¿Dónde quedo yo?

10 0 0
                                    

Me puse la sudadera, los cascos y tal como cerré la puerta de mi casa le di al play a la lista de reproducción de música que siempre escuchaba  cuando quería evadirme del mundo y sentirme conmigo misma.

Fran, era mi apoyo, mi calma, mi novio.
Aunque él todo lo viese siempre gris, ha sido la persona que más me ha apoyado hasta hoy.  Lo conocí cuando tenía 15 años, por ese entonces él tenía 14, quise negarme a estar con alguien más pequeño que yo, ya sabéis que a esa edad una siempre aspira a lo alto, pero no me pude resistir a su sonrisa y a esos ojos que me decían a gritos que necesitaban amor.

Llevamos 9 años juntos , los cuales los cuatro primeros años  habían sido maravillosos. No faltaban risas, amor, y ganas. Aunque yo siempre daba más más por él  y hacía más por vernos, pero en ese momento no me importaba, ambos disfrutábamos de un amor adolescente al que nunca le quisimos ver la fecha de caducidad, porque aunque sabíamos que era una posibilidad bastante probable siempre luchamos para que no llegara.
Los otros cinco años restantes se nos hizo bola. Nos fuimos a vivir juntos con muchísima ilusión a una casa preciosa en el centro de Cádiz, pero no había día que pasara que no discutiesemos. Toda esa tormenta vino muy progresivamente la verdad. Aún recuerdo cómo lloraba encerrada en el cuarto de baño el día de nuestro octavo aniversario, me preguntaba constantemente: ¿Qué nos había pasado? ¿Donde estaban esos adolescentes que tenían un amor sano?. Mentalmente evadía la respuesta, no quería ver qué esos adolescentes se habían esfumado, que solo quedaban dos adultos y una relación llena de celos, de reproches y  exigencias.
Pensé que solo era un bache más, imaginaos la cantidad de baches que puede haber en una relación de ocho años, así que me sequé las lágrimas, me arreglé el estropicio de maquillaje que se me quedó y salí. Ese día cuando lo ví,  ya no sentía eso que sentía cuando lo miraba. Ese día me prometí hacer lo que fuese por nuestra relación, por salvarla, por salvarnos, por salvarme.
No me imaginaba una vida sin él, joder, ya sabíamos donde nos íbamos a casar, los nombres de nuestros futuros hijos, sabíamos hasta el nombre que le íbamos a poner al perro, Juan, sí Juan, él eligio el nombre y me convenció para que fuese un bodeguero. Yo quería un perro de agua y llamarlo Lucy pero si le hubieseis visto la cara de emoción al imaginarse con su perro Juan estoy segura que vosotros también hubieseis cedido.
Conocíamos la familia opuesta mejor que la nuestra, sabíamos todos los secretos familiares  y siempre fuimos uno más en la familia del otro.
No me podía imaginar perder todo aquello, la verdad que ni pensé en eso, solo pensaba en intentarlo, en darlo todo una vez más. Y así lo hice.
Ese mismo dia, el día de nuestro octavo aniversario, cambié por el bien de nuestra relación.

Fui más complaciente, hicimos más escapadas a la sierra que nunca, dejé de pedirle todo aquello que yo quería que hiciese por mí y un largo etc. La verdad es que todo fue genial, dimos un gran cambio a mejor y se podría decir que estábamos en nuestro mejor momento. Habían vuelto nuestros momentos de pasión, de mimos, esos que tanto echábamos de menos.
Lo había conseguido, os juro que eso me llenaba de satisfacción, pero, ¿a qué precio?

Últimamente pensaba en eso más de lo que quería. Había salvado una relación mirando por ella y por él, pero ¿Dónde estaba yo en todo esto? Era feliz de verle feliz, sí, pero yo le daba todo lo que él necesitaba sin que me lo pidiese pero ¿quién me lo estaba dando a mí? ¿quién se había dado cuenta de que era lo que yo necesitaba?

Dejé de salir de fiesta porque aunque no me lo prohibiera, sabía perfectamente que no le gustaba, dejé de montarme en motos por lo mismo, no me hice tatuajes ni más piercings, por la misma razón. Sabía que mis decisiones le harían feliz y me conformaba con eso, pero joder, ¿por qué le ponía a él antes que a mí, siempre? ¿Por qué prefería su felicidad antes que la mía?

Puede que eso fuese  a lo que estaba acostumbrada, a pensar más en los demás que en mi misma y es algo que me ha costado mucho esfuerzo trabajar. A día de hoy intento controlarlo, pero no os puedo negar que me cuesta la misma vida. Pero poco a poco, que como dicen, las cosas de palacio van despacio.

Así que mientras escuchaba mi lista de reproducción de música favorita, calentita con mi sudadera, me puse a pensar en todo esto. Estábamos a 4 meses de cumplir nueve años. Mis pasos cada vez iban más deprisa hasta que me detuve en seco cuando una vez más mi mente me jugó una mala pasada haciéndome la pregunta de ¿Estás realmente enamorada o acostumbrada? ¿Estás segura que lo quieres o lo que tienes es una dependencia emocional como un castillo de grande?

Quién me diría que a raiz de esta pregunta, parada en la calle Columela a las 23.54 de la noche un 11 de abril, cambiaría mi vida para siempre.

Todo aquello que no pudimos ser حيث تعيش القصص. اكتشف الآن