Capítulo 5

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Los vampiros son criaturas nocturnas porque son alérgicos al sol. Una reacción alérgica que incluye combustión espontánea, y un fuerte ataque de estornudos. Duermen escondidos, esperando que llegue la oscuridad para drenar a otros como si fueran cocos. Esto es bastante complicado, pues, contrario a las pulgas, esta clase de chupasangres no pueden esconderse en el huésped. Son cazadores activos, y necesitan sustento casi a diario o mueren de inanición. Existen casos en donde los vampiros trataron de subsistir sin sangre, comiendo frutas y verduras, lo que a la larga les ocasiono caída de dientes, fragilidad en los huesos, piel amarillenta, dolor de pecho y fatiga. La comunidad mágica explica que esto se debe a la falta de un nutriente presente en la luz del sol, pero se mantiene como teoría hasta que alguien pueda preguntarle a la luz si eso es verdad. (Los vampiros vegatarianos, A. Bracadabra, Quinto año del Reinado de Zark Melides II)

«Espera, ese no es el nombre del Rey...»

Merewick echó en falta el borrador mágico. Ahora tenía que corregir esa cita, y la anterior, cuya página había olvidado ya. Miró por la ventana junto a la cama, desde donde se veía las calles desiertas de Abundancia del camino. Enith no regresaba, y ahora que el sol brillaba en lo alto, era poco probable que vaya a aparecer. A lo lejos, las nubes de lluvia se acercaban, anunciándose con truenos y relámpagos. Un mal presagio pesó en su cabeza, igual que un segundo sombrero. Su estómago rugió, con una punzada en sus tripas. La pluma se quedó sobre la última cosa que escribió, esperando continuar el dictado.

El mago vio por la ventana frente a él. En la plaza del pueblo, un gran grupo de personas transportaba maderos anchos y amarillentos. Parecía un hormiguero a mediodía, con las hormigas calvas o de cabellos negros trayendo palitos, cuerdas, materiales de tortura varios y unas antorchas de dudosa procedencia. Los gritos de la muchedumbre alcanzaban a filtrarse a la habitación del mago, en forma de ruido lejano y sin sentido. Atónito, Merewick notó como una hoguera se iba formando. Era igual a la época oscura cuando cazaban a todo aquel que posea magia. O habilidad con la espada. O cualquier habilidad que no sea común.

«Un decreto para que todos sean iguales acabó con los músicos casi extintos, y los pintores convertidos en un mito... Espera, ¡tienen a Enith!»

El mago bajó a toda prisa la escalera, casi tropezando con las gradas. Cruzó el recibidor de tres zancadas, evitando por poco el escritorio y salió a la calle, jadeando. La multitud seguía creciendo con cada curioso que se convertía en colaborador y cada vendedor oportunista que se asentaba cerca. Los gritos se esparcían por todo el lugar, volviendo todo aún más caótico. Internándose en el gentío, pudo escuchar como todas las voces trataban de sobreponerse entre sí.

—¡Poción anti vampírica! ¡La más barata del mercado!

—¡Ese madero va allá! ¡No, no, no! ¿Eso se ve como una hoguera para ustedes? ¡No podría quemar ni a una gallina en eso!

—¡Poción anti vampiros! ¡Mucho más barata que en el puesto de enfrente!

Entre codazos, olor a tierra y cuerpos más delgados de lo que parecía posible, el mago llegó hasta donde construían la enorme pira. Sobre una pequeña tarima de madera, un viejo encorvado, con apenas unos mechones grises cubriéndole la cabeza, se hacía oír entre el griterío. Él dirigía la construcción y a la multitud en general, tomándose un poco de tiempo entre orden y orden para hablarle a la muchedumbre.

—¡Al fin se hará justicia! ¡Esto es por nuestros padres, nuestros hijos, por todos los que han muerto a manos de los vampiros! —berreaba, levantando entre temblores su bastón. El mago se asombró de la voz aterciopelada de ese hombre, que parecía ir a contracorriente de su cuerpo, mejorando en lugar de marchitarse. El anciano pasó la mirada por la gente que lo rodeaba, hasta encontrarse con Merewick. El anciano hizo un amago de sonreír, y extendió su mano.

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⏰ Last updated: Nov 03, 2023 ⏰

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