2. Las primeras razones

Magsimula sa umpisa
                                    

Por supuesto que yo tenía que ser tonto, además de ciego.

—¿Puedo decirle algo, Doctor? —pregunté al terminar de beber, mirando al vaso vacío entre mis dedos.

—Por supuesto.

—En la mañana vomité un coágulo de sangre y, ¿sabe? me recordó a mi juventud —murmuré en voz baja, manteniendo alguna que otra memoria fugaz para no olvidar detalles—. En aquella época, por el abuso de alcohol me hacía tirar hasta la bilis porque quería volverme indestructible... pero, tras ver aquello, el golpe de realidad me recordó que eso no era sangre sino una viso de que mi vida seguía acortándose.

El Dr. Henry Heich me sermoneó mucho con lo de la quimioterapia como era lo habitual, pero yo también dije que pensaría sobre ello con una sonrisa. También insistió en que no tenía dificultades económicas para pagarla, además de que tenía casi treinta años. ¿Por qué no aceptaba? ¿Por qué tenía que pensarlo tanto?

Él no entendía el por qué me hería a mí mismo de esa manera, pero yo sí.

Henry Heich era una persona increíblemente amable, tanto que si los doctores fuera tan apasionados como él con sus pacientes, seguramente muchas enfermedades del mundo serían sanadas y menos gente moriría por diversas razones que podrían solucionarse con una palabra.

Simplemente sonreí sin decirle ni una sola palabra, así que no le quedó otro remedio que darme mis volantes para pedir mis medicinas en la farmacia y volver a casa. Era normalmente mi trayecto habitual si tenía que salir, debido a que no tenía a duras penas amigos, y no quería que Narciso se volviera un hombre posesivo y celoso que estropeara su vida con ideas horribles.

Por supuesto que Henry no iba a dejarlo pasar, por lo que me presionó un poquito para que fuéramos a por mis medicinas y después me dejaría en casa. Oponerse, ahora que ya se había ido a colgar su bata, era infructuoso y simplemente acepté en silencio mientras le daba las gracias mentalmente por tomarse la molestia de siempre auténtico.

Durante el trayecto que dimos en su coche, un deportivo muy bonito de color azul oscuro, similar al cielo nocturno aunque sin estrellas brillando, me habló un poco de que de niño era tan terco que nunca escuchaba a sus mayores porque se creía muy valiente y mayor para aceptar los problemas. Pero entonces algo pasó en su vida y su perspectiva de niño tuvo que cambiar, dedicando su vida a ser médico general aunque eso lo llevara a sermonear pacientes que no querían escuchar las palabras de alguien que se preocupaba por su salud.

Yo también quería ser médico, pues lo consideraba una carrera hermosa y digna de personas que amaban ayudar a los demás desde el desinterés. De hecho, postulé varias veces a la universidad, pero nunca fui lo suficientemente valiente como para elegir esa carrera sin importar lo difícil que me dijeran que era. 

Durante un tiempo soñaba sobre ello, en lo que hubiera cambiado en mi vida si en lugar de meterme en negocios de oficina, me hubiera dedicado a ser médico. ¿Qué hubiera sido de mi vida? ¿Qué pensarían mis padres? ¿Mi salud hubiera sido diferente? ¿Y las compañía? ¿Hubiera podido seguir amando a Narciso?

—Por favor, piensa lo de la quimioterapia, Ébano —fueron sus palabras nada más dejarme frente a mi edificio, observándome con preocupación—. Tu salud siempre es más importante que el orgullo, así que decídelo antes de que todo se haga tarde. Incluso sigo atento al banco de órganos para que todo el proceso se haga lo más rápido posible.

Sonreí levemente, respondí, antes de cerrar la puerta:

—Su amabilidad siempre me regala horas extra de vida, Dr. Heich.

Y él sonrió mucho más.

La amabilidad daba calidad de vida, pero no provenía de la persona de la que me gustaría obtenerla.

El arte de romper un corazón sin tocarloTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon