No se sorprendió tanto como esperaba cuando escuchó el gruñido adolorido de un animal, señal de que el soldado había dado en el blanco.

Se arrepintió de sus decisiones al darse cuenta de que su poca entrenada visión no le permitía hacer nada más allá de no estorbar a Dante, mientras el soldado lanzaba armas en todas direcciones, consiguiendo decenas de gruñidos de protesta y también, que ninguno de los animales llegara hasta ellos y mucho menos, al pueblo que seguía celebrando, ajeno al peligro.

—Pon esto en tus cuchillos y si algo se acerca demasiado, es tuyo —ordenó el muchacho, lanzándole un frasco con un líquido dorado que Lili estuvo cerca de dejar caer, alegrándose de que Dante estuviese ya ocupado como para verla y terminó por obedecer.

La pelirroja reconoció el frasco del dorado paralizante que Gabriel le había regalado y aunque se encontró preguntándose cómo había pasado de odiarlo a estar arriesgando su vida a su lado en tan poco tiempo, apenas terminó, tomó una posición defensiva que había copiado de Alexander, considerándola más útil debido a las armas a su disposición y esperó, tratando de que el miedo no la consumiera.

—Tengo que recuperar mis dagas y terminar el trabajo. Trataré de que ninguno pase sin paralizante, pero si no ha terminado de hacer efecto, tienes que encargarte —advirtió Dan y sin esperar respuesta, echó a correr fuera del claro, dejando a la pequeña bruja en la oscuridad, solo con el ruidoso golpeteo de su corazón como compañía.

Ella resistió con firmeza la espera, tanto como su orgullo se lo permitió, hasta que lo inevitable sucedió y una enorme criatura de ojos dorados, mezcla de un águila y un león, se tambaleó en su dirección, furiosa y atontada por el paralizante.

No lo pensó. Un instinto que no sabía que tenía dominó su cuerpo, haciendo que sus movimientos fuesen ligeros y certeros, golpeando al grifo hasta hacerlo caer de lado y clavando uno de sus cuchillos en su pecho, terminando con su vida.

Lilineth soltó sus armas, asustada de su propia reacción, sin embargo, en ese momento otro enemigo apareció en la distancia, mucho más despierto y salvaje, gruñendo en su dirección.

Aquel sonido pareció perforar sus oídos, resonando en su mente de una forma tal, que algo pareció colarse desde la impenetrable pared de sus memorias, haciendo que se sintiera transportada a otro momento y lugar.

Sentía cansancio, hambre, frío. Estaba sola y atrapada, pero tenía esperanza. Él iba a ir a sacarla. Él la salvaría, era su misión. Tenía fe en él.

O al menos eso había repetido una y otra vez mientras las puertas se abrían y un grupo de criaturas horrendas y deformes, que parecían sacadas de una pesadilla, gruñían en su dirección, con ojos igual de dorados, igual de salvajes.

No tuvo tiempo de prepararse, de aferrarse a su resolución, a sus convicciones, nada. Las criaturas hambrientas se lanzaron en su dirección, sus afiladas garras y dientes peleándose por ella, rasgando aquí y allá, tirando, jaloneando, destruyendo.

Gritó en ese recuerdo y en algún lugar del presente, Lilineth gritó también, abrumada por un conjunto de sensaciones que le parecían tan personales y tan ajenas a la vez.

El grifo frente a ella no le tuvo compasión, lanzándola fuera de su camino con sus garras, mismas que abrieron la piel de su brazo, haciendo que la bruja cayera al suelo, todavía más sumida en el recuerdo, ovillándose como un cachorro herido, como había hecho entonces, tratando de contener el dolor, tanto el presente, como el que su memoria parecía negarse a soltar.

El animal volvió a gruñir, dispuesto a terminar con ella, pero Dante llegó en ese momento, sus espadas manchadas de esa extraña sangre púrpura de las criaturas con las que estaba peleando, pero sus movimientos siempre precisos y ahora, cargados de una chispa de furia.

El grifo no resistió más que dos de sus ataques antes de caer al suelo y el soldado de las fuerzas especiales se giró hacia Lilineth con una expresión tan fría, que hubiese hecho llorar a la bruja, si ella no siguiera demasiado aterrorizada por el recuerdo como para mirarlo.

—¿Para esto te escapaste? —cuestionó, consiguiendo que por fin la pelirroja lo mirara, aunque no parecía comprender nada de lo que sucedía.

Eso hizo a Dante ponerse incluso más furioso, por lo que llegó hasta ella y la tomó del cabello con fuerza.

—¿No me escuchaste? —reclamó—. ¡Eres una inútil! ¡Una maldita inútil que no puede con una simple criatura drogada! ¿Dónde quedó tu magia? ¿Tus lecciones? ¿Tu convicción? ¡Estabas lista para morir y hacerme cargar con las consecuencias otra vez!

Lilineth comenzó a llorar, tratando débilmente de soltarse del agarre del soldado, su mente perdida entre las palabras de Dante y aquel poderoso recuerdo que parecía incluso peor que una pesadilla.

Quiso defenderse, explicar lo que había ocurrido en realidad, pero su lengua se negaba a obedecerla y Dante seguía gritando con tanta fuerza que resultó imposible para ella el responder, el decir algo.

Se sentía mareada, algo atontada y una parte de su mente le recordó en ese momento inapropiado que el soldado le había pedido antídotos, así que las criaturas debían ser venenosas y ella, lo suficientemente tonta como para haberse dejado lastimar.

Una vez más quiso advertir a Dante, pero el muchacho ya la había soltado, anunciando que había decidido dejarla ahí, pues aquel animal que la había herido, era el último de los que el rey enviase en contra de Cert.

El trabajo estaba completo.

—No me siento bien —consiguió balbucear, luchando por mantenerse sentada y sintiendo que todo le daba vueltas.

—Pues me alegro. No tienes derecho luego de tu pésimo desempeño, de toda esta locura. No eres más que problemas y yo odio los problemas como tú —replicó el soldado, todavía demasiado enojado como para pensar con claridad.

No había sido una tarea tan difícil, ni siquiera ella debía de haber tenido problemas y ahí estaba, llorando y temblando por una simple criatura de Hakém. La había visto lanzarse contra uno de sus magos en presencia de su consejero. ¿Dónde estaba el valor y la convicción que había visto en ella?

No se quiso quedar a averiguarlo. Su paciencia había llegado a su límite, así que dio media vuelta en dirección al pueblo, guardando sus armas, justo en el momento en el que los árboles cobraban vida, abriendo decenas de florecillas blancas que se iluminaron como si fuesen minúsculas hadas que bailaban y llenaban el bosque de luz, a medida que los árboles comenzaban a girar con ese lento y susurrante movimiento de madera.

Debido a eso, fue incapaz de ver el momento en el que Lilineth terminó por caer al suelo, débil y atontada por el veneno, con cinco largas heridas en su piel, que comenzaban a tintarse de púrpura mientras la bruja, en mitad de su estupor, utilizaba los pocos minutos que le quedaban a su consciencia para dejar que sus ojos se perdieran en el bello y embriagador espectáculo de luces que hacía que todo el pueblo estallara en vítores y aplausos, celebrando como solo aquellos ajenos al ejército y a la magia en guerra podían hacer.

N/A: ¡Feliz 2 de noviembre amigos! He estado algo desaparecida, pero como comienza la spooky season de escritores (el NanoWrimo) pues aquí me tienen, aterrada y angustiada, pero tratando de escribir. Les traigo este pequeño pero potente interludio y les pregunto, ¿qué creen que pasará ahora?

Los leo y les spoileo... ¡CAPÍTULO 16 DE PSN NARRADO POR DANTE!

Guerra de Ensueño I: Princesa sin nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora