4. Los más intensos

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—Los chicos como él, cariño, sólo aceptan a aquellos que tiene dinero para impulsarlos como un trampolín en el futuro. Y tú caerás porque eres tonto, Ébano.

—¡E-eso es mentira, madre!

Ella, terminando de pintarse las uñas de escarlata, me preguntó sin mirarme:

—Eb, ¿cuál crees que es la emoción que sientes cuando te rompen el corazón, y perdura por un largo tiempo? —Iba a responderle que no quería pensar en cosas tan terribles, pero ella levantó un dedo para adjuntar—: Ahora eres joven, débil, tonto y ciego... pero tu madre te asegura que ese tipo con nombre de flor preciosa, sólo te traerá desgracia y dolor. Te amargarás, y tu madre no estará ahí para decir "te lo dije" en cuanto lo vivas.

Yo pensaba que era una mujer soberbia e injusta cuando se trataba de estos temas, ya que no le gustaba el hecho de que yo comenzara a hacer cosas distintas a las esperadas. Pero es que él y yo éramos un quipo muy extraño que encajaba bien: Éramos el sí versus el no, el elogio contra la culpa, la inocencia anticipada versus la culpabilidad rígida... hacíamos siempre situaciones en las que ambos terminábamos en una victoria o derrota, jamás un empate.

Supongo que un cáncer de lengua por ser una fumadora empedernida hizo que su vida fuera más corta de lo que ella misma esperaría, sufriendo como cualquier persona a la que le dirías que posee cáncer. Su personalidad no cambió en exceso, pero ese elitismo que la caracterizaba fue controlándose a medida que su vida se marchitaba como lo harían las flores durante el invierno. 

Una persona normal que supiera mi historia y se enterara de esto, seguramente daría por hecho que no hubiera visitado a mi madre cuando murió. Esa persona se equivocaría. Fui, lloré y sufrí como ninguno aunque yo y Narciso sólo lleváramos dos años juntos por aquel entonces; incluso muchos de mis recuerdos con ella se amargaron. Supongo que la quería de un modo diferente a lo que querrías a una madre convencionalmente. 


Por supuesto que esta emoción también se extrapoló hacia Narciso con el paso del tiempo. Desde el momento que supe el nombre de uno de sus líos, en sentimiento de amor se volvía cada vez más amargo y doliente, como meterte en la boca un pedazo de carne asquerosa y mal cocinada que revolcaba tu estómago.

Cuando volvió de su viaje de Inglaterra —donde obviamente Ever lo acompañó—, preguntarme si "le eché de menos" mientras estaba con otro dolía más que clavarme un cuchillo en la mano. Había un tono de descaro en su tono al escuchar mi negativa, tomándolo como un juego tonto para hacerme el difícil. Lo cual no era algo falso, pero el resquemor todavía se sentía en mi pecho desde que tenía un nombre invadiendo mi cabeza como una sombra en un laberinto de focos parpadeantes.

Esa noche, como si nada, quiso que nos acostáramos, y mi respuesta sólo fue decirle que apagara la luz. ¿Por asco? ¿Por venganza? No. La razón era que mis brazos estaban llenos de pinchazos por las pruebas médicas, y no quería que Narciso trastocara toda su vida por una pareja que no viviría más de un año incluso con la quimioterapia. Yo lo sabía desde hacía tiempo, de que las cosas llegarían a un punto de no retorno; y como un parche, tarde o temprano la adhesión terminaría desapareciendo. 

Yo sólo estaba ahí a su lado, intentando que mejorara sus malos hábitos y se trasformara en una buena persona, alguien que estaría orgulloso tener como pareja una vez yo me fuera para siempre.

¿Cruel? ¿Estúpido? Por supuesto que lo era, y mucho más también. Pero eso ya era problema mío, y no iba a cambiarlo pese a que supiera lo que me diría la gente en situaciones como esta.

Narciso aceptó mi petición de acotarnos a escondidas, aun sabiendo que no era una buena idea tener relaciones sexuales con él dado mi aspecto y resistencia. Sin embargo... si yo no le daba esto, quizás sus ausencias se alargarían cada vez más hasta que me dejara olvidado como un mueble en un desván. 

El arte de romper un corazón sin tocarloOnde histórias criam vida. Descubra agora