|✴| Frío como el hielo |✴|

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—¿No quieres algo para beber?

—No.

—En ese caso me alegro de haber pedido solo un trago —sonrió con arrogancia mientras ponía sobre el mostrador su Varita Mágica en Forma de Flor que lo caracterizaba como mago.

—Se está haciendo tarde —dijo Finn con frialdad —. ¿No podemos ir al grano?

—De acuerdo —el cantinero llegó con la bebida del hechizero —Pero primero, a tu salud, hermano.

—A la tuya, anciano.

—Me llamo Ash, mortal tonto. —Alzó la cabeza —. Te permito omitir el título de mago, solo porque eres un mortal entretenido, pero deja de llamarme anciano.

—Más bajo, que llamas la atención de la clientela.

El callejón de las Almas Perdidas no era precisamente un lugar de alta categoría en Wizard City, todo lo contrario, era un lugar de mala reputación con pésima higiene. Un lugar al que no vas a menos que seas un mago fracasado, de hechizos mediocres, con la reputación por los suelos y quieras matarte lentamente con alcohol.
De ahí el nombre.

Un lugar al que ningún mago que se concidere decente iría, ya sea por mera hipocresía o porque en serio tiene una buena brújula moral. Porque sí, todo lo que se hace en ese lugar es ilegal; desde vender cervezas y bebidas demasiado fuertes no aceptadas en el mundo de la magia hasta permitir los tratos, rituales, hechizos, peleas, consumismo y conspiraciones secretas en el local. Por eso el callejón está escondido con magia para que no cualquiera pueda encontrarlo, excepto, claro, aquellos que ya saben donde está. Y gracias a la dirección que Ron James le dio, ahora Finn también lo sabía.
Otra carta a su favor.

—¿Me voy a enterar por fin de la información que he venido a buscar? —insistió Finn, impaciente.

—Vaya la poca paciencia que tienes, enano. Quiero evitar meterme en problemas con el Gran Mago Maestro.

—Después de todas las cosas que has hecho, me sorprende que aún no hayas terminado en La Prisión de Magos.

—Tú no eres el único que tiene contactos, mortal.

—Me doy cuenta.

El ambiente se tornó serio por un momento, y luego solo hubo silencio entre los dos. Gunter, quien estaba sentado a la derecha de Finn —sí, porque Ash estaba a su izquierda —observó detenidamente a ambos "amigos" en busca de algún indicio que ayudara a romper esa tensa atmósfera que se había creado, y por suerte lo encontró, en la naturaleza inquisitiva de Ash.

—¿Qué has estado haciendo para vivir? ¿Todavía te afanas en matar por dinero? ¿Cuánto te dieron por la Kikimora? Seguro que mucho, si no, no hubieras venido aquí. Y pensar que hay gente que no cree en el destino. A menos que supieras algo de mí. ¿Lo sabías?

—No, no lo sabía. Éste es el último lugar donde se me hubiera ocurrido buscarte —admitió el chico recorriendo con la mirada el local, tal vez por eso le pidió a Ron James que lo localizara —Si la memoria no me falla, antes vivías cerca del Reino Helado, en una casa de árbol.

—Mucho a cambiado desde entonces.

—El mundo cambia, tú no. Al parecer, sigues exactamente igual a la última vez que te vi.

—Eso es porque soy un ser inmortal, tonto. Si hubiera sido como los demás magos mediocres, hubiera fallecido hace cientos de años.

—La mayoría de los hechiceros se ganan la vida asesorando a un rey.

—Y como sabes, mi especialidad, además de las ilusiones, es el tiempo. A veces aplaco una tormenta, a veces la provocó, a veces atraigo hacia la playa gracias al viento del Oeste grandes bancos de bacalao y de merluza.

✴️ El príncipe de Hielo ✴️Where stories live. Discover now