz, y cuando le fruncí el ceño a ella, me dijo que debería estar
orgullosa: cuando Rhys se ponía en modo gruñón, se necesitaría nada menos que
un milagro para conseguir sacarlo de él.
Traté de ignorar la leve sensación de triunfo, incluso mientras subía a la
cama.
Estaba empezando a ir a la deriva bien pasadas las dos de la mañana
gracias a la charla con Mor sentadas en el sofá de la sala durante horas y horas
acerca de todos los grandes y terribles lugares que ella había visto, cuando la casa
dejó escapar un gemido.
Como si la propia madera estuviera siendo deformada, la casa empezó a
gemir y a estremecerse, las luces de cristal de colores tintinaron en mi habitación.
Me senté de golpe y me giré hacia la ventana que estaba abierta. El cielo
estaba despejado… no había nada…
Nada además de la oscuridad deslizándose en el interior de mi habitación
procedente del pasillo detrás de mi puerta.
Conocía esa oscuridad. Un núcleo de ella vivía en mí. Se filtraba por las
rendijas de la puerta como en una inundación. La casa se volvió a estremecer.
Salí de la cama de un salto, abrí la puerta de golpe, y la oscuridad me azotó
como un viento fantasmal, llena de estrellas, de alas agitadas y de… dolor.
De mucho dolor y desesperación, de culpa y de miedo.
Salí corriendo de la habitación completamente ciega dentro de la
impenetrable oscuridad. Pero había un hilo entre nosotros, y lo seguí hacia donde
sabía que se hallaba su habitación. Busqué la perilla y entonces….
Más noche, más estrellas y viento se escaparon, mi cabello se azotó a mí
alrededor y tuve que levantar un brazo para protegerme la cara mientras me
entraba en la habitación.
—Rhysand.
No hubo ninguna respuesta. Pero podía sentirle ahí, sentir esa línea viva entre nosotros.
La seguí hasta que mis espinillas golpearon lo que tenía que ser su cama.
—Rhysand —dije por encima del viento y la oscuridad.
La casa se sacudió, las tablas del suelo sonaron ruidosamente bajo mis
pies. Palmeé la cama, sintiendo las sábanas y las mantas debajo, y entonces… un
cuerpo masculino tenso y duro. Pero la cama era enorme, y no podía agarrarlo.
—¡Rhysand!
La oscuridad se arremolinaba por todo el lugar, el principio y el fin del
mundo.
Escalé sobre la cama y me lancé hacia él, palpando lo que era su brazo,
luego su estómago y después sus hombros. Su piel estaba helada cuando lo sujeté
por los hombros y grité su nombre.
No hubo respuesta, así que deslicé una mano por su cuello, por su boca,
para asegurarme de que aún respiraba, que esto no era su poder escapándose de
él…
Un aliento helado me golpeó la palma de la mano. Y posicionándome, me
levanté de rodillas apuntando a ciegas, y le di una bofetada. Me picó la palma, pero
él no se movió. Le golpeé de nuevo, tirando de ese vínculo entre nosotros, gritando
su nombre como si fuera un túnel, golpeando la pared de ébano inflexible en su
mente, rugiendo ante ella.
Una grieta apareció en la oscuridad.
Y entonces sus manos estuvieron sobre mí, me dio la vuelta y me sujetó
con habilidad experta contra el colchón, una mano con garras se posó mi garganta.
Me quedé inmóvil.
—Rhysand —dije en un respiro. Rhys, dije a través del vínculo, poniendo
una mano contra ese escudo interno.
La oscuridad se estremeció.
Tiré de mi propio poder, negro con negro, calmando su oscuridad, sus
bordes ásperos, dispuesta a calmar y a suavizar. Mi oscuridad cantó su propia
canción de cuna, una canción que mi nodriza tarareaba cuando mi madre me
lanzaba a sus brazos para volver a atender las fiestas.
Ha sido un sueño —dije. Su mano estaba tan fría—. Ha sido un sueño.
Una vez más, la oscuridad se detuvo. Envié mis propios velos de noche a
rozarse contra esta, pasando unas manos salpicadas de estrellas por ella.
Y durante un instante, la negrura se aclaró lo suficiente para ver su rostro
alzándose por encima de mí: sus labios estaban secos y pálidos, los ojos violeta
abiertos, observando.
—Feyre —dije—. Soy Feyre. —Su respiración era irregular, desigual.
Agarré la muñeca que agarraba mi garganta, que sostenía pero que no dolía—.
Estabas soñando.
Quería que la oscuridad dentro de mí se hiciera eco, que cantara para que
esos furiosos temores se fueran a dormir, que acariciara la pared de ébano en su
mente, con amabilidad y dulzura...
Entonces como nieve siendo sacudida de un árbol, su oscuridad cayó,
llevándose la mía junto con ella. Luz de la luna y los sonidos de la ciudad nos
inundó.
Su habitación era similar a la mía, la cama tan grande que debía haber sido
construida para dar cabida a las alas, pero todo con buen gusto, equipada
cómodamente. Y estaba desnudo encima de mí, completamente desnudo. No me
atreví a mirar más abajo de los planos tatuados de su pecho.
—Feyre —dijo con voz ronca. Como si hubiera estado gritando.
—Sí —dije. Estudió mi cara, a la mano con garras en mi garganta. Y me
soltó inmediatamente.
Me quedé allí, mirando hacia donde ahora se arrodillaba sobre la cama,
frotándose las manos por su rostro. Mis traidores ojos se atrevieron a mirar más
abajo de su pecho, pero mi atención se quedó en los tatuajes individuales en cada
una de sus rodillas: una imponente montaña coronada por tres estrellas. Hermosa,
pero brutal, de alguna manera.
—Estabas teniendo una pesadilla —dije, tranquilizándome y sentándome.
Como si una presa se abriera dentro de mí, miré mi mano y deseé que se
desvaneciera en sombras. Lo hizo.
Medio pensamiento más y la oscuridad se dispersó una vez más.
Sus manos, sin embargo, todavía terminaban en largas y negras garras…y
sus pies… también. Las alas estaban afuera, caídas detrás de él. Y me pregunté lo
cerca que había estado de cambiar completamente a esa bestia que una vez me
había dicho que odiaba.
Bajó sus manos y las garras desaparecieron de sus dedos.
—Lo siento.
—Es por eso que te quedaste aquí y no en la Casa. No quieres que los
demás vean esto.
—Normalmente consigo contenerlo dentro de mi habitación. Siento
haberte despertado.
Mis manos se convirtieron en puños y las coloqué en mi regazo para no
tocarlo.
—¿Con qué frecuencia sucede esto?
Los ojos violetas de Rhys se encontraron con los míos, y supe la respuesta
antes de que dijera:
—Tan a menudo como las tuyas.
Tragué saliva.
—¿Qué soñaste esta noche?
Negó con la cabeza y miró hacia la ventana, hacia los tejados cercanos que
se habían llenado de nieve.
—Hay recuerdos de Bajo la Montaña, Feyre, que es mejor no compartir.
Incluso contigo.
Había compartido suficientes cosas terribles conmigo que esas tenían que
estar... más allá de las pesadillas entonces. Pero puse una mano en su codo, con su
cuerpo desnudo y todo.
—Cuando quieras hablar, házmelo saber. No voy a decírselo a los demás.
Me moví para deslizarme fuera de la cama, pero él agarró mi mano y la
mantuvo contra su brazo.
—Gracias.
Estudié la mano, su rostro devastado. El dolor que había ahí… el
agotamiento. El rostro que no permitía que nadie viese.
Me puse de rodillas y besé su mejilla, su piel estaba cálida y suave debajo
de mi boca. Terminó antes de empezar, pero… ¿pero cuantas noches había querido
yo que alguien hiciera lo mismo conmigo?
Sus ojos se ampliaron un poco cuando me aparté, y no me detuvo mientras
salía de la cama. Estaba casi fuera en la puerta cuando me giré.
Rhys seguía arrodillado, sus alas caídas sobre las sábanas blancas, con la
cabeza inclinada, sus tatuajes duros contra su piel dorada. Un oscuro príncipe
caído.
La pintura cruzó mi mente.
Destelló…y se quedó ahí, brillando, antes de desvanecerse.
Pero permaneció, brillando débilmente, en ese agujero en mi pecho.
El agujero que estaba empezando a sanar lentamente.

yoWhere stories live. Discover now