Esa anciana siempre había sido un enigma. Compartir sus últimos meses de vida como socia y pupila había sido un verdadero placer.

—Veamos las huellas que dejaste —murmuró, ingresando al sistema privado de Dulce Casualidad.

Desde su rol de directora tenía acceso a archivos que antes, como sujeto en entrenamiento, solo podía añorar.

Cientos de carpetas se extendieron ante sí. Cada archivo estaba clasificado por año y por el tipo de misión.

Algunas operaciones se limitaron a desarrollar el amor propio en el objetivo, ayudarlo a descubrir y cumplir sus sueños.

Otras se enfocaban en organizar encuentros casuales para unir a dos almas gemelas sin importar el sexo, edad o nacionalidad. Siempre y cuando ambos tuvieran la capacidad de dar su consentimiento, claro.

Una sección más pequeña incluía misiones dedicadas a reunir familiares distanciados o forjar amistades capaces de sanar espíritus.

La mayoría de los clientes contrataba el servicio completo, lo que implicaba un seguimiento por meses o años.

Escribió el nombre de su mejor amiga y socia en el buscador: Eira Dulce.

Dos archivos surgieron. Los abrió en dos pestañas distintas.

Confirmó lo que la muchacha le había comentado, que en el pasado había sido un objetivo. Desde las sombras, Celestine D'Angelo no solo había ayudado a Eira al entrar a las mejores academias y encontrar buenas oportunidades comerciales.

En algún momento de su adultez había decidido que la emparejaría con Valentín D'Angelo cuando ambos estuvieran listos.

Frunció el ceño. ¿Qué tan retorcido era eso de elegir a tu futura nuera? Esto era otro nivel de padres inscribiendo a sus hijos en un programa de citas.

Le dio un vistazo al archivo de la operación Eira-Valentín, la cual había sido cancelada a mitad de proceso. «Quizá decidió que era mejor dejar que la naturaleza hiciera lo suyo», dedujo. Era obvio que esos dos estaban destinados.

Mientras revisaba el expediente académico de Eira, hubo un detalle que llamó su atención. La intervención de Dulce Casualidad fue sutil. Le presentaron un experto que la ayudó a realizar su test vocacional, abrieron un cupo en la academia a la que la joven deseaba ir y... le entregaron la beca CEAN.

El corazón de Mía se saltó un latido. La beca CEAN, cuyo benefactor siempre se mantenía en el anonimato, era la fantasía de cualquier universitario de Villamores. Un regalo del cielo que cubriría la totalidad de sus gastos académicos hasta su graduación. Así fueran estudiantes de instituciones públicas o privadas, todos se postulaban. Un puñado resultaba afortunado cada año.

Eira había sido una.

Mía también.

Con el corazón en la garganta, la muchacha escribió un nombre nuevo en el buscador... el suyo.

Contuvo el aliento cuando apareció un resultado. Su mundo se tambaleó. El color abandonó su rostro. Los dedos temblaron mientras lo abría.

Estaría realmente furiosa si Celestine D'Angelo se había atrevido a elegirle pareja. Por supuesto, saber que se había inmiscuido en su vida privada no era menos espeluznante.

Encontró un expediente estándar con información pública de sí misma. Quiénes eran sus familiares, seres cercanos y estudios. En la sección de intervenciones, descubrió escasas entradas. Otorgarle la beca CEAN estaba incluida.

La primera actuación sucedió cuando Mía tenía dieciocho años. La descripción de la misión era concreta: Encontrarle un nuevo hogar y guiarla hasta allí.

Amantes del desencantoWhere stories live. Discover now