#1 Celtic Blood

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[Damon]

Enciendo el cigarro que acabo de liar y chupo fuerte, observando el fulgor de la punta en la oscuridad. Una comisura de mis labios se alza en un gesto sarcástico, apenas perceptible, cuando pienso en el peculiar placer que me provoca liar el tabaco que fumo en lugar de comprarlo ya preparado. Es un sencillo ritual que me devuelve a tiempos... pasados... Un pequeño capricho que me permito en esta fría noche de enero.

Frunzo el ceño levemente y miro el reloj, contrariado. Llega tarde.

Vuelvo a llevar el liado a mi boca y aspiro con fuerza, y estoy jodidamente seguro de que, si cerrara los ojos, sentiría el aire de las montañas salvajes en mi cara, a pesar de estar plantado en esta jungla de asfalto.

Nací en aquella tierra hace demasiado tiempo. Tanto, que ya nadie recuerda mi nombre. Crecí haciendo travesuras y empuñé pronto una espada, como el resto de chicos. Si no había una guerra entre clanes, se buscaba. Cualquier cosa valía: el robo de una oveja o de la virginidad de una joven del clan vecino, a pesar de que se hubiera mostrado bien dispuesta. El caso era luchar. Los muchachos se hacían hombres y cogían confianza con las armas. Yo me divertía mucho con aquellas trifulcas, pero las guerras entre nosotros mismos no eran nada con respecto a lo que estaba por llegar.

El Reino de Alba vivió tiempos oscuros cuando sufrió los continuos saqueos e intentos de invasión por parte de los pueblos nórdicos. Los clanes se unieron defender su tierra. Todos luchamos y muchos quedaron en el campo de batalla, pero logramos mantenernos en nuestro sitio. La euforia de la victoria se extendió como la pólvora y reforzó el orgullo de nuestra gente. Sin embargo, un último coletazo por parte de los vikingos lo trajo a él: un hombre rubio y joven, a pesar de que sus ojos hablaban de siglos de vivencias. Y muy fuerte. Demasiado, debí darme cuenta. Pero por aquel entonces yo era una criatura ingenua incapaz de auspiciar que mis tiempos más oscuros estaban por venir.

El cigarro está prácticamente consumido cuando un coche negro de gama alta para frente a mí y me saca de mis recuerdos. Lo apago contra la pared y me dirijo hasta él con paso firme. Abro la puerta trasera y desciende ella, Andrea —o Alexandra, qué más da—, encorsetada en un vestido rojo que no deja nada a la imaginación.

—¡Damon! —ronronea. Le sonrío. Damon no es mi nombre, pero hace tanto tiempo que lo utilizo que respondo a él con naturalidad.

—Hola, preciosa —saludo con un tono grave, ese que sé que les eriza el vello de la nuca, pero no de miedo (aunque debería). Ella confía. Siempre confían en mí. Le cojo de la mano y caminamos juntos hasta el bar, un pequeño pub de barrio donde sirven buena comida y tienen música en directo.

Comienzo a silbar la melodía que llevo todo el día cantando y ella ríe con ganas. Podría someterla con facilidad, sin necesidad de toda la parafernalia, el ritual. Pero estoy de humor. Cena. Sexo.

Y barra libre después para mí.


[Caell]

Observo desde la azotea lo que sucede a mis pies. Sonrío divertido. Hace semanas que no veo a ese pequeño cabrón y, la verdad, me estaba aburriendo. Es curioso, porque realmente lo detesto. Pero, en el fondo, me gusta tenerlo cerca. No soy tan hipócrita como para decirme a mí mismo que es para tenerlo vigilado. Eso puedo hacerlo perfectamente sin tenerlo cerca. Es sólo que... bueno, que me gusta tocarle los cojones. Así de claro.

Me dejo caer. Una de las grandes ventajas de ser vampiro es que puedes volar. Es fantástico, porque te permite una libertad que no tienes de otro modo. Aunque claro, no es algo que puedan hacer todos los vampiros. Unos tienen unas capacidades, otros otras... yo soy de los que pueden volar. Volar y tocar los huevos al personal como nadie.

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