Capítulo 20

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Tras una larga noche de insomnio, Cass consiguió dormir poco antes de la salida del sol

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Tras una larga noche de insomnio, Cass consiguió dormir poco antes de la salida del sol.

Despertó aturdido. Se sentó tan deprisa que su mundo dio vueltas. Apartó los mechones de su frente, dejando escapar un gran bostezo.

Buscó sus gafas en el cajón de la mesa de luz. El reloj de su celular le indicó que faltaba poco para el mediodía. También encontró un mensaje de Anabela advirtiendo un cambio de planes, que la familia se reuniría en la playa para un momento tranquilo.

—Un día tranquilo, ¿eh? —murmuró con voz ronca—. No en mi turno.

Adormilado, se arrastró hacia la cocina. En el escurridor descansaba una taza, cucharita y platillo que no habían estado anoche.

Mía Morena había desayunado sin él. Otra vez. Sus pupilas se desviaron al dormitorio vecino.

No necesitó golpear su puerta para saber que no estaría detrás. Llevaba horas fuera. Aún sentía su perfume flotando en el aire, esas notas frutales con un ligero toque de canela que alteraban su sistema.

Una imperceptible sonrisa curvó su boca. Recordó los labios voluminosos contra los suyos, la suavidad de ese cabello entre sus dedos.

Si no lo hubiera tomado con la guardia baja, no la habría dejado escapar tan fácilmente. Pero anoche sus habilidades de persuasión se habían desconectado junto a cada neurona de su cerebro.

Mientras ponía al fuego una jarra de leche con un trozo de chocolate, se preguntaba qué diablos debería hacer a continuación. No era de pensar demasiado cuando se trataba de sus deseos. Si la otra parte mostraba una señal de bienvenida, él se lanzaba de lleno con una intensidad que tendía a asustar.

Esta vez era diferente. Ya no veía sentido en negar la verdad: Mía Morena era demasiado preciosa para él. Tenía que ser paciente, convencerla de que él era una pieza perfecta para su plan de vida.

Debía cazarla.

Un graznido interrumpió sus pensamientos. Se sobresaltó. Recordó que debía cambiar ese condenado tono de llamada. Levantó el celular que había dejado sobre la mesa. El identificador mostró el número de su serpiente favorita. Activó el altavoz nada más contestar.

—¡Deja de llamarme, pervertido! —chilló Aitana a modo de saludo, vestida de traje con un collar de perlas alrededor de su cuello—. ¡Ya te dije que tengo novio y él sí se deja atar desnudo al árbol de nuestro jardín!

Cass se sentó en la mesada, una media sonrisa en sus labios. A juzgar por el fondo de la videollamada, estaba en la oficina de Desaires Felinos. ¿Acaso esta gente usaba su horario laboral para llamadas personales?

—¿Cuánto por un par de fotografías? —disparó—. Necesito renovar mi material de chantaje a Exe.

—Dame un aumento del veinte por ciento e incluiré un video de cuando le picó una hormiga en el trasero.

Amantes del desencantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora