El secreto de la esposa

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Encanto natural

Creo que la única persona que tiene la capacidad de reconfortarme solo con verlo al rostro es él.

Después de todo es mi héroe y él lo sabe.

Tal vez la palabra pueda llegar a sonar un poco superficial, pero lo he pensado bien a lo largo de los años, ya que el sentimiento no cambia y creo que es precisamente por eso que la palabra es genuina. Al conocerlo más, mucho más, me di cuenta de que aquella sensación de protección que siento estando con él, no es más que su propia forma de ser, su encanto natural y por el que todos lo aman.

Y aunque haya decidido dejar su identidad real momentáneamente, continuaba teniendo esa misma esencia, aquella cercanía familiar con todo el mundo, mismos que incluyéndome lo llamábamos rey.

El rey era muy sencillo en algunas cosas y muy entregado para otras, siempre terco como ninguno y dulce como el pan de miel.

El amor que desde niña soñé y que gracias a él pude vivir. El llamado que mi cuerpo no podía controlar y los millones de besos que jamás supieron a rutina, sino inventaron sabores diferentes cada día junto a las sonrisas que me contagió.

Imposible no pensar en aquella tarde tras este último pensamiento.

Mi rey me miraba tan fijamente que pensaba en cualquier momento iba a perder la concentración y terminaría por sucumbir, pero también mi determinación era grande, no iba a darme por vencida tan fácilmente aún con sus ojos de plata marina mirándome con tanta intensidad.

La sonrisa empezó a formarse con suavidad en sus labios lo que me puso nerviosa muy en contra de mi voluntad, sabía que él se valdría de aquel encanto que poseía para hacerme vacilar, a decir verdad, el rey sabía a la perfección el poder que sus expresiones tenía en mí y no iba a desaprovechar esa oportunidad.

—No te atrevas a sonreírme así, sabes cómo me pone...

—Pero si eres tú la que me está mirando tan ruborizada que no puedo evitarlo.

Su risita se extendió como ola sobre el aire. No lo había pensado ni un momento, si bien yo miraba sus expresiones, él veía con esa fijeza las mías, podía dilucidar con solo ver mi rostro abochornado los sentimientos que pedían salir despedidos de mi ser.

—No estoy ruborizada, baka...

—Majestad, si existiera un color más allá del rojo fulminante ese sería su tono.

—¡No es cierto!

—Claro que no lo es, ja, ja, ja.

—Ya deja de estar molestando.

Le empujé suave pero contundente el hombro y aun así ni se inmutó.

—Eso bien podría ser penalizado, Majestad.

—No recuerdo haber firmado ningún acuerdo sobre "no tocar"

—Ah... entonces se puede tocar.

Seguramente en ese momento mi rostro alcanzó el color que el rey había descrito hace unos momentos, porque su risa estalló esta vez.

—Ya parpadea, por favor... quiero besarte.

—Yo también quiero besarte, pero no lo haré, esto es importante.

—Entonces... la reina quiere besarme...

—Esta reina siempre quiere besarte.

La respuesta pareció dejarlo mudo, pero las palabras salieron sin más de mi boca, hace un tiempo atrás habíamos decidido que no nos guardaríamos nada, que viviríamos nuestro amor al máximo, que al dejar de ser los Kazuto y Asuna del mundo real, eso nos permitiría incursionar en el rol que deberíamos asumir durante toda una vida y más.

El encanto natural del rey estelarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora