Extra 2: Aquella niña perdida

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—Bien, gracias... —Iba a irse, pero notó que Arabella no había terminado.

—Una cosa más.

—¿Qué? —La cazadora guardó silencio unos segundos, los suficientes para generar suspenso y despertar su curiosidad.

—Me sigues cayendo mal —sentenció, como si fuera lo más definitivo del mundo.

—A mí no tanto —respondió, intentando mostrarle un amago de sonrisa, antes de darse la vuelta y volver con Dani a la carrera.

La encontró igual a como la había dejado, quieta y sufriendo. Se apresuró en buscar una infusión y, usando el microondas, le calentó un poco para que tomara las pastillas. Danielle las recibió con gusto, y hasta le sonrió a medias al ver todo lo que había conseguido en apenas minutos.

—¿Y ya estás mejor? —preguntó, acariciándole la frente y acomodando sus cabellos.

—No. Me acabo de tomar la pastilla, Aliz. Todavía me quiero morir.

—Pero te dejé hace rato...

—¿Y...? —la miró sin entender. Tenía muchas preguntas, pero no creía que ella estuviera dispuesta a responderlas.

—No, nada. Nunca comprendí mucho de eso.

—¿De qué? ¿De la regla? —asintió—. Como no vas a saber, es básico en una mujer, no te hagas. ¿Hace cuanto que no te viene? ¿Cómo es en vampiras?

—No me viene.

—¿Se te cortó?

—No, Danielle. Nunca he tenido la menstruación. —La chica la miró con asombro, pero eso duró apenas dos segundos antes de que estallara en gritos.

—¡Te odio! ¡No es justo! ¡Te odio tanto! —lloriqueaba, y Aliz ya no sabía si reírse en su cara o mantenerse en calma para cuidarla en ese momento tan difícil.

—Es que era obvio, Dani. Si no puedo tener hijos, ¿cómo voy a tener la regla?

—¿Y nunca se te ocurrió decírmelo? ¡Algo tan importante! ¿Qué otros procesos biológicos no tienes, eh? ¿Vas al baño?

—Me has visto ir al baño...

—¡Pero no sé qué haces! ¿Orinas? ¿Qué orinas? ¿Te estriñes? ¿Sale.. Sangre? —Aliz no aguantó más, y empezó a carcajearse. No recordaba la última vez que le preguntaron algo como eso, no podía creer la seriedad con la que la estaba interrogando.

—¿En serio quieres que te diga lo que sale de mis intestinos?

—Ay, no, cállate, qué asco —añadió, poniendo gesto de fastidio que solo le provocó más risas—. Dale, búrlate de mi dolor.

—Tú empezaste, angelito. ¿Necesitas algo más? ¿Otra infusión?

—No, yo solo... —suspiró, y se acomodó un poco haciendo espacio en la cama—. Quédate conmigo.

—Bien...

Se apresuró a quitarse los zapatos, y luego se recostó a su lado. Parecía que, de hecho, eso era lo único que quería. Que le hiciera compañía. En cuanto se echó, Dani se acercó más y posó la cabeza en su pecho. Aliz la rodeó con un brazo, y se sintió en paz así, solo disfrutando su calor.

—Cuéntame algo.

—¿Cómo que?

—No sé, ¿cuándo descubriste que nunca te iba a venir la regla? ¿O siempre lo supiste?

—Bueno... Eso es un poco difícil de responder —le dijo, pensativa—. Hasta que a Cassian Edevane se le ocurrió meterse con una bruja, nadie sabía que los hijos de los ancestrales también podíamos procrear. O al menos algunos de ellos. Siempre supe que nunca engendraría a nadie, lo que no sabía era a qué edad empezaría mi "madurez".

Frontera de cazaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora