Todo aquello que no pudimos ser

Me había perdido para siempre

Pues esa era yo, una chica de veintitrés años, aunque más cerca de los veinticuatro que de los veintitrés la verdad, que creía ciertamente en que su vida era perfecta. Que se sentía afortunada por haber tenido tan pronto lo que todos sueñan, ser independiente, vivir junto al amor de su vida y haberlo encontrado tan temprano.

¿Pero eso era lo que yo quería? Pues sí, soy tan simple que el sueño de mi vida siempre ha sido casarme y tener hijos, el sueño real, el otro era ser artista. He de decir que he vendido más cuadros de los que pensé y al final eso de ir de boca en boca hacía que pudiese sacar más y más encargos.
Mi especialidad, los retratos. Me encantaba plasmar en un lienzo, papel o cualquier superficie que me pidiesen las miradas cómplices de las parejas, el amor de la familia y un largo etcétera . Aunque lo que más me pedían eran retratos de animales.

Por el cumpleaños número dieciséis  de Ari, mi mejor amiga desde los doce, le hice un lienzo medida A4 de su gata Mía. La pobre gata estaba ya muy mayor y recuerdo que Ari estaba todos los días preocupadisima, llamó a su madre durante dos semanas a la hora del recreo escondida en el cuarto de baño, exactamente el tercero a la derecha. En cambio yo me quedaba fuera vigilando que ningún profesor se acercara. No me importaba perder los recreos por ella, sabía que lo necesitaba aunque su madre, Eli, siempre le dijese lo mismo:

— Ari cariño no me puedes llamar todos los días, pero sí,  Mía está bien, ya sabes que es mayor, pero está bien.

— Que sí, lo sé, pero entiéndeme, no quiero que se vaya mamá, no estoy preparada.

Después de la llamada nos sentábamos en un banco justo al lado de la fuente, ninguna de las dos hablábamos pero no hacía falta, ella sabía que yo estaba allí y yo sabía que ella necesitaba eso.

Todos sabíamos que tarde o temprano esa gata acabaría en un mundo mejor y al final fue más temprano que tarde. Justo el lunes que iniciaba la tercera semana consecutiva que Ari llamaba a su madre tuvieron una llamada normal donde Eli le decía exactamente lo mismo de siempre, la única diferencia es que ese día sus palabras carecían de verdad. Ya os podéis imaginar a Ari cuando llegó a su casa y se enteró del panorama. Es algo que aun lo tiene clavadito en el pecho, lo sé, pero estoy de acuerdo en cómo lo hizo la madre. ¿De que le hubiese servido saberlo antes si no se podía marchar?
A veces me sorprendo de lo masoquistas que podemos llegar a ser las personas, lo impaciente y lo mal que nos podemos llegar a tratar a veces por cosas que no cambian nada, solo agilizar ese sentimiento tan feo en nosotros mismos.

Pues a raíz del retrato que le hice a Mía, que la verdad es que me quedó precioso y no voy a negar que dibujar a una gata de tres colores fue difícil, porque sí que lo fue, fueron llegando encargos y encargos de perros, gatos,  hámster, pájaros e incluso de tortugas.

Me distraía pintando, me relajaba y encima ese dinero me valía para cualquier apaño que necesitáramos ese mes, que mantener una casa siendo los dos estudiantes era más complicado de lo que nos habíamos imaginado.

Pero bueno, prosigamos con la historia, ¿por dónde iba? Ahh si, por las preguntas que me hice el 11 de abril en la Calle Columela.
Como bien sabéis me paré en seco. Sentí como una jarra de agua fría caía sobre mi espalda.
Siempre he dicho que estaba realmente enamorada y os juro que nunca lo dudé hasta ese día.
Dejé de pensar en nosotros y pensé en mi, ¿era eso lo que yo quería?, tener al lado a una persona que no era capaz de ver lo que me hacía falta, dejar de ser yo por no preguntarme antes a mi misma que era lo que a mi me hacía feliz. Ya lo habíamos hablado muchas veces, yo le exigía más que pedir que saliese conmigo, que conociese a mis amigos, que me prestara atención y él no era capaz de hacerlo.
Ahí comprendí que el amor no lo puede todo, que no puedes cambiar a una persona. Ahí entra el otro debate " si te gusta una persona te tiene que gustar tal cual es" pero nadie nos dice que si nos hace daño no es ahí, y aguantamos y aguantamos porque creemos que lo estamos haciendo bien y lo único que estamos haciendo bien es jodernos a nosotros mismos creyendo esas mierdas.