Prólogo

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Mendoza, noviembre de 2020

Es curioso que, de pequeños, cuando nos preguntan qué queremos ser, respondemos con convicción. ¿Será porque la vida tiene esa breve cuota de indulgencia? Sea como sea, la respuesta se encuentra, sencilla y fresca, en la punta de nuestros sueños. Es como despertar y comprender el sentido de vivir.

Sin embargo, con el paso del tiempo y a lo largo del camino, las dificultades se hacen presentes; las dudas no golpean la puerta, simplemente se instalan, se materializan en nuestra piel, van descamando nuestra seguridad y, junto con cada caída y golpe, van trazando un mapa en el alma. Un mapa lleno de rutas, de valles, de ríos -desbordados de lágrimas- que desembocan en océanos infinitos llenos de recuerdos. Un mapa con gélidas montañas, que esconden millones de secretos. En ellas hay cuevas y lugares recónditos a los cuales, a veces, es difícil regresar.

Como si de cartógrafos habláramos, somos hacedores de nuestro mundo interior, construyendo caminos para volver a pasar por esos lugares que nos hicieron felices y, por el contrario, levantamos barreras cuando no queremos retornar a lugares sombríos, cuando no estamos dispuestos a volver atrás. Cada vivencia va despertando nuevas emociones, nuevos aromas, nuevos sabores. Como cuando nos damos de bruces contra el dolor, allí el petricor nos saluda y el gusto a sal nos invade la boca. O cuando la decepción nos golpea, el sabor metálico inunda cada átomo de nuestro ser y es cuando aprendemos que hay personas que, por más que juraron no hacer daño, terminan lanzando sus dardos.

En su recorrido, el autor nos muestra pantallazos de paisajes de su alma, nos abre las compuertas de su dolor, nos hace naufragar junto a él por los mares de la desolación, de la desesperanza y, poco a poco, vamos acercándonos con él a esa valentía. A esas ganas de ser él en todo su esplendor, a esa faceta suya de conquistador, porque se hizo dueño de su alma al aceptar cada uno de sus relieves y climas, de sus mesetas, sus riachuelos y lagos. Al admitir que cercó ciudades y dejó atrás a esos desconocidos que un día confundió con amigos.

La valentía no es cosa simple, conlleva resiliencia, decisión, aceptación. Ser valiente implica abrazar el dolor, comprender que no debemos rogar por falsos abrazos. Ser valiente supone darle la mano a la pérdida, quedarnos con los instantes de felicidad, con las risas, la complicidad; supone llorar, pero también secar las lágrimas y recomenzar, hacer visible lo invisible. Honrar lo que aprendimos compartiéndolo con el mundo.

La valentía se construye a base de tropiezos, de dudas, de miedos. Pero siempre está ahí, en algún lugar escondida, esperando para volver a sonreír, tal como lo hace hasta el día de hoy en el rostro de cada niño.

"Te acostumbraste tanto a ser una sombra, que se te olvidó que un día fuiste el sol."

Este pasaje habla de que, a pesar de los días grises y las dolencias, siempre podemos ser arcoíris, volver a la luz, a la vida. Y no hay otra manera de hacerlo que siendo valiente.

Valentía es una oda a la fortaleza del ser humano, en sus páginas Kelbin pone de manifiesto que, más allá del sufrimiento, estamos hechos para volver a confiar, amar, sonreír. Nos demuestra que la valentía es una ruta más en el mapa de nuestra alma. Quizás en ocasiones, el camino se torna inaccesible, pero es solo cuestión de tiempo para poder llegar ahí.

Este libro es ese abrazo que el autor se dio, el amor que decidió germinar en él, sabiendo que el día que floreciera, ese amor llegaría a todos sus seres queridos, e incluso a muchas más almas. Porque él halló su olvidada valentía y en estas páginas nos regala uno de sus sueños.

He aquí la obra de un ser valiente y cautivador que sabrá llegar a tu corazón, tanto como supo llegar al mío.

Juliana Del Pópolo

Valentía (Disponible en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora